Cine

'Romería': la película que desvela a Carla Simón como gran directora de la sensualidad

El largo que cierra la trilogía familiar de la cineasta abre las puertas para transitar nuevos y estimulantes territorios

'Romería'

  • Dirección y guión: Carla Simón
  • 114 minutos
  • España y Alemania (2025)
  • Con Lucía Garcia, Mitch y Tristán Ulloa

En Lagunas, un corto anterior a Verano 1993 (2017), Carla Simón recupera las cartas y algunos vídeos de Neus Pipó, su madre, mientras recorre los paisajes por los que ella transitó décadas antes. La película termina en el Hospital del Mar, con la cámara enfocando el horizonte mientras oímos las últimas voluntades de Neus, que antes de morir nombra a su hermano tutor legal de su hija Carla. El inicio de Romería entronca con ese final para cubrir algunas de estas lagunas. Marina (Llúcia Garcia), una joven estudiante de comunicación audiovisual, viaja por mar desde Barcelona a Galicia para obtener el reconocimiento oficial de su familia paterna. El diario que escribió a su madre de su estancia allí le sirve de guía.

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Con Romería, Carla Simón continúa el tráfico iniciado en sus películas anteriores a la hora de concebir el cine como un territorio para reconciliarse con la memoria familiar, aquí, la de los padres fallecidos tan jóvenes a causa del sida. Acompañamos a Marina en su viaje de descubrimiento de la familia paterna y de los lugares donde sus progenitores fueron felices, pero también donde se engancharon a la heroína. Como Verano 1993, la directora hace presente la experiencia de vivir sin los padres biológicos. Pero aquí ya no desde el punto de vista de una niña marcada por su ausencia, sino desde la perspectiva de una chica adulta que quiere comprender a unos jóvenes de su edad, cuya vida quedó truncada de forma prematura. Y como Alcarràs (2022), Simón construye un drama familiar coral en el que confluyen figuras muy diversas, desde el abuelo patriarca que todo lo soluciona con dinero al tío que siempre habla con franqueza. El progresivo conocimiento por parte de la Marina de sus tíos, tías y pareja de ancianos añade capas de complejidad a esta historia familiar marcada por un estigma, el del sida, convertida en un tabú sobre el que no se habla.

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Cuando Romería justo corre el peligro de estancarse como un drama de secretos y mentiras en torno a una familia burguesa con una limpia rebelde, hace acto de presencia un gato que ya hemos visto antes en el barco donde vivieron los padres de Marina (atención a los muchos detalles que trufan la película como piedrecitas para recorrer un nuevo camino). Como el conejo deAlicia en el país de las maravillas, el felino conduce a la protagonista al otro lado del espejo, pasando por uno de los espacios de la memoria de la madre, la tienda de cómics donde trabajó de joven. Entonces Romería se adentra en un terreno inédito en el cine de Carla Simón, más cercano al fantástico y al surrealismo, sin abandonar del todo los códigos naturalistas. Al modo de Petite Maman (2021), la mejor obra de Céline Sciamma, la película entra en una nueva dimensión en la que una hija y una madre coinciden como chicas de la misma edad, lo que permite a la primera imaginar la historia de amor y muerte de la segunda con su padre.

La directora se distancia del imaginario sórdido y deprimente con el que se asocia la juventud de los ochenta víctimas de la droga y del sida para recordar cómo también fueron la generación que abrazó un concepto liberador de la vida después de décadas de oscuridad represiva. Y así representa a sus padres, como una pareja que escapa a una isla ideada como un territorio edénico donde todo puede empezar de nuevo. La escapada se cierra con una coreografía al ritmo de Bailaré sobre ti tumba de Siniestro total, en el que la directora encapsula como un grupo de jóvenes festivos acaban convertidos en integrantes de la Santa Compaña, una ejemplar metáfora poética para plasmar el fin del sueño hippie.

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En este segmento fantástico, Simón convoca el erotismo resplandeciente junto al mar del Ingmar Bergman de un Verano con Monika (1953), el espíritu rebelde de Pierrot le Fou (1965) de Jean-Luc Godard pero también los imaginarios hippies de Zabriskie Point (1970) de Michelangelo Antonioni y de la olvidada More (1969) de Barbet Schroeder, rodada en Ibiza. Simón se desvela así como una gran cineasta de la sensualidad, como una directora que no solo sabe invocar imágenes emotivas sino que late la pantalla con el erotismo desbordante de los cuerpos de la pareja protagonista, la debutante Lucía García y el músico Mitch, que transmiten un magnetismo físico como pocas veces sentimos en el cine del cine. Una sensación que también genera, por cierto, la otra gran película catalana de la temporada, Extraño río de Jaume Claret Muxart. Así, Romería cierra una trilogía que confirma a Carla Simón como uno de los grandes nombres del panorama cinematográfico contemporáneo a la vez que deja abierta la puerta para emprender nuevos caminos.

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Trailer de 'Romería'