Butifleres de conveniencia
"Carles Tres y Felipe Cinco me han dejado con lo que tengo". Es decir, pelado. La frase iba acompañada del dibujo de un hombre desnudo. Es la imagen de la desafección popular ante los sucesivos pillajes militares, fueran de las tropas del Archiduque Carlos de la casa de los Austrias o las del Borbón Felipe V. La gente, ante todo, queremos vivir tranquilos y en paz. La guerra, digámoslo sin tapujos, es una putada. O, si lo desea más dramático, una plaga bíblica. La cita la refiere el historiador Josep M. Torras i Ribé en el libro Butifleres de convicción y butifleres de conveniencia (Dalmau Editor), donde explora la realidad de los partidarios del Borbón durante la larga guerra de Sucesión y los primeros años de posguerra.
Botifler ha sido un término estrujado y excitante, al que el historiador hace una seria aproximación factual, documentada. Torras Ribé es un gran experto en la brutal represión borbónica –enríete del 155, las cárceles y el exilio de ahora–, pero en este nuevo trabajo lo que quiere es mostrar cómo, aparte de quienes ideológicamente eran favorables en Felipe V, muchos quisieron reconciliarse con este bando por pura supervivencia. La cosa había sido muy bestia. Remarca cómo durante años la violencia indiscriminada y la rampiña y saqueo generalizados habían causado estragos entre el campesinado (es decir, entre el grueso de la población), una violencia ejercida "tanto por los soldados de los ejércitos borbónicos como por el comportamiento intolerable de las tropas de el ejército imperial, así como por las guerrillas de miquelets y otra gente armada".
Tocaba pasar página. Rehacerse. Mirar hacia adelante. "Un clima de creciente desconcierto, derrotismo e impopularidad de la guerra" hizo "se tambalear las convicciones políticas de extensas capas de la población". ¿Un poco como hoy? Los cambios de obediencia dinástica frecuentaron. La familia y el patrimonio pasaban por delante.
Los filipistas de primera hora, quienes marcharon al exilio inicial siguiendo al monarca borbónico hacia Francia y se enrolaron con las tropas del duque de Noailles, eran pocos. Pero con el paso del tiempo los borbónicos consiguieron infiltrar espías y saboteadores en el bando contrario, incluso en el estado mayor del coronel Villaroel. El caso más sobrecogedor es el del comerciante Pau Dalmases i Castells, padre del conocido Pau Ignasi de Dalmases, figura clave de la diplomacia austracista que ejercía en Londres como embajador catalán ante la reina Ana de Inglaterra. Pues bien, el padre se dedicaba a pasar información a los generales borbónicos e incluso interceptaba correspondencia secreta del hijo, que hacía llegar nada menos que al siniestro duque de Pópulo. "La peripecia personal de colaboracionismo ominoso del comerciante Pau Dalmases podría hacerse extensiva en mayor o menor medida a exponentes significados de la nobleza y de las clases dirigentes catalanas", anota Torras Ribé.
Terminada la guerra, vencido y sometido al país, en medio de una fuerte represión, las autoridades borbónicas iniciaron una búsqueda sistemática de personas afines y fiables a su causa. Con resultados decepcionantes. Los adeptos de verdad eran escasos. El nombramiento por terna controlado por la Junta Real no encontraba candidatos adecuados. Por eso, al menos hasta finales de 1717, con el Decreto de Nueva Planta ya en curso, se tuvo que dejar que algunos pueblos y ciudades siguieran utilizando el popular y tradicional sistema de la insaculación (elección por azar de los nombres puestos dentro de un saco) para escoger los cargos.
Pronto quedó claro que para estabilizar las instituciones era necesario un poco de manga ancha. Había mucha gente dispuesta a colaborar, sí, pero otra cosa era que tuvieran un historial borbónico. Así, ante la escasez de adictos sin mácula, se pasó a elegir "los menos sospechosos" o "los que han sido menos malos". Algo que a su vez provocó quejas airadas de los morcillos de primera hora y degeneró en denuncias, delaciones y acusaciones, con el consiguiente baile de nombramientos y destituciones.
Así pues, fueron muchos los austracistas que intentaron acomodar -se. La vida seguía. Más que transfuguismo político, se trató de realismo tanto por parte de un régimen que no encontraba fieles como por parte de una población agotada que quería recomenzar. lo mismo.