David Cabrera: "Comete un crimen y se esconde 24 años donde no llamará la atención: en su barrio, en el Raval"
Periodista, escritor y director de documentales
BarcelonaAcostumbrado a narrar historias a través de la imagen, los sonidos y el silencio, el documentalista y realizador de televisión David Cabrera (Barcelona, 1975) debuta como escritor con La Sombra (Libros del K.O.), un libro basado en hechos reales que narra la historia de un legionario que comete un crimen y decide esconderse en medio del bullicio de Barcelona durante 24 años.
¿Qué explica en La Sombra?
— Es la historia de un hombre que huyó de una condena y se escondió entre todos nosotros para hacerse invisible, pero en la vida hay cosas de las cuales no se puede huir. Como de la culpa, que es como nuestra sombra y por mucho que corras siempre la tienes pegada a los tobillos. Este hombre comete un crimen en Madrid, le caen 18 años de prisión y, en vez de huir al extranjero o irse a la montaña, hace una cosa insólita, pero obvia, que es esconderse allí donde cree que no llamará la atención, en su barrio, en el Raval, camuflado entre un millón de barceloneses. De hecho, se va a dos calles de distancia de donde vivía antes. ¿Por qué no llama la atención? Porque todo el mundo lo conoce. ¿De qué huye en realidad? De él mismo. Por la infancia que ha tenido y por su carácter, sabe que, si entra en prisión, los 18 años de condena se convertirían en 25, 40 o en toda una vida, puesto que tarde o temprano tendría algún problema. Su manera de reinsertarse en la sociedad fue huir durante 24 años.
Hasta que decide ir a ver a la policía.
— Un buen día se presenta en la comisaría con un documento de la época franquista: "Vengo a renovar el carné". Pasa una noche en prisión y al día siguiente le confirman que el crimen ha prescrito. Después de más de 20 años puede salir a la calle con identidad.
Y cierta libertad. La sensación del libro es que la Sombra vive prisionero fuera de la prisión.
— Cuando él valora lo que ha sido su vida, dice: "Aunque no he entrado en prisión, he cumplido condena y todavía la continúo cumpliendo". La fuga le permitió una vida que no habría podido tener, puesto que fue padre. Tuvo una vida equiparable a la de muchos barceloneses, pero hubo cosas que no pudo hacer. Y ahora sufre las consecuencias de su decisión, porque no pudo cotizar y ahora no tiene derecho a una pensión. Tampoco pudo comprar un piso. Ahora es un señor mayor con un futuro complicado, que considera que todavía continúa pagando penitencia, también la de la soledad, puesto que una condición de su fuga era que no podía ser importante para nadie.
"No ser nadie importante para nadie. Alguien que pisa y no deja huella", escribe usted.
— Una manera de proteger su secreto fue no intimar. Su círculo de intimidad, la familia y los amigos, se cierra con 21 años y no se puede abrir hasta muchos años después.
Hace un máster en el mercado negro y en el anonimato.
— Su vida es un retrato de este país, donde pagando las comisiones y sobornos adecuados puedes sobrevivir. Él conoce las rendijas del sistema, aprende a vivir sin identidad, a ir al médico o tener trabajo, incluso trabajadores a cargo, sin tener papeles. Se convierte en aquel señor que nunca llama la atención. En un bar, por ejemplo, siempre se sienta mirando a la puerta para ver quién entra, pero, si está en la terraza, lo hace a la inversa, dando la espalda a la calle por si pasa un coche patrulla. Todavía ahora está en un estado de alerta perpetuo, está hablando contigo y tiene una mirada atenta a todo.
¿Se culpa de lo que hizo?
— No he pretendido hacer un tratado sobre la culpa, pero cuando tratamos la culpabilidad es interesante ver cómo las personas manipulamos hechos que nos han pasado para encajarlos de forma que nos permita vivir sin que nos haga daño. Él vive en un contexto social donde la muerte estaba más normalizada que ahora. Documentándome me sorprendió el volumen de criminalidad que había. Si no lo pillan es por diferentes motivos: porque tiene habilidad para esconderse, porque tiene cierto conocimiento de la policía que le permite huir cuando está en riesgo, pero también porque hay tanta delincuencia en aquel momento que, si no eres alguien que llama la atención, no van detrás tuyo.La Sombra era uno más.
Él no es el Vaquilla.
