Un clásico olvidado que vale la pena recuperar
BarcelonaIncluso con los autores clásicos sucede que un buen día dejan de leerse. ¿Qué lector no alemán dedicará días de esfuerzo a leer el Fausto, de Goethe, aunque esté traducido con mucho arte a una lengua conocida? Pocos. ¿Quién se adentra en la Comedia, del Dante, más tarde "divina", aunque la traducción sea muy fluida, como la de Josep Maria de Sagarra, y lleve, además, las notas esclarecedoras que pide un libro tan sabio y tan complejo? Pocos. ¿Quién dedicará tiempo al Sartor Resartus (El sastre parcheado), de Carlyle, aunque sea uno de los grandes libros del siglo XIX? Casi nadie.
Esto le ha pasado también a La nave de los locos, o de los tontos, o de los estúpidos, de Sebastian Brant (1457-1521), que fue muy leído en su siglo, pero ha perdido el favor del público después de que Erasmo de Rotterdam le superase ampliamente, y no dogmáticamente, con el suyo Elogio de la locura.
Sin embargo, el libro de Brant –como una especie deEssais, de Montaigne, pero a escala satírica y avenida con los principios de la religión cristiana– habla de aspectos muy diversos de la vida cotidiana de su tiempo, y de cualesquiera, como "Los libros inútiles", "La educación de los hijos", "El adulterio", "De las medicinas que no sirven para nada", "Recurrir a los tribunales" de heredar" –algo, esta última, en la que en Catalunya se mezcla la esperanza con la desesperación cuando un heredero se da cuenta de los impuestos brutales que debe pagar al fisco.
Entre estos artículos del libro, hay uno que hoy viene perfectamente a cuento, "De las modas de ahora". Brant dice: "Hay muchas modas nuevas en el país: vestidos escandalosamente cortos y escotados, que apenas cubren el ombligo. ¡Deshonra de la nación alemana! Lo que la naturaleza quiere esconder, se desnuda y se deja ver. Por eso las cosas ahora no van bien, y pronto irán peor. no se espera".
Esto fue escrito hacia inicios del siglo XVI. Como casi todos los capítulos de este libro emblemático, el libro significaba un ejemplo más –hay tantos– del paso de la Edad Media al Renacimiento. También es el caso de los Ensayos de Francis Bacon –que Josep Carner tradujo al catalán, hoy inencontrable– o de los ya mencionados de Montaigne.
Lo interesante de estos ensayos "de transición" es que el lector –no el de ahora, sino el de ese momento, porque ahora recibimos la historia plegada como un acordeón, sin linealidad ni causalidad–, casi sin darse cuenta, estaba remarcando el paso de una cultura moral centrada en el dogma y la teología a otra poco, la racionalidad.