BarcelonaMario Casas debuta como director con Mi soledad tiene alas, que llega este viernes a los cines. Escrita con su compañera, la actriz belga Déborah François, la película la protagonizan su hermano, Óscar Casas, y los debutantes Candela González y Farid Bechara. Los tres interpretan a unos jóvenes que viven entre trabajos precarios, delincuencia ocasional, violencia estructural y la esperanza de encontrar una salida. "Quería contar una historia sencilla, que después se convierte en una Bonnie & Clyde de barrio", dice Mario Casas sobre un filme en el que demuestra tener una mirada cinematográfica muy interesante.
¿Qué ha sido lo más placentero de dirigir?
— Conocer ese arte y esta industria mucho más. Ahora mismo conozco cómo se crea una película desde la primera palabra. Hace tres años y medio que empezamos a escribirla, durante la pandemia, y ha sido como levantar una casa desde el primer ladrillo. Quieras o no, para mí el cine se ha convertido en algo aún más poderoso. Me ha cambiado la vida. Ahora acabo de rodar una película con Rodrigo Cortés, y en el set de rodaje yo ya veía el cine de otra forma, más panorámica. Además, he podido contar una historia que he escrito con Déborah François, la coguionista, y es casi como un hijo.
Déborah es de Lieja. Tú te criaste en Esparreguera. ¿Cómo crees que estos paisajes y sus respectivas experiencias personales se reflejan en la película?
— La película tiene algo que ver con la infancia y la adolescencia de Déborah, y con mi adolescencia. Tiene algo muy de los 2000... La ropa, la música, como el flamenco que escucho desde pequeño. Ahora el barrio es más de trap y de rap, pero antes era más de flamenco. Inconscientemente, cuando escribes eres tú; estás creando una historia, pero muchas veces tienes que partir de tus emociones o de las vivencias para poder llenar las páginas. La película también tiene algo de ese viaje que hice a Madrid con 18 años para ser actor. Me fui buscando un sueño, diferente al de los personajes porque ellos van por otra razón, pero está ese dejar una vida atrás y empezar una nueva, dar el paso del niño al adulto. Hay algo de mí y creo que también de Déborah, porque ella se fue a París.
La primera parte de la película transcurre en Barcelona y la filmas mostrando que, pese a la violencia de la situación, los personajes tienen una red de afectos. En cambio, cuando van a Madrid los filmas distinto, resaltando su soledad.
— Sí, totalmente. Esta red es el barrio, un personaje más de la película. Para mí la Mina y Bellvitge eran superimportantes. Quería mostrar el barrio lo más sincero posible, y estoy muy contento de lo creíble que ha quedado, y no es nada fácil. Toda la gente que rodea a los protagonistas es gente del barrio que nos ha echado una mano. En cuanto a Madrid, se respira todo de otra forma, ellos no saben con quién se cruzarán. En esta Barcelona que filmo hay algo más de frescura, y en Madrid quería filmar algo más frío, más seco, una sensación que yo mismo experimenté cuando fui de joven. Ya es eso, lo que buscábamos, porque en la película representan cosas distintas.
Tenías muy claro que el barrio no tiene que filmarse ni con condescendencia ni con paternalismo.
— Realmente, nos metimos dentro del barrio. Cuando empezamos a buscar sitios, me enseñaban localizaciones, pero yo no lo veía claro. La idea que tenía en mente era una imagen del cine francés, de chavales rodeados de edificios altos, casi como colmenas; como el recuerdo que yo tenía de Bellvitge y de esos edificios altos que no te permiten salir. Cuando grabamos en la Mina, fue increíble: al final todo el barrio quiso estar en la escena, y lo que sale es la verdad, era lo que estaba ocurriendo realmente. Para mí era superimportante que fuera real.
¿Te interesaba abordar, aunque tangencialmente, aspectos como la violencia contra las mujeres y contra los niños?
— Más bien explicar de dónde nace esta violencia. Dan, el personaje que interpreta Óscar, nace en una familia desestructurada, sin madre, con un padre en prisión que le ha destrozado la vida. La película habla de lo que puede causarte una educación desestructurada. Dan crece sin un apoyo emocional, y de ahí también sale la soledad, y por eso intenta descubrir quién es realmente, pero no tiene las herramientas, no se las han dado. No ha recibido la educación emocional.
