La deriva masturbatoria de la risa
No podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos, pero sí podemos hacernos sexo solos. Para las cosquillas necesitamos a los demás, no permiten el soliloquio. La naturaleza es sabia: como el sexo es una necesidad fisiológica, si hace falta uno se le puede hacer solito. Sin cosquillas, en cambio, podemos vivir. O malvivir.
Las cosquillas, y la risa que provocan, nos humanizan. Son complejas, son lenguaje. Vienen de fuera y se meten muy adentro: de la piel al cerebro. Nos sacan de nuestra soledad esencial. Nos hacen reír, que es una calidad muy propia y singular de los humanos (aunque algunos etólogos creen que hay animales que también ríen). ¿Cómo sobreviviríamos sin la capacidad de reírnos del mundo y de nosotros? Los fanáticos no ríen. Las cosquillas producen una risa física, muy afilada en los niños. A medida que crecemos, la risa física deja paso a la risa intelectual, mental: a través del habla, de la lectura, de las imágenes.
¿Esta risa supuestamente inteligente se ha ido estupidizando? Ésta es una de las preguntas que se hace el filósofo Daniel Gamper en el ensayo De qué te ríes (Herder), donde recorre los beneficios y estragos de la broma, del humor. También se hacen otras preguntas: ¿Podemos reír de todo? ¿Qué hacer con las bromas xenófobas o machistas, y con las que incitan al odio y la violencia? ¿Es necesaria la censura? ¿Es lo mismo un humorista bueno que un buen humorista?
La carcajada nace de la transgresión. Pero, claro, una cosa es ir contra el poder y los estereotipos sociales y otra contra el débil y lo diferente. ¿Qué ocurre cuando se nos escapa la risa ante un chiste éticamente reprobable? Las cosquillas son más inocentes que el humor, que a menudo necesita una víctima, ni que seamos nosotros mismos.
Pero vivir sin humor es poco recomendable. Como ocurre con la tecnología, el humor puede ser inteligente, tierno y complejo, pero también cruel, mediocre y peligroso. Depende de quién lo hace y qué uso le da. Sin embargo, prohibirlo no es fácil ni efectivo. Cuando se le quieren poner límites, el problema es quien los decreta, quien fija sus criterios, la moral. Entonces ocurre como ahora, que la corrección política y la política de la cancelación cada vez hacen reír más.
Somos fruto de la libertad de opinión y de prensa (incluida la satírica) forjada en la democracia liberal: todo el mundo puede decir su –risa y hacer reír de lo que quiera– y que cada uno cargue con la propia conciencia. A partir de ahí, hemos llegado al "divirtiéndonos hasta morir" revelado por Neil Postman en los años 80 o al síndrome de Pinocho, al que le acabaron saliendo orejas de burro de tanta risa y hacer el burro.
Como hace notar Gamper, la información y el debate político se han convertido en una carcajada (o risa) permanente y simplificadora. La mayoría de la gente se informa a través de los programas de sátira política, no vía noticiarios o lectura atenta de la prensa. Es más fácil. La política se ha convertido en un show, una caricatura, de ahí el éxito de los populismos.
Todos nos lo pasamos bomba todo el día embobados ante los mems del móvil. Es como una deriva masturbatoria: solitos delante de la pantalla, nos hacemos un harto de risa. Nos produce pánico aburrirnos. ¿Nos están saliendo orejas de burro? ¿Reímos demasiado y mal, como si comiéramos sin masticar?
¿Qué vemos ahora en Ucrania e Israel? Pues que, por un lado, hay unos nihilistas fanáticos armados y sin sentido del humor –Putin y Netanyahu– que ordenan matar cruelmente y, por otro, a una comunidad internacional que no se acaba de querer creer lo que voz y que, pese al drama de la guerra, a la mínima que puede sigue riendo despreocupadamente. La vida sigue, y mejor que lo haga alegremente, pensamos: la viralidad humorística nos evade, es el derecho a la pataleta. La risa puede ser liberadora y crítica, pero también anestesiadora, conformista y banalizadora.
En todo caso, es mejor reír que llorar, ¿verdad? Es saludable y es gratis. En fin: Gamper cree que quizás hemos llegado al mundo feliz de Huxley, con buenas dosis de "risas-soma". "Lo que a unos les hace reír a otros les indigna, pero cada uno encontrará un canal para administrarse unas dosis de hilaridad".