La gracia de las segundas oportunidades

François Ozon nos presenta la protagonista de Cuando cae el otoño escuchando al sermón (sobre un asunto nada banal, como iremos viendo) en la iglesia de su pueblo en la Borgoña. La introducción nos sitúa a Michelle en sus plácidas rutinas de jubilada. La misa, ir a cazar setas con su amiga Marie-Claude, leer en la cama, preparar la comida para cuando vengan a comer la hija y el nieto… Pero nada es lo que parece en éste thriller moral y rural francés que tiene más de un punto de contacto con Misericordia de Alain Guiraudie, la ganadora de Seminci con coproducción catalana. Bajo el retrato de un retiro tranquilo en un paisaje de cálidos tonos otoñales, el director va haciendo emerger las turbulencias del pasado, que se significan sobre todo en el rencor de la hija de Michelle.

Sin embargo, Ozon no se contagia a la tradición del thriller burgués de provincias al modo de Claude Chabrol sino que invoca la gracia del perdón y de las segundas oportunidades facilitadas a través del amor a los demás ya la vida. Una perspectiva suficientemente defendible, pero que el director introduce con cierta confusión e incoherencia. Le gusta jugar con las expectativas en torno a los prejuicios sobre los personajes, pero reduce alguno, el de su hija, a un mero arquetipo negativo con el que no hay manera de empatizar. En su cuento moral otoñal destaca sobre todo el retrato cálido y complejo de la amistad entre dos mujeres mayores, interpretadas por las espléndidas Hélène Vincent y Josiane Balasko.