Cómic

Jacques Tardi: “Si me volvieran a ofrecer la Legión de Honor, la quemaría y me mearía en ella”

El dibujante francés y Dominique Grange presentan ‘Elise y los nuevos partisanos’ en el Comic Barcelona

BarcelonaJacques Tardi (Valença, 1946), uno de los gigantes indiscutibles del cómic europeo, sonríe cuando le recuerdan que en 2013 rechazó la Legión de Honor, la más alta distinción que otorga el Gobierno francés. Cuando le preguntan qué haría hoy si se lo volvieran a ofrecer, exclama riendo: “La quemaría y me mearía en ella, ¡en público!”. Tardi hace mucho tiempo que eligió el bando de los que reciben los varapalos del poder. Ha reivindicado la memoria revolucionaria de la Comuna de París en el cómic El grito del pueblo, hecho a partir del libro de Jean Vautrin. Ha dibujado la vida en las trincheras de la Primera Guerra Mundial desde el punto de vista de los soldados enviados a la infamia, como su abuelo materno, muerto en aquellos desolladores de carne humana. Ha llevado a las viñetas la dignidad suburbial y las violencias de las novelas negras de Jean-Patrick Manchette y Léo Malet. Incluso cuando ha jugado al folletín, como la serie protagonizada por Adèle Blanc-Seco , ha buscado la justicia social ante la codicia. Por cierto, buenas noticias: Tardi está a punto de terminar el décimo volumen, y “el último”, de Las extraordinarias aventuras de Adèle Blanc-Seco, una serie que puso en marcha en 1976: “Me quedan cinco o seis páginas para acabarlo. Y no es fácil porque hace catorce años acabé el volumen noveno dejando a los personajes luchando contra una epidemia y buscando una vacuna. Ya se entiende que ahora no es sencillo hacer un humor partiendo de lo que hice hace catorce años”.

Tardi a menudo ha dibujado personajes perplejos, pero nunca ha huido de estudio cuando tocaba retratar las inmundicias del poder explotador. Eso sí, siempre ligando bien cortos la condescendencia y el paternalismo. “Los personajes de mis cómics no son héroes de conducta ejemplar como Batman, sino que parten de experiencias humanas reales y complejas”, explicaba Tardi este viernes en el Comic Barcelona, donde ha presentado Elise y los nuevos partisanos (Salamandra), un cómic con guion de su compañera Dominique Grange (Lyon, 1940). De hecho, se trata de la historia de Grange como militante de la Gauche Prolétarienne, un grupo de extrema izquierda constituido a raíz de Mayo del 68.

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“Yo no era militante –admite Tardi–. Sí que estaba muy a favor de ciertas ideas de extrema izquierda, pero lo que quería era expresarlas en el marco de mi trabajo como dibujante”. Ella se había politizado en las protestas contra la masacre de París de 1961, en las que habían muerto más de un centenar de manifestantes argelinos a manos de la policía a las órdenes del prefecto Maurice Papon (condenado en 1998 por su participación en la deportación de judíos en 1942). Grange, también cantautora, subió el tono del compromiso político en 1968, pasó por prisión y posteriormente tuvo que vivir clandestinamente. Fue en aquel contexto en el que fue a parar a Charlie Hebdo como jefa de redacción del semanario B.D. L’hebdo de la B.D. “Estaba Wolinski, Honoré, Reiser, Cabu... Algunos de ellos fueron asesinados por los islamistas en el atentado de 2015”, recuerda Grange.

