El escritor que sobrevivió al ataque de una pitón de cuatro metros
Andrés Cota Hiriart publica 'Fieras familiares', donde aborda su fascinación por reptiles y anfibios
BarcelonaHan pasado 25 años del ataque, pero la mano del escritor y biólogo mexicano Andrés Cota Hiriart (Ciudad de México, 1982) todavía conserva las cicatrices de un mordisco que habría podido llegar a ser mortal. "En realidad fue culpa mía –admite–. Pasó un día que tocaba alimentar a Güera, la pitón que hacía unos meses que tenía en casa. Dejé dentro de su terrario la rata que se tenía que comer, pero en vez de esperar a que se la zampara, puse el brazo para cambiar el agua de Güera". La serpiente, una pitón de Birmania albina, confundió el roedor que tenía que cazar con la mano de su cuidador y se le echó encima. "Noté un dolor muy fuerte –recuerda–. De repente me di cuenta de que tenía las mandíbulas de Güera traspasándome la mano". El mordisco de la pitón albina no es venenosa, pero preludia el paso siguiente del ataque del reptil, que consiste en enroscarse alrededor de la víctima y hacer presión hasta que consigue provocar, al cabo de unos minutos, una isquemia provocada por el corte de la circulación sanguínea.
"Tenía la serpiente aferrada al brazo y no relajaba el mordisco de ninguna forma –explica, con la sonrisa de quien sabe que la historia acabó mejor de lo que esperaba–. Güera hacía cuatro metros y pesaba más de veinte kilos". Andrés Cota Hiriart tenía en aquellos momentos 15 años. Subió al piso de arriba con la serpiente apretándole el brazo, y con la esperanza de encontrar a su madre. Cuando oyó ruido dentro del baño entró corriendo. Y lo que se encontró puso en un compromiso al chico, a la madre y a su nueva pareja, Álvaro. "Se estaban duchando juntos", dice. La pareja en seguida se dispuso a ayudar al chico. "Mi madre quería matar la pitón clavándole unas tijeras en la cabeza, pero yo le dije que no, que la serpiente me había mordido sin querer", recuerda. Para desconcertar el reptil le dispararon un chorro de agua fría con la alcachofa de ducha, y poco a poco el animal fue relajando la presión. "Fuimos desenrollándola hasta que solo quedaba liberarme del mordisco –dice–. Esto fue lo peor, porque para desclavarme los dientes había que hundirlas primero algo más en mi carne. Solo así podríamos dar marcha atrás sin rasgar los tejidos". Lo consiguieron, pero la mano del chico quedó en tan mal estado que tardó "entre seis y siete años en recuperar la movilidad completa".
Peligrosos y fascinantes
La mala experiencia con la pitón albina no disminuyó el amor de Andrés Cota Hiriart por los reptiles y anfibios. De hecho, les ha acabado dedicando su último libro, Fieras familiares, finalista del primer premio de no-ficción de Libros del Asteroide, donde explica situaciones traumáticas como la que tuvo con Güera –y con un cocodrilo que llegó a tener en casa, y con un león marino–, pero también aventuras por algunos de los lugares del mundo con una fauna más llamativa, como por ejemplo las islas Galápagos, Komodo y Borneo. "No es la primera vez que escribo sobre animales, pero no lo había hecho nunca como ahora –dice–. Tengo, entre otros escritos, un ensayo sobre el ajolote, que es capaz de regenerar cualquier órgano que se le ampute y que mantiene el aspecto joven durante toda su vida". En Fieras familiares también se aproxima a ellos, pero en clave personal. La vida del autor ha estado íntimamente ligada a las arañas, serpientes, escorpiones y ajolotes que aparecen en el libro. "Me parece que todo empezó por la fascinación infantil con los dinosaurios –recuerda–. Como ya no existían, empecé a interesarme por los animales que más se les asemejan, los reptiles, y enseguida me di cuenta de que no solo son peligrosos, sino también fascinantes".
Andrés Cota Hiriart se acabó licenciando en biología en la Universidad Autónoma de México y ha combinado el trabajo con animales con la escritura y los documentales. "Un libro de memorias como el mío me ha permitido tomar conciencia de cómo han retrocedido algunas especies: el 40% de los anfibios se encuentran en peligro de extinción, y 500 especies solo se conservan en cautividad". El ajolote es una de ellas. "Cuando era pequeño, los encontrabas por todas partes, en México, incluso eran una carne muy habitual como guarnición de los tacos –asegura–. Ahora prácticamente no quedan. Tenerlos en casa tiene todo el sentido del mundo si los salvas de la extinción. A su vez, es cierto que mantienes en vida aquel ejemplar en concreto, pero no la especie, porque en libertad, y en el ecosistema donde lo encontrabas antes, aquel animal no podría sobrevivir".
Las dos últimas décadas han sido devastadoras para la fauna mundial. "El cambio climático no solo hace desaparecer directamente algunas especies, sino que abre las fronteras a otras –dice–. Si sube la temperatura, hay especies que antes no encontrabas por encima de los 1.000 metros que ahora se aventuran a esas cotas. Los cambios son constantes y cada vez serán más notables. No sé si hay marcha atrás". Cota Hiriart asegura que el amor por las serpientes es un buen filtro para las relaciones sociales. "Gracias a ellas he perdido algunos conocidos, pero he ganado grandes amigos", afirma.
El autor tiene una hija de cinco años a quien ya ha empezado a transmitir el amor por los animales. "Les nuevas generaciones corren el peligro de vivir todavía más desconectadas de la naturaleza que nosotros –advierte–. Una experiencia maravillosa que recomiendo es coger una serpiente. Se tiene el prejuicio que el contacto es frío y desagradable. Si la tienes unos segundos en las manos te das cuenta de que no es así. Hay pocas cosas que se puedan comparar a ello". De momento, la hija de Andrés Cota Hiriart juega con la boa que tienen en casa. "Es una especie inofensiva, solo puede llegar a medir un metro", dice.