La pantalla de cine como hogar

"Eso sí que es cine, cine". Un pensamiento así, después de ver Here (Aquí), suena rimbombante, maximalista e hiperbólico, pero sobre todo suena inesperado. ¿Cómo? ¿Saliendo de ver concretamente esta película, estrujada por la crítica, el público y los distribuidores y exhibidores de Estados Unidos? ¿Sobre un filme de Robert Zemeckis, que lleva años viviendo con la inspiración marchita? ¿Hablando de una adaptación de un cómic de Richard McGuire ¿precisamente inadaptable? ¿Quieres decir?

Pues sí. Cine, cine. Y esto es así por la misma razón que la obra de McGuire era un libro, libro: porque ambas obras aprovechan al máximo y subliman todas las posibilidades expresivas del formato en el que se nos presentan. Aquel cómic experimental en el que cada página mostraba exactamente la misma casa (o la misma localización, según la época histórica que fuera) y generaba un diálogo a través del tiempo se convierte en la pantalla en un único encuadre. A través del montaje o de pantallas integradas acortando todos los rincones del lienzo (sí, esto debe verse en formato grande), vemos a lo largo de 104 minutos todas las vidas que han ocupado un único espacio, en la mayoría de casos la sala de estar de una casa. Una autolimitación que obliga a pensar, milimetrar y coreografiar extremadamente todo lo que sale dentro del plan: uno modus operandi en el extremo opuesto del último Ridley Scott, por ejemplo, que filma por la boquilla gorda con ocho cámaras. El resultado es, en este sentido, deslumbrante y fascinante.

Este recurso formal tan marcado podría hacer de Here (Aquí) una película muy para ratas de filmoteca. Pero en el contenido también hay zumo: la historia a la que presta más atención, la que protagonizan Tom Hanks y Robin Wright, habla de cómo el carrete del tiempo va allanando los sueños e ilusiones de una familia. E, incluso, para vincular el filme a las conversaciones de la actualidad, de cómo condiciona y aplasta nuestras vidas el hecho de tener o no tener una casa.