El umbral de la intolerancia
Los libros tipo manifiesto firmados por gurús intelectuales de la izquierda alternativa no han detenido la deriva de extrema derecha. En la Europa del siglo XXI, el diplomático Stéphane Hessel (1917-2013) y el escritor y economista José Luis Sampedro (1917-2013) dieron voz a los indignados. Les ha sobrevivido un compañero de generación cuatro años más joven, Edgar Morin (1921), filósofo cuya trayectoria va de la Resistencia francesa en Mayo del 68, hasta fijar la teoría del pensamiento complejo. Los tres, por su libertad interior un punto heterodoxa, convertidos en referentes morales y comprometidos públicamente, recuerdan al matemático y filósofo Bertrand Russell, antinuclear de los años 60. Pero si hace cinco décadas, a pesar de la Guerra Fría (o en su contra), se generó una ola de esperanza y renovación del pensamiento y la acción política, ahora el panorama es de involución. Y sin embargo...
Edgar Morin no tira la toalla, ni personal ni colectivamente. A las puertas de cumplir 103 años, sobre el papel mantiene una envidiable lucidez crítica y una ventana abierta a la esperanza. Su último ensayo breve, ¡Despertamos!, Asuntos la ha publicado en catalán en traducción de Ismael Calvet (Núria Petit la ha traducido al castellano para Paidós). Macron acaba de utilizar la expresión en Berlín para movilizar al electorado con el objetivo de frenar a la extrema derecha.
Ante el triunfo del pensamiento y la política reaccionarios, que como en las épocas más oscuras expulsa la diferencia (hoy con especial virulencia contra la inmigración árabe-musulmana) y que proclama el supremacismo blanco y cristiano, Morin llama a ganar un futuro de tolerancia y hospitalidad. Contrapone "una política humanista" a la "inhumanidad tranquila". ¿Qué inhumanidad? La que, bien con indiferencia bien con rechazo explícito, deja morir a personas en el mar (o en Ucrania y Gaza); la que, en su postura extrema, se basa en la "perversión" de una "purificación étnica y religiosa muy anclada en la historia europea": la Europa de los sectarismos religiosos, la del sometimiento y eliminación de las diferencias nacionales o culturales , la de las atrocidades supremacistas de los imperios coloniales. Lo que Lévi-Strauss definía como "umbral de tolerancia" está mutando en un viejo "umbral de intolerancia", dice.
Morin ve la sombra de una nueva barbarie en el porvenir marcada por una crisis con muchas caras: el peligro nuclear, la grave amenaza medioambiental, el transhumanismo Matrix, los nuevos autoritarismos populistas que amenazan a las democracias, el mito tecnoeconómico lucrativo y los repliegues identitarios (ahora mismo, sólo hay que fijarse en Rusia o Israel), por no decir una China en la que cada vez es más real el Gran Hermano orwelliano.
En términos de economía sistémica, el pensador francés alerta: "Hoy necesitamos, paradójicamente, detener el crecimiento para salvar el planeta y sostener al creciente para salvar la regulación de las sociedades modernas". Apunta un esbozo de solución racional para la contradicción: "El decrecimiento de todo lo que contamina y destruye, al tiempo que el crecimiento de todo lo que salvaguarda y regenera".
Como decía Bruno Latour, debemos aterrizar en la Tierra, que Morin define como la "casa común de la vida y la humanidad", y debemos abandonar el sueño de dominarla. Pide, pues, respeto por la naturaleza (por todo) y respeto por cada uno de los seres humanos (por el individuo): "La diversidad humana es el tesoro de la unidad humana", lo que le lleva a abogar por "una comunicación viva y permanente entre las singularidades culturales, étnicas, nacionales y el universo concreto de una Tierra-patria de todos".
Porque, para Morin, una cosa es el nacionalismo, que "deshumaniza al enemigo en tiempo de guerra y subhumaniza al extranjero en tiempo de paz", y otra el "patriotismo", que ve como complementario de el humanismo y que proyecta sobre la Tierra como una global "comunidad de destino" (no confundir con la falangista "unidad de destino en lo universal", exponente del nacionalismo más rancio y reaccionario, hermano gemelo de los peores fascismos).
Morin lo ve claro: ¿reacción o humanismo? Esto es lo que vuelve a estar en juego en Europa.