Itsaso Arana: "La imagen de un muerto te cambia la vida y debería enseñarse en las escuelas"
La cineasta debuta como directora con 'Las chicas están bien', que se presenta en la Atlántida Film Fest en su estreno estatal
Barcelona¿Quién no quiere una semana de plácidas vacaciones lejos de la ciudad con baños en el río y amigas con las que compartir intimidades, y más si estas amigas son como las actrices Itsaso Arana, Bárbara Lennie, Irene Escolar, Itziar Manero y Helena Ezquerro? Las chicas están bien es el debut como directora de Arana (Tafalla,1985), se ha presentado este sábado en el Atlántida Film Festival en su estreno estatal después de pasar por Festival Karlovy Vary y llegará a los cines el 25 de agosto. La productora de la película, Los ilusos films (La virgen de agosto y Tenéis que venir a verla), le ha hecho de escuela a la cineasta, que dice que sin esta formación no se habría atrevido con la dirección: "No me hubiera imaginado cómo".
Bajo el cielo del patio del centro cultural de la Misericordia ha encontrado un escenario familiar para este "cuento de verano que se va encantando" sobre la amistad femenina con reflexiones en torno a la interpretación y la muerte, y la aparición de un sapo y un príncipe despistado (Gonzalo Herrero hace de hombre decorativo). "¿Cuántas veces las tías hemos hecho bonito en las películas?", dice Arana. Ahora bien, las cinco actrices protagonistas, pasadas por la criba de la ficción, hacen de sí mismas, y comparten experiencias autobiográficas que la cineasta recogió con entrevistas personales antes de escribir el guión. Al fin y al cabo, una película es para ella "un banquete a tus amigas en casa, una buena charla donde compartes vulnerabilidades". "Somos bastante así", dice, o "ojalá fuéramos así". Se explica: "Creo que el cine siempre es una aspiración del estado en el que me gustaría que viviéramos más a menudo".
El título responde a esta idea. El mensaje reconfortante "las chicas están bien" es, en realidad, una utopía. "Estar bien no es tan fácil. A mí no me resulta fácil estar bien. Es una aspiración", explica. Por un lado, "hay una exigencia sobre el hecho de ser mujer, y debemos bajarle el volumen y decir que lo hacemos como podemos". Por otro, es una frase que lee en boca de su madre, pronunciada con despreocupación, "como un augurio": "Repetirlo también hace que sea realidad".
La imagen de un muerto
El filme surge de dos deseos personales: "Trabajar con un grupo de actrices y amigas que quiero y reflejar que vengo de una familia de muchas mujeres". En este cuento de verano alejado de Rohmer y que se refleja más en el teatro filmado de Matías Piñeiro o Céline Sciamma, las cinco actrices ensayan una obra de teatro de época en un molino abandonado, "cerradas y esperando algo", una historia que se repite en la literatura con ejemplos como La casa de Bernarda Alba.
"Esto ha sido mi vida": explica Arana, que describe el origen de esta creación con una experiencia de duelo autobiográfica: "Estábamos todas las mujeres de la familia en la casa familiar, en mi pueblo, alrededor de mi padre, mientras se moría. Esa imagen me quedó y sentía que había una lección de vida que quería compartir". La lección la da la misma Arana en la película: "[La imagen de un muerto] es una imagen que te cambia la vida y que debería enseñarse en las escuelas [...] Es una imagen que te da ganas de vivir. ¿No creo que los muertos se parecen a las pinturas?"
Un gesto de compañerismo
La relación entre las cinco amigas, que se acompañan y aman, es casi antisistema. "El mundo invita a que las relaciones entre mujeres, y más entre actrices, se tensen. Hay una tendencia a la competitividad porque, objetivamente, no hay trabajo para todas", dice la cineasta, que considera complicado no compararlo no sentirse insuficiente o no sentir que no se encaja en el mundo del cine porque "es la industria la que lo hace todo el rato".
Califica la película de "un gesto de compañerismo entre actrices, y entre mujeres" enmarcado en "una lucha interior que sólo podemos hacer nosotros, y que debemos hacer a conciencia cada día y en cada momento". Sin embargo, no quería transmitir "un mensaje epidérmico", sino "una filosofía que atraviesa toda la película" desde el mismo rodaje, muy cuidado y horizontal: "Espero que esta forma de tratarnos sea visible".
Y está en la búsqueda de este reconocimiento de las vulnerabilidades que el filme da la vuelta al cuento de la princesa y el guisante. Esta historia siempre había "fascinado y aterrorizado a partes iguales" a la cineasta hasta que supo por Vivian Gornick que "la princesa no buscaba al príncipe, sino al guisante". "Claro", pensó, "no debemos negar nuestra fragilidad". Es de ahí que nace la película: "Mi propia insatisfacción es mi motor creativo, y no tengo que intentar taparlo bajo veinte colchones, sino que es mi tesoro".