Crítica de danza

Rompiendo moldes con un espectáculo sensacional, hipnótico y plásticamente precioso

Marcos Morau (La Veronal) y el Ballet Nacional de España brillan en el Liceu con 'Afanador'

'Afanador'

  • Idea y dirección artística: Marcos Morau
  • Coreografía: Marcos Morau & La Veronal, Lorena Nogal, Shay Partush y Jon López
  • Composición musical: Cristóbal Saavedra
  • Con el Ballet Nacional de España

La tradición del Liceu en materia de ballet y danza siempre ha sabido combinar las propuestas más clásicas con aires de modernidad e incluso vanguardia. Se abusa mucho de este término, pero creo que procede a la perfección al estilo ya la huella de Marcos Morau, que esta vez ha dejado de lado a La Veronal para atender la llamada del Ballet Nacional de España. Con Dressador, ya modo de homenaje al fotógrafo colombiano Ruvén Afanador, Morau ha sometido a los miembros de la compañía al estilo que le es propio. E incluso en algunos clichés que, por el simple hecho de serlo, pueden resultar ocasionalmente repetitivos. Esto aparte, y aunque le sobran quince minutos, el espectáculo es sensacional, hipnótico, plásticamente precioso (con un negro omnipresente en el vestuario, la peluquería y la caracterización del cuerpo de baile) y trepidante, con tan sólo alguna caída de ritmo que hace que, como decía antes, resulte sobrante parte del tramo final, aunque la conclusión vuelve a dejar sin aliento al espectador.

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Las referencias a la fotografía de Afanador son fácilmente identificables, pero el conjunto no se trata de un producto oportunista, sino el resultado de una complicidad entre las sensibilidades de Morau y del artista colombiano. Hay una imbricación total entre el imaginario visual del fotógrafo, la plasticidad de Morau y un flamenco explícito en el zapateado y muy implícito en el telón musical que sirve de fondo sonoro a la propuesta. La estilización de este mismo flamenco, las soluciones expresionistas en algunos pasajes de la coreografía y las citas a diversas formas de bailes hispánicos se dan la mano a lo largo de una hora y tres cuartos de danza de primera magnitud, con un cuerpo de baile impecable, preciso, sincrónicamente perfecto e impecable en la resolución de gestos de piernas, brazos, manos y caras.

Lástima del volumen excesivo de la música y del sonido ensordecedor en algunos momentos, porque esto acaba haciendo artificioso lo que de entrada parece muy natural. Mal menor, en cualquier caso, para una propuesta con la que el Liceu deja bien alto el listón de los espectáculos de baile y danza de esta temporada, felizmente iniciada tanto en el terreno de la ópera como en el de los espectáculos coreográficos.

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