¿Qué más puede decirse de lo que está pasando en Gaza y Cisjordania? Cuesta mucho, no ya de entender, sino sencillamente de contar, lo que el gobierno israelí está haciendo a los palestinos. ¿De dónde sale un espíritu de venganza tan desproporcionado? ¿Cómo se ha empollado este odio autodefensivo? ¿Cómo lo viven las víctimas? Desde ahora existe un nuevo camino literario de entender la tragedia: trepidante, impresionante, revelador. El premio Pulitzer 2024, Un día en la vida del Abed Salama, del estadounidense Nathan Thrall (Periscopio en catalán y Anagrama en castellano). Trahll vive en Jerusalén con su esposa e hijas. Sabe bien de lo que habla. No ha realizado un libro neutral u objetivo. Sí riguroso y honesto. Ha escrito con minucioso detalle un trágico episodio, ya través de esta microhistoria, ha humanizado brutalmente el drama palestino. El drama de los eternos perdedores.

El libro es la crónica, basada en hechos reales, del incendio de un autobús escolar. A través de las vidas de los niños y padres y madres, de los conductores, maestros y voluntarios implicados en torno al accidente, te zambulle sin intermediarios ni filtros en el laberinto palestino. Es tierno y descarnado, penetrante, emotivo. Entiendes qué es vivir y morir en una sociedad fracturada, con ciudadanos de primera y segunda, marcada por los agravios y los recelos. Una sociedad en la que nadie es un individuo libre, donde todo el mundo se debe a la familia, al clan, a la religión, al país. Donde todo el mundo carga un lastre que le trasciende y lo condiciona. Donde se toman demasiadas decisiones equivocadas inducidas por el entorno. Donde la convivencia es un infierno. Esto es la Palestina sitiada desde hace décadas por Israel.

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Por muchos análisis históricos, políticos, religiosos, ideológicos o sociales que uno lea, la lógica de lo que se está produciendo en Oriente Próximo se nos escapa como una niebla llorona. Estamos atrapados en la ilógica de la barbarie humana. Sí, humana. Los humanos somos la única especie capaz de autoinfligirnos un sufrimiento de proporciones tan inhumanas. El pueblo judío ha sido víctima y ahora es verdugo. Evidentemente, Hamás ha actuado como lo que es: un grupo terrorista sanguinario. La espiral parece imparable.

Nathan Thrall nos mete en el corazón de este remolino. Coetzee ha definido el libro como "una de las mejores obras que he leído sobre Palestina" y Harari ha alabado su "prosa desgarradora" y su "perspicacia política excepcional". Sin embargo, en el relato hay más vivencia que política. En cualquier caso, todo va entrelazado. Para ello, Thrall ha mantenido largas conversaciones con decenas de personas implicadas en los hechos. El latido humano resuena a cada paso.

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Abed Salama es un padre angustiado que busca a su hijo, Milad, tras enterarse de que el autobús donde iba el niño, que ha salido de excursión con la clase en un día de tormenta, ha sufrido un grave accidente. El Abed se lanza nervioso en busca de carreteras anegadas, en medio de insidiosos controles policiales y militares, en un intrincado marasmo suburbano. Thrall aprovecha para contarnos su juventud, quién es, de dónde viene, cuáles son sus ilusiones y sus frustraciones. Y lo mismo va haciendo con otros padres y protagonistas de la historia. También con algunos niños. Todo son personas atravesadas por las guerras y las intifadas, por muros y alambradas, por corrupciones y estancias en prisión, por ideales militantes y sentimientos de culpa, por el amor y la tristeza. Vidas precarias, inseguras, torturadas (a menudo literalmente).

A través de un complejo friso humano, hecho de intimidades encadenadas y confrontadas, Palestina se nos muestra en toda su frágil diversidad de miedos sin fin y disputas fratricidas. Un pueblo paria acorralado desde hace décadas, especializado en sobrevivir sin esperanza, abocado a la indefensión extrema, controlado a distancia –muros, drones– por su poderoso vecino y enemigo que ahora, de nuevo, ha decidido pasar Gaza a sangre y fuego en un ataque militar brutal e indiscriminado.

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¿Es posible no enloquecer en un lugar así? La historia del Abed Salama y su hilo Milad da voz a quienes han vivido y viven al borde de la locura. Hace justicia poética en una injusticia histórica.