— Él era una versión vulgar del Vaquilla. Los dos pisaron los mismos escenarios. Con 16 años entra en la Modelo, donde se encuentra el Vaquilla, que estaba de manera ilegítima, porque tenía 15 años y no tendría que haber entrado hasta los 16. Los funcionarios de prisiones de aquella época me explicaban que no sabían qué hacer con aquellos chavales, que los ingresaban en la prisión para sacarlos de la calle un tiempo. En la Modelo había gente con crímenes muy fuertes, asesinos en serie, pero los más complicados eran estos adolescentes. Salían y volvían a delinquir aquella misma tarde. Eran incontrolables.
El libro es una crónica de una época a través de un personaje marginal.
— Una crónica de la violencia de este país, del terrorismo, de la llegada de la heroína en los 80, de la degeneración de los barrios... La vida de la Sombra lo va ligando todo. Vive toda la presión preolímpica en el Raval, donde hay muchas batidas policiales, mucha droga y prostitución, o la expulsión de mucha gente como él, que se habían criado en el barrio y acaban arrinconados y expulsados por los turistas. Es un mundo sórdido que existe en la ciudad y no aparece en las guías turísticas.
¿Ha tenido dilemas éticos? ¿Miedo de justificarlo o de qué podía suponer el libro para la familia de la víctima?
— Cuando lo conocí hicimos un pacto: "Tu no me engañarás y yo no te juzgaré". Es un señor que ha sido juzgado y condenado. Su crimen está fuera de duda; por lo tanto, yo no podía hacer un juicio moral. Yo he conocido un señor mayor que incorpora todas las personas que ha sido anteriormente: el adolescente delincuente de barrio, un individuo que cometió un homicidio..., pero a la vez es un señor que ha sido honesto, amable y generoso conmigo. Yo quería entender y explicar su vida, pero mi función no es justificar nada de lo que hizo: lo narro y que el lector saque sus conclusiones. Esto me ha obligado a tener una mirada distante. No en la relación que se ha establecido entre nosotros, que hemos creado un vínculo afectivo y de confianza, pero sí en mi mirada hacia él. No podía ponerme nunca de su lado, a pesar de que, inevitablemente, cuando haces un libro con un protagonista tan marcado, a pesar de que sea un asesino, el lector acaba empatizando con él. Y, sobre la familia de la víctima, son protagonistas accidentales de la historia. Los he tenido presentes, siempre pensando en no volver a hacerles daño, pero soy consciente de que saber quién era el señor que mató a su familiar y que eludió su responsabilidad penal tiene que ser doloroso.
¿Cuánto tiempo ha durado el proceso de conocer a la Sombra?
— Cuatro años. Han sido muchas horas de conversación, muchas cosas íntimas, días y días rascando en la memoria. Él dice que hablar conmigo lo ha hecho sentir como si hablas con un psicólogo, que le ha hecho bien explicarlo por primera vez, pero llegó un momento que se le hizo desagradable, largo, que cuando hablaba se sentía bien, pero por la noche se le removía todo y tenía pesadillas.
¿Cómo lo miraba la primera vez y cómo ha evolucionado su mirada?
— Con curiosidad. Nunca le escondí nada, fui muy explícito con mis intenciones. Él fue muy honesto desde el principio, quería continuar siendo una sombra. Es un hombre inteligente, prudente, que no ha participado en este relato por vanidad. En aquella primera tarde que me explicó su vida no era nada complaciente con él mismo, no se escondía de nada. Mató apuñalando en el corazón. Sabía lo que estaba haciendo. Cuando sacó el puñal sabía que lo había matado.
"Nadie puede protegernos de nosotros mismos".
— Es una frase que él dice cuando habla con su madre, que se reprocha que con otra infancia podría haber cambiado su trayectoria. Él lo niega: tiene una atracción con la noche, con la calle, están imantados. En todas las vidas que hubiera vivido, habría acabado haciendo lo que hizo. Hay cosas que nos marcan, que nos hacen avanzar por un camino y es complicado salirse. Hablé con gente de su infancia y me dijeron que era el único que había conseguido salvarse: algunos murieron por la droga, otros por el sida o en medio de tiroteos, otros desaparecieron en la prisión... De aquel grupo de chicos adolescentes que iban con Montesas y Bultacos por Montjuïc y los bares de la Barceloneta él es de los pocos que ha sobrevivido. Por lo tanto, sí, la Sombra se ha conseguido salvar a sí mismo.