Tu película se inscribe en la tradición del cine sobre fugas, de Al final de la escapada (Jean-Luc Godard, 1960) a Deprisa, deprisa (Carlos Saura, 1980), por ejemplo. ¿Has tenido en cuenta esta tradición?
— Una de las películas que más me marcó siendo chaval, y cuyo tono quería reproducir, es 7 virgenes (2005), de Alberto Rodríguez, un director que admiro muchísimo y con quien hice Grupo 7 (2012). Quería hacer jugar esto que ya hemos visto en otras ocasiones, pero con un cine quizás más francés o más americano independiente, el de Waves (Trey Edward Shults, 2019) y American honey (Andrea Arnold, 2016); un tipo de película con otra luz. Quería mezclar estas dos cosas, a la vez que tenía muy claro qué película quería contar, y cómo: haciendo que la cámara siguiera constantemente a los actores, no perderme nada, que pudieran improvisar, que pudieran jugar. Era como una fijación constante, estar encima, y sobre todo los planos de espalda, los planos de seguimiento por la nuca, que me fascinan.
Como la técnica de filmación de los hermanos Dardenne.
— Sí, algo de eso hay. Y, claro, Déborah ha trabajado con ellos [en El niño; 2005]. Han aparecido a menudo sobre la mesa, los Dardenne, mientras hacíamos la película.
Mencionabas la influencia de American honey, que es una película magnífica.
— Hay algo en la luz y en las referencias para escenas como la del parque acuático que son de American honey o de Waves, que también me gustó mucho. American honey es una película muy interesante.
La tristeza que transmite la mirada de los personajes de American honey también la tienen los personajes que interpretan tu hermano y Candela González. Existe un punto de tristeza incluso en la esperanza.
— Es una mirada realista, están viviendo una vida. Quería contar una historia sencilla, que después se convierte en una especie Bonnie & Clyde de barrio, y la película estaba en los actores; esto era lo más importante, que estuvieran bien.
¿Candela González y Farid Bechara son fruto de un casting muy elaborado?
— Más de un año de casting. Sí, fue largo. Candela fue de las primeras que apareció. Así como Farid está más cerca del personaje que interpreta, a Candela, como a Óscar, la hemos llevado a construir el personaje, porque ella tiene poco que ver con Vio. Es muy interesante el trabajo que ha hecho, parece que lleve ya unas cuantas pelis hechas, porque tiene algo muy poderoso y muy salvaje, es alguien muy especial y con mucha verdad. De lo que estoy más contento es de los personajes, y espero que conecten con el público, que diga: "Hostia, están muy bien los chavales, hay un trabajo detrás". Con esto sería el director más feliz del mundo.
Antes hablabas de la música, que también es importante en la película. Hay canciones de Chiquetete, Morad, Rocío Márquez...
— Esta cobardía, de Chiquetete, es por mi padre, porque en casa escuchábamos a Chiquetete, Manzanita y Dire Straits. Morad fue algo que iba más allá de la música. Cuando Óscar me pidió una referencia para el personaje, le dije que no quería que fuera el cliché de macarra. Entonces le propuse que mirara el programa que Jordi Évole dedicó a Morad, porque además es un artista como el personaje de la película. En el programa hay un momento que sale la madre de Morad acariciándole el pelo, y lo oyes hablar y es como un niño. Una vez tenía la película, contacté con Morad para explicarle que había sido una referencia para el filme, y él nos hizo la canción que suena en los créditos.
¿Te ves dirigiendo más películas?
— Soy actor, he crecido siendo actor, pero siempre me he fijado mucho en los directores y he preguntado mucho. Querría dirigir más, aunque te quita mucho tiempo. He estado un año y medio que no he trabajado como actor... Pero sí, volvería a colocarme detrás de la cámara. Y volvería a llamar a Óscar, porque me gustaría llevarlo a otro lado completamente diferente y construir otra cosa completamente distinta.