Actor. Protagoniza la película 'El buen patrón', que se presenta en el Festival de Cine de San Sebastián

Javier Bardem: "En España siempre le abrimos la puerta al gracioso de turno, desde Jesús Gil y Gil hasta el rey emérito"

San SebastiánCasi veinte años después de Los lunes al sol, Javier Bardem vuelve a formar equipo con el director Fernando León de Aranoa en una película que tiene como trasfondo el mundo laboral y que se presenta en el mismo escenario, el Festival de San Sebastián, donde Los lunes al sol ganó Concha de Oro. Pero El buen patrón no pone el foco en el paro ni la solidaridad de la clase trabajadora, sino en la naturaleza depredadora del poder. Es decir, en los patrones. Bardem ya no es un parado comodón al que le gusta lanzar piedras y verdades, sino Julio Blanco, el propietario de una fábrica de balanzas que opta a ganar un premio a la excelencia empresarial. Encantado de haberse conocido, no para de repetir que la empresa es una gran familia mientras ignora la desesperación de un trabajador despedido, se inmiscuye en la vida privada de sus subalternos y persigue a la becaria más guapa. León de Aranoa ha cambiado el drama por la sátira para dejar entrar el humor negro y la mala leche en un retrato casi grotesco de las relaciones laborales.

¿Hay mucha gente como Julio Blanco en el mundo del cine?

— En el cine hay personas así, sí, pero muchas menos de lo que te podrías imaginar. Es cierto que es una profesión muy jerarquizada donde hay un director arriba del todo y un productor todopoderoso. Se supone que es un mundo poco democrático pero en realidad no es así, cada departamento tiene voz y voto. Ahora bien, he conocido a Harvey Weinstein, y no hay nadie más parecido a mi personaje que Harvey Weinstein.

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¿Qué relación tuviste con Weinstein?

— Él tenía que producir una película que se llamaba Ricardo Mortara y que yo tenía que protagonizar. Fue en 2001, después de Los lunes al sol. El casting fue muy curioso. Yo estaba en un hotel en Londres, sentado en una silla, y él apareció por una puerta y me dijo: “Dime dónde naciste, pero en inglés”. Y yo: “Pues nací en Las Palmas de Gran Canaria...”. Y él: “Ok, ¡el papel es tuyo!”. Y se marchó. Yo me quedé alucinado, no entendía nada, porque era el papel protagonista de una película importante con Anthony Hopkins.

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¿Lo volviste a ver?

— Sí, cuando optaba a un papel en Nine. Y era una persona encantadora, muy inteligente y con una cultura y un gusto cinematográfico envidiables. Y cuando estalló el escándalo no me lo podía creer. Pero después vas pensando un poco y ves una pauta: era una persona agobiante, con una gran presencia física, que te cogía, te tocaba. Te sientan, te traen comida... Acabas pensando “pero, ¿cómo salgo de aquí?” Y claro, tiene sentido que alguien que hace todo esto también pueda hacer todas las otras cosas.

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¿El carisma y el abuso de poder van siempre juntos?

— En el caso del personaje de Julio Blanco el carisma es necesario para que la gente le abre la puerta y se crea que él tiene una voluntad real de ayudarles, cuando realmente lo que hace es invadir su intimidad para controlarlos. Te hacen sentir especial y, cuando te das cuenta de lo que está pasando, ya te han invadido. Blanco tiene esa simpatía de tasca que hace que caiga bien. En España siempre le abrimos la puerta al gracioso de turno, desde Jesús Gil y Gil hasta el rey emérito. Hay gente que llega muy lejos porque su carisma hace que se les perdone todo.

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¿La idea del empresario hecho a sí mismo ha hecho mucho mal?

— Es innegable que el trabajo y el sacrificio tienen recompensa, pero en el éxito profesional también influye mucho la suerte. Ahora bien, lo que critica El buen patrón es más bien el abuso de tu cuota de poder, y en este sentido no importa si eres el dueño de una gran empresa o si tienes un bar de barrio. Es como la xenofobia o el machismo, todos conocemos la teoría pero después la tenemos que poner en práctica. Todos tenemos nuestra cuota de poder y tenemos que tratar de no pisar a nadie.

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El mercado laboral está todavía peor que en la época de Los lunes al sol. ¿Te has imaginado qué haría Santa, tu personaje de aquella película, si trabajara en la empresa de El buen patrón?

— ¡Quemarla! [ríe] Fernando [León de Aranoa] y yo hemos imaginado muchas veces qué se dirían Santa y Julio Blanco. La cuestión es que Blanco no es fácil de engañar, porque además del carisma tiene una inteligencia popular. Santa era muy radical y tenía la fuerza del grupo; en esta película se uniría seguro a la protesta del trabajador despedido y cogería por los pelos a todos los trabajadores para que también se uniesen. Santa intentaría hacer daño a la empresa y me gusta pensar que acabaría ganando la partida.

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¿Qué nos dice el contraste de las dos películas sobre la situación de los trabajadores hace veinte años y ahora?

— Las condiciones laborales ahora son tan deplorables o más que entonces. Y también hay un miedo que antes no estaba: que si te niegas a hacer un trabajo, vendrá alguien más preparado que tú y lo hará. Los tiempos no acompañan, hoy en día todo el mundo quiere las cosas en el momento y perfectas. Además, si te enfrentas a un abuso o una agresión, desde las redes sociales te identifican y te atacan. Y esto facilita la impunidad de personajes como Julio Blanco: no se les juzga, se les ignora y se les excusa.

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En el proceso de aproximarte al personaje y entenderlo ¿has reconocido algo de Julio Blanco en ti mismo?

— No es que me reconozca en él, pero sí que reconozco el potencial. Yo no asesino a nadie, pero cuando interpreto el asesino de No es país para viejos estoy obligado a reconocer esa violencia en mí. El actor está obligado a identificar dimensiones desagradables de uno mismo en los personajes que interpreta. Y de Blanco puedo reconocer la parte de uno mismo que se siente con el derecho de pasar por encima de los demás porque la vida te ha dado el poder de hacerlo. Y no estoy diciendo que lo haga, pero son cosas que todos llevamos dentro y tenemos que tenerlo presente. No es lo mismo, pero el otro día estaba Nueva York y es terrible ver el desgaste de los sintecho y el ritmo al cual pasamos por delante suyo cuando vamos por la calle. Esto es también un abuso de poder. Y son situaciones que, llevadas a otro lugar, me sirven para hacer de Julio Blanco, que siente que la vida le ha dado el derecho de verte herido de muerte y pasar de largo.

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¿Cómo ha sido volver a trabajar con Fernando León?

— Entre las cosas que me dieron Los lunes al sol, que fueron muchas, las más bonitas fueron la amistad con Luis Tosar y Fernando. Lo quiero mucho y lo admiro como padre, director y escritor. Nos conocemos mucho y esto es una ventaja a veces y otras un problema, porque sabe perfectamente qué tiene que hacer conmigo para sacarme de quicio. Pero yo con él también me suelto porque sé que es un grandísimo montador de actores y al final esto es lo más importante del cine. El montaje lo acaba definiendo todo: un actor puede marchar a casa contento y pensando que lo ha hecho bien y que ha dado muchas opciones al director, pero si no hay alguien con un sentido fino del montaje no sirve de nada. Y Fernando pasa horas y horas buscando la palabra y el gesto. Por eso el humor funciona tan bien en la película.