Cine catalán en el mundo

La película sobre desahucios que podrás ir a ver con tus hijos

Irene Iborra estrena en el festival de animación más importante del mundo la película 'Olivia y el terremoto invisible'

BarcelonaIncluso antes de que se estrene, Olivia y el terremoto invisible ya es un hito: es el primer largometraje catalán de animación en stop-motion hecho en Barcelona y es el primer filme con esta técnica en Cataluña que dirige una mujer, la guionista, productora y directora Irene Iborra. La cinta, además, acaba de celebrar su première dentro de la competición del Festival de Cine de Annecy (Francia), la Meca del cine de animación, y tiene garantizada la distribución en cines de cara al otoño.

La película adapta la exitosa novela juvenil La película de la vida (El Barco de Vapor, 2017), de Maite Carranza, que le puso a Olivia a la protagonista en honor a la hija de Iborra, porque se conocían desde el máster de guión y habían coescrito una serie de libros infantiles juntas. La historia cuenta el desahucio por impago de la hipoteca de una familia monomarental y el realojamiento en un piso propiedad de un banco en un barrio humilde y diverso de extrarradio. "Maite siempre escribe muy conectada con la sociedad y esta historia me emocionó, la encontré bonita, delicada, mucho de niños y para niños", explica la directora, que hasta embarcarse en la película había hecho cortometrajes en stop-motion y guiones de animación.

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Un drama con mirada infantil

Uno de los atractivos es que Olivia y el terremoto invisible aborda un tema complejo y dramático desde la mirada de una niña de 12 años que no entiende el traslado, ni el abatimiento de la madre, ni acaba de encajar que sean tan pobres que tengan que ir al banco de alimentos. Ahora bien, sí entiende que debe fingir ante el asistente social para que no separen a la familia y que debe esforzarse por hacer creer a su hermano pequeño que todo es una comedia trepidante. "La actitud que le sale o está forzada a encontrar es la parte positiva en el agujero más oscuro. Vive entre la desesperación y la inocencia, porque los niños no tienen ciertos condicionantes sociales", reflexiona la directora.

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Los muñequitos y sus movimientos le dan alegría a una película en la que también juega un papel clave la imaginación y la fantasía. "En el caso de la madre, es como una especie de escudo protector para no hundirse y, en el caso de la niña, utilizamos metáforas que funcionan muy bien, como el terremoto y la caída en el abismo, que es un espacio fuera de la realidad, en el interior de Olivia", explica la directora. Son soluciones que transmiten de forma muy sensorial la ansiedad que deben sufrir los niños que se encuentran en situaciones tan extremas como perder el hogar.

Para la directora, el hecho de que no sea una película blanca es justamente la gracia y al mismo tiempo el riesgo comercial del filme. "No sé si se admite que a los niños se les cuente la sociedad en la que vivimos, con sus claroscuros, aunque no sea tan descarnado como le contaríamos a un adulto. Pero como Maite no tenía miedo, yo tampoco", afirma Iborra. La película incluso tiene algunas referencias concretas a entidades sociales como la PAH, al fondo buitre Pedranegra y unos decorados realistas cercanos al documental. "Es una película de aventuras para todos los públicos a partir de 8 años, pero los adultos deben estar preparados para recibir todo tipo de preguntas —avisa la directora—. Me gustaría que la gente que vea la película sienta que nunca estamos solos, que siempre hay una red humana con la que puedes conectar y que la fuerza de la gente que se junta".

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Un referente de premio

El referente claro era la película francosuiza La vida de Calabacín (2016), un filme en stop-motion sobre un niño que termina en un centro de acogida que fue nominada a los Oscar y premiada a los César, a los Premios del Cine Europeo y al Festival de Cine de San Sebastián. "Aquello me dio el empuje para pensar que se podía hacer una película de stop-motion aquí y con una historia dura para niños. Ahora veremos qué pasa", apunta la directora, que ha contado con la coproducción de otros cuatro estudios de aquí y otros cuatro de Francia, Bélgica, Chile y Suiza. Además, dos de los artistas que firmaron ese filme y de los nombres más reconocidos del mundo de la animación (han trabajado con Wes Anderson, Tim Burton y Guillermo del Toro) se: el británico Tim Allen como padrino y colaborador.

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El proceso hasta el estreno de este lunes en Annecy ha sido largo, laborioso y costoso: el presupuesto asciende a 4 millones de euros, aproximadamente como El 47 y más que Alcarràs o Casa en llamas. La técnica implica no sólo los años de escritura del guión y desarrollo habituales, sino un año de construcción de los muñequitos y otro año con todo un equipo internacional instalados en una nave del barrio barcelonés de Sant Martí dedicado a grabar a los personajes imagen a imagen dentro de los decorados en miniatura. Iban a ritmo de cuatro segundos por animador por día, unos diez segundos de película por jornada. "El resultado es muy bueno, nada tiene que envidiar a cualquier producción europea. Es un salto cuantitativo y cualitativo", celebra Iborra, profesora de la escuela BAU, que lleva diez años nutriendo el cine de especialistas en esta técnica. "Estoy contenta de abrir camino, pero es un honor extraño, porque creo que nos ha costado mucho. Espero que detrás de mí vengan más en masa", afirma la directora, quien también admite que las dificultades de conciliación con la maternidad, el hecho de ser una experiencia pionera en Catalunya y la elevada inversión a seis bandas han puesto en juego muchos miedos. "Romper techos de cristal te deja heridas: ha sido muy duro", reconocía Iborra días antes del estreno en Francia.

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