Brasa y cenizas
En labrador, la chimenea es el centro de la casa. Durante siglos, los habitantes de los pueblos se contaban por hogares: un tejado con humo, una familia más o menos extensa. Así se hacían los censos. Tantos hogares, tantas personas. El control del fuego fue la primera revolución tecnológica de la humanidad. En la sierra del Cadí, hay casas con muchos siglos de chimenea ininterrumpida: cal Guardia de la Vansa, cal Ribó de Artedó, cal Vilanova de Vilanova de Banat... Con mucha brasa y cenizas. Lo anota Albert Villaró en Cadí [una biografía] (Símbol Editors), un libro curioso y tierno que despierta el ancestro rural que llevamos dentro.
Albert vive en Estamariu y se levanta cada día con el Cadí en los ojos, escarpado, imponente. Entre octubre y mayo, uno de sus mejores momentos del día es el encendido de la estufa de leña: "Es un ritual: saco la ceniza, limpio el vidrio, pongo ramas de encina o de sabinas o de charcos pequeños de las almohadas muertas". El fuego pide dedicación y respeto, monteras de troncos bien amontonados. Armonía y modestia.
Al abrigo del fuego milenario, en el Cadí hay tradiciones más contemporáneas, como la leche y el contrabando. Los camiones de la leche han sido una estructura de estado. "En cada valle había uno, con el que a primera hora bajaban las latas en la Seu" después de recorrer todas las masías e irlas llenando a galletas. En los 90, las famosas ampollas de aluminio dejaron paso a los depósitos. La última línea mixta, que llevaba leche y personas entre Tuixén y la Seu, con Horaci Botella al volante, hizo el último servicio en el 2015. Ahora queda "la lechera", una camioneta con subvención pública que conduce a Laura y que sube y baja vecinos de los pueblecitos del valle de la Vansa a demanda.
La historia de la mantequilla Cadí arranca a principios del siglo XX. En un país devastado por la filoxera –sí, en Urgellet y la Cerdanya se hacía viñedo–, Josep de Zulueta transformó un paisaje más bien de secano en una pequeña Suiza, con prados de siega, comunidades de regantes y vacas suizas para ordeñarlas y vender la leche a una coopera. La gente arrancó las cepas y pasó a vivir del ganado. Al cabo de décadas, con las cuotas lecheras de la UE, las pequeñas explotaciones familiares se extinguieron. Pero la mantequilla y la cooperativa siguen.
¿Y el contrabando? Ha sido una actividad discreta y complementaria. "En casa teníamos un contrabandista de referencia. Era el señor Josep, un hombrecillo de ojos brillantes y una carcajada de pícaro que era del valle de Vansa. Era cabeza de pandilla. [...] Era campesino, naturalmente, pero hacía mucho tiempo que no ejercía. Todo el mundo sabía que era contrabandista y, como es natural, a nadie le parece... a nadie no le parece. en la cárcel de Lleida". En el 2015 también fue a parar en esta cárcel el exconseller de Gobernación y exalcalde de la Seu Jordi Ausàs por contrabando de tabaco. Lo guardaba en su garaje. ¿Todo el mundo lo sabía?
La leche, el contrabando o la venta ambulante de trementina y hierbas medicinales... La vida era dura y había que espabilarse. Muchos también emigraron a ciudad oa hacer las Américas. La vida en el Cadí no ha sido fácil. De ahí el carácter herreño de la gente, de una timidez defensiva: "Somos orcos, fieros y furros, en orden creciente de intensidad y despegue". Y políticamente, ¿qué? Diríamos que en el sotobosque humano late una especie de anarcocarlismo desconfiado: una salvaje libertad individual y un arraigado tradicionalismo, o viceversa. Esto lo digo yo, no Albert.
¿De dónde sale la dureza de la gente del Cadí? "Cuando Nostro Señor pasaba por el Pirineo, durante el tercer día de la Creación, se le agujereó el saco de rocas". De queras. País pedrisco. "Los campos, más que patatas, producen piedras". Y sin embargo, a pesar de ser un lugar de soledades recónditas, han pasado desde los romanos hasta los cátaros. Y Aníbal. Y Picasso. En este país refugio, tierra de nieblas y setas, y de una fenomenal diversidad botánica, acordeonistas como el Agustinet de Sisquer ponen melodía los días de fiesta, una música que el viento tano (¿tramuntano?) hace resonar por caminos boscanos, canchales, canales y fuentes.