Antigua Roma

Empresarias, poetas, prostitutas, mártires y santas: así eran las mujeres en la Antigua Roma

La historiadora Emma Southon cuenta la historia de Roma a través de las vidas de 21 mujeres

Barcelona"Hablar de la historia de Roma a través de las mujeres te permite contar otra historia. No hablar sólo de política, batallas y emperadores, sino de los otros millones de personas que vivieron en el Imperio Romano", explica Emma Southon, doctora en historia antigua por la Universidad de Birmingham. "Es muy interesante e incluso más divertido saber qué hacían quienes no pertenecían a la élite", añade. Las mujeres quedan al margen en muchos relatos y no se encuentran en muchos textos clásicos, pero Southon ha ido arañando de aquí y de allá hasta reconstruir algunas vidas que explica en el libro La historia de Roma en 21 mujeres (Pasado y Presente). "Son mujeres que quizás se dejan entrever en los textos, pero tienes que ir con cuidado porque los han escrito hombres", destaca Southon.

Historiadora y autora deAgripina. La primera emperatriz de Roma(2018), Southon ha encontrado muchas pistas en la arqueología, porque algunas de estas mujeres pudieron explicar parte de su vida a sus epitafios. Saber quiénes eran o cómo vivieron durante más de un milenio también hace replantear qué significa ser romano. "Es importante porque te muestra más cómo podía ser la sociedad de la época. Si dentro de 500 años alguien contara la historia del Reino Unido o España desde el punto de vista de la familia real, no nos sentiríamos muy representados" , destaca.

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Southon habla con bastante ironía de muchas mujeres, algunas convertidas en mitos bajo una mirada masculina, como Lucrecia (la mujer casta y abnegada que aparece más de un centenar de veces en la literatura romana) y Túlia (arrogante, ambiciosa, impulsiva) y adúltera). Aparecen otras muchas que en los libros prácticamente no se mencionan, como la poeta Júlia Balbilla (72-130 dC). Sólo se conservan cuatro poemas, que escribió, mientras estaba en Tebas, en la pierna izquierda de la colosal estatua del faraón Amenofis III. Dejar la huella en los monumentos mientras se hace turismo tiene una historia larguísima: hay 107 fragmentos de grafitis de la época romana en el cuerpo del faraón. Los poemas de Balbilla son bastante provocadores. Demuestran que tenía conocimientos profundos de historia, religión, mitos y leyendas egipcias y persas, y que su griego eólico era impecable. Southon da otros detalles de otras muchas mujeres que dejaron a su rastro en las paredes, como Julia Félix, una empresaria pompeyana.

Fascinados por la virginidad

De forma irónica, Southon también repasa algunos estereotipos. En el libro explica, por ejemplo, el castigo que recibió la vestal Opia, cuyo trabajo, como todas las vestales, era estar 24 horas al día alimentando el fuego sagrado de la diosa Vesta. Era muy importante que las vestiles fueran vírgenes. De hecho, sus padres las ofrecían para el cargo antes de los diez años y por un servicio de treinta años en los que no podían tener ningún tipo de relación sexual. "A los romanos les fascinaba la virginidad, pero lo divertido es que ni siquiera estaban de acuerdo sobre por qué las vestales debían ser vírgenes. Cada autor tiene una versión diferente", detalla Southon. Sin embargo, eran mucho más abiertos y tolerantes con la diversidad sexual. "No eran como los cristianos, que veían el sexo como algo sucio. Y eran extremadamente explícitos y muy gráficos; habría quien se horrorizaría leyendo los poemas de Catulo o Marcial", explica la historiadora. "Los hombres podían tener relaciones sexuales con quienes quisieran y cuando querían, y ponían pene en todas partes porque era un símbolo de buena suerte. Pero con las mujeres era diferente", añade. A menudo, todo era culpa de las mujeres. Nunca se plantearon que la infertilidad fuera algo masculino, era exclusivamente un problema femenino.

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"Cuando escribes historias de mujeres también te encuentras que a menudo salen a la historia porque son transgresoras. Es el caso de Agripina la Joven (15-59 dC), que decidió saltarse los límites que le imponía la sociedad de la época. Las fuentes de las que se nutren los historiadores la vilipendiaron para atreverse a gobernar. Otro caso es Séptima Zenobia, que se proclamó emperatriz en Siria e intentó liderar un ejército", destaca la autora.

Pertenecer a la familia imperial, según cómo, no era una ventaja. Augusto (63 aC-14 dC) legisló mucho ya menudo sus leyes afectaban directamente a las familias. Por ejemplo, prohibió a los miembros de la clase senatorial casarse con esclavos, actores o trabajadores sexuales y penalizó a quienes decidían no casarse. Para incentivar la reproducción, hizo una nueva ley con la que liberaba a las mujeres de la tutela de padres y maridos si tenían tres o más hijos. Sin embargo, su única hija, Julia, que tuvo cinco hijos, no se benefició. Augusto la envió al exilio a la isla de Pandataria (actualmente Ventotene). "Para Augusto, Julia era un útero con patas", dice la historiadora. Cuando la exiliaron, había estado casada tres veces, enviudó dos y el tercer marido la abandonó. Al morir, Augusto lo dejó todo a su última esposa, Livia Drusila, y al hijo de ésta, Tiberio. Éste último decidió retirar a Julia cualquier asignación y la hija de Augusto murió en la miseria.

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Pese a todas las desigualdades, Southon descarta que en Roma pudiera haber un movimiento feminista. "La solidaridad entre diferentes clases era impensable. Las mujeres eran ante todo miembros de su familia y de su clase. La idea de ver a una esclava como una igual era del todo imposible", asegura.