Cuando las tensiones familiares hacen temblar la tierra

Las tierras de la familia Machín están ligadas al mundo de los espectros y las fábulas telúricas. Así lo entiende la cineasta canaria Macu Machín, al levantar el telón de su opera prima, La hojarasca, con un cuento narrado en off que explica el origen de unas propiedades que, en la película, deben repartirse tres hermanas: Elsa, Maura y Carmen Machín. Las tres son mujeres de edad avanzada, así como la madre y las tías de la directora. Mientras que Carmen se quedó en La Palma trabajando la tierra, las otras dos se fueron y ahora vuelven sin apenas nada a los bolsillos y golpeados por la vida: Maura sufre una enfermedad degenerativa y Elsa se encarga de cuidar -la.

La hojarasca, pues, aborda una crisis familiar, pero también ofrece un retrato entre el documental y la ficción sobre unas feminidades crepusculares. O más bien una autoficción, porque las hermanas recrean en la película los problemas y discusiones que tuvieron en la vida real a causa de la herencia. En cualquier caso, sean vivencias reales o impostadas, a Machín no le interesa la resolución del conflicto sino acercarse a la tierra y los rostros en disputa, siempre en busca de unas texturas que capturen el cansancio del cuerpo, la furia silenciosa de los reproches o la melancolía por el paso del tiempo.

Hay momentos de La hojarasca especialmente sobrecogedores, donde las formas hostiles de la naturaleza se imponen de forma muy orgánica. En este sentido, cabe mencionar el trabajo de cámara de José Alayón y Zhana Yordanova, y el de sonido de Joaquín Pachón y Emilio García. En cambio, hay momentos en los que la radiografía familiar es demasiado elíptica, como si la directora tuviera olor a interponerse en las dinámicas de las hermanas y, más allá de la metáfora del volcán en erupción, elaborar con mayor complejidad sus dilemas dramáticos.