El protagonista de 'Slumdog millionaire' vuelve a la India para romper huesos y repartir cuchilladas

Descubierto internacionalmente con Slumdog millonaire, Dev Patel es un actor con el que Hollywood nunca ha sabido qué hacer. Cansado de esperar oportunidades, el británico ha decidido marcar su propio paso dirigiendo, escribiendo, produciendo y protagonizando Monkey man, en la que vuelve a la India empobrecida encarnando a un luchador amateur que sirve de asno de los golpes para contrincantes más populares, mientras planea su venganza contra los responsables de la muerte de su madre. El filme no tarda ni veinte minutos en citar John Wick con nombre y apellido, reconociendo la influencia de la catedral del cine de acción contemporáneo, y casi al final se las ingenia para parafrasear (¿inconscientemente?) el título deOnly god forgives en una línea de diálogo.

La latitud adrenalítica y la longitud mística marcan las coordenadas en las que quiere situarse Patel, pero el inicio lo fía todo a una cámara y un montaje nervioso y al subrayado musical. La película y su héroe necesitan caer aturdidos a medio camino para renacer, si no más sabios sí más extravagantes y lisérgicos. Tras introducir un inesperado gesto de solidaridad con la oprimida comunidad trans hindú, el relato encarrila un clímax en el que la iluminación y las modulaciones del espacio sonoro crean una estilización que choca con una violencia sucia y desmedida. Es aquí cuando la determinación febril de la mirada de Patel delante y detrás de la cámara se mimetiza por completo con la de un personaje harto de aceptar que los demás dicten cuál es su sitio.