Desastre educativo
BarcelonaHace pocos días, Miquel Pueyo, que fue alcalde de Lleida y ahora vuelve a ser profesor de letras, envió un post a sus amigos de Facebook en el que explicaba la situación anímica en la que se encontraban en 2022 los profesores de instituto de Estados Unidos. “Un 55% –decía– se planteaba dejar el trabajo, y los motivos para ello eran el incremento de la burocracia, los bajos salarios, la falta de respeto por parte de alumnos y familias, y la falta de tiempo para preparar las clases.” También se hablaba de la docencia universitaria, y los resultados eran similares: hacia un 70% de los profesores se encontraban estresados, mientras que este índice descendía al 50% en el caso de los white collares que trabajaban en empresas exigentes y muy competitivas.
Por aquel post supimos que habiendo encuestado a 10.424 docentes de primaria y secundaria en Cataluña, el 45% reconocía tener una salud mental mala o muy mala, y el 36% –que subía hasta el 62% en el Pallars Sobirà– tenían la tentación de cambiar de trabajo. Tiempo atrás ser profesor era un trabajo mal pagado como siempre, pero tranquilo, admirado y respetado.
La crisis generalizada de la autoridad, que pronto lo infectará todo menos la orden militar, es una de las responsables de que en casi todos los niveles de la enseñanza –más el público que el privado, más el barato que el car- ser profesor sea hoy una de las profesiones más desgraciadas y pobres, más penosas y angustiantes que existen en la mayor parte de las sociedades desarrolladas. Pueyo mencionaba la pesada burocracia que los docentes deben soportar, y no se olvidaba de recordar que, en nuestros días, la universidad premia discretamente la investigación y menosprecia la calidad de la docencia: a ningún profesor de la enseñanza pública se le pide dar una clase ante un público aleatorio de estudiantes, de cualquier edad, para ver si posee las virtudes más elementales que debe tener todo profesor: respeto a los estudiantes, buenos conocimientos y capacidad didáctica. Los ínclitos doctores en pedagogía y psicopedagogía no consideran prioritarias estas virtudes. Más aún: ellos son los responsables de haber desvirtuado la esencia de la enseñanza, que nunca debería consistir en llenar formularios, sino en transformar a la gente joven en hombres y mujeres competentes y cultos, al menos sectorialmente, y base de una sociedad firmemente democrática. Lo que puede ocurrir en Estados Unidos, acabará ocurriendo aquí.