Tal como se explica en Elise, Grange, que había estudiado en la escuela de intérpretes, salía de “tres años de clandestinidad” durante los que había podido comer gracias a Wolinski, que le encargaba traducciones de “el inglés, el castellano y el italiano” para Charlie Hebdo. “Wolinski sabía que yo estaba en una situación complicada y que me podían arrestar en cualquier momento, pero me dio trabajo. Me pagaba en efectivo, porque yo no podía ir a ningún banco ni tenía documento de identidad”, dice. En 1977, en el semanario B.D., coincidieron Grange y Tardi, cuando él estaba terminando Griffu con Machette a la vez que trabajaba en Ici Même con el guionista Jean-Claude Forest. “Jacques era fascinante”, asegura ella. “Ella era fantástica. Quedé absolutamente seducido... Y, mira, aquí nos tienes”, añade él. Juntos han trabajado en títulos como El último asalto, un cómic-disco descarnado sobre la brutalidad y la desesperación de la guerra, y en proyectos como los conciertos que nacieron como complemento de ¡Puta guerra!, una de las obras fundamentales de Tardi. A pesar de que no en la versión definitiva, uno de aquellos conciertos se hizo en el Instituto Francés de Barcelona en 2010.

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Aun así, han tenido que pasar más de 40 años para que decidieran explicar la historia de ella en Elise. “Jacques quería que lo escribiera yo”, dice Grange. “Es un proyecto que hemos dejado adormilado bastante tiempo. Siempre le decía: «Dominique, ¡explica tu historia!». Pero, claro, esto no se hace de un día para otro”, añade él. “Y había que madurar el tema –completa ella–. Con los años empiezas a pensar que esto quizás puede interesar a gente más joven que no sabe que se ha podido militar de una manera tan intensa, que hemos podido creer que la revolución realmente llegaría. Evidentemente, fue una decepción tremenda, porque las cosas no son tan sencillas, pero es importante transmitir a gente más joven el valor del compromiso político revolucionario y mantener viva la memoria de aquellos tiempos. Por ejemplo, para vosotros la República y el movimiento anarquista fueron muy importantes. Para nosotros lo fue la Comuna de París y después el Frente Popular, la resistencia, la guerra de Argelia, la descolonización y el Mayo del 68”.

Historia e historia familiar

La memoria colectiva y la familiar confluyen en la obra de Tardi, partidario de explicar la historia “a partir de material humano”: “Cuando yo solo tenía 5 o 6 años, mi abuela me explicaba historias espantosas de la experiencia de mi abuelo en la Primera Guerra Mundial. Después leí libros y me documenté, pero el punto de partida era una cosa vivida”. El mismo procedimiento siguió en Yo, René Tardi. Prisionero de guerra en Stalag IIB, tres volúmenes sobre los seis años que su padre pasó en campos de concentración alemanes durante la Segunda Guerra Mundial y sobre los años posteriores a la liberación. En este caso, sin embargo, la fuente era directa: “Mi padre me explicó la cautividad en Alemania, el frío, los perros. Fueron seis años, mucho tiempo, y volvió de muy mal humor”. Yo, René Tardi es también una crónica de la niñez del dibujante y un prodigio del uso del color y el blanco y negro. Cuando Tardi hizo La guerra de las trincheras en 1993, eligió el blanco y negro, porque le permitía “expresar el espanto y la tristeza de la guerra”. Cuando en 2008 publicó la primera entrega de ¡Puta guerra!, mandaba el color, pero a medida que avanzaba la barbarie, “el color desaparecía y volvía el gris”. En un sentido inverso, en Yo, René Tardi el color aparece para ilustrar los sueños del niño dibujando.

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Tardi lo explica removiendo las páginas de los cómics que el periodista ha esparcido encima de la mesa y con un entusiasmo que se convierte en indignación cuando la conversación anda hacia las elecciones presidenciales francesas. “¿Que cómo veo la política francesa? Es una catástrofe. Mejor contesta tú, Dominique”, dice. Y Grange lo acepta, como si estuviera acostumbrada a apaciguar las incordiadas retóricas de él: “La política francesa es una especie de casino. Había un punto de esperanza con Mélenchon, que recibió muchos votos en los barrios populares y entre los jóvenes de familias de inmigrantes..., pero ¿por qué no se hizo una gran alianza de izquierdas para las presidenciales cuando sí que la hacen ahora para las legislativas?”.