Literatura

Andreu Martín: "El día que me dijeron que se me acababa la mili lloré"

Escritor y guionista

BarcelonaHace algo más de cinco años, Andreu Martín dejó Barcelona, ​​la ciudad en la que había vivido desde que nació en 1949, y se instaló en Sant Cugat del Vallès. Ni la calma idílica de la calle en la que vive con su mujer —la joven vecina del piso de abajo "toca el piano como los ángeles", asegura— ha logrado frenar su ritmo creativo. "No hay año que no publique ningún libro —admite—. Si quieres vivir de la escritura y no has hecho ningún libro bestseller, tienes que saber algo: tendrás que trabajar mucho".

Es lo que ha tenido que hacer él. "Con gusto, porque desde pequeño no he dejado de contar historias", dice. Desde que debutó en 1979 con Aprende y calla (Plaza & Janés), traducción castellana de Mudos y en la jaula, que había llevado, meses atrás, a Manuel de Pedrolo, Martín ha publicado más de un centenar de libros. Predomina la novela policíaca, pero también ha hecho incursiones en el género histórico, en la literatura infantil y juvenil -con Jaume Ribera creó el detective Flanagan, protagonista de trece novelas- y en las memorias. "He hecho intentos de jubilarme, pero no se me terminan las ideas", reconocía este verano con motivo de la publicación de Todo iba bien hasta ahora (Crims.cat, 2025), escrito a cuatro manos con Joan Miquel Capell. Martín, que este septiembre recogerá el Premio Trayectoria de la Semana del Libro en Catalán, aún no ha tenido tiempo de añadir esta última novela a la librería donde guarda toda su obra. En la mitad superior, protegidos por un cristal, están todos los títulos de los que se siente "satisfecho". En la mitad inferior, escondidos tras una puerta, los "olvidables".

Es un autor tan prolífico que siempre que lo veo presenta un nuevo libro. Coincidiendo con el Premio Trayectoria, quizás vale la pena mirar atrás...

— Desde que aprendí a leer y escribir a los 6 años no he parado. Este verano pensaba que si tuviera una enfermedad mental sería la de escribir. Lo digo por lo inevitable que es para mí. No puedo luchar con ellos. Es como una especie de adicción. De pequeño, mi forma de jugar era escribir. Había un toque de refugio y de fuga, en la escritura.

Se crió en la Izquierda del Eixample.

— Era de la calle de la Model, esquina calle del Hotel Ritz. Mucha gente que ha pasado por un sitio ha terminado en el otro.

¿Qué le resulta más atractivo como escritor, Ritz o Modelo?

— La Modelo, sin duda.

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Quizás por eso se ha acabado dedicando al género negro, que usted prefiere llamar policía.

— Habrá muchas razones, y algunas debo desconocerlas. Una sería la influencia de muchas novelas de la colección La Cola de Paja. Era más sensible a los argumentos que tenían estas novelas que a las que le quitaba a mi hermana. Pero el gusto por el policía me viene de muy atrás: en las novelas juveniles de Enid Blyton siempre había un misterio que había que resolver investigando. También el sentido del humor ha estado muy presente en casi todo lo que he escrito y diría que me viene, en parte, de haber leído mucho a Richmal Crompton.

Pensaba que me diría que el gusto por las novelas de ladrones y serenos le venía de un tío suyo que era policía.

— El tío Manolo.

El tío Manolo le enseñaba una vez al año las pistolas que tenía en casa. Tengo entendido que esto le impresionaba mucho.

— ¡Por supuesto! Porque eran pistolas en serio. No eran como las que veíamos en el cine o las pistolas de juguete que nos regalaban. Recuerdo como si fuera hoy que tío Manolo nos decía, a mi primo Albert ya mí, porque éramos como hermanos —hacíamos todo juntos—, que le acompañáramos al despacho. Allí nos enseñaba las pistolas. Algún domingo que tío Manolo estaba haciendo guardia en comisaría, papá nos llevaba. El tío nos acompañaba al sótano a ver a los presidiarios como quien enseña las bestias del zoo.

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La Barcelona que conoció de pequeño aún tendría rasgos de la ciudad de posguerra.

— Mi padre me contaba muchas historias de cuando había llegado, en los años 20. Era joven, soltero y gamberro, y conoció de primera mano el ambiente del Barrio Chino. Era la época del pistolerismo, también... Todo esto acabó apareciendo en una de las novelas que prefiero, Cabaret Pompeya (Ediciones 62, 2011). Mi padre me hablaba de su juventud, pero también de cosas que ocurrían en la época y que no salían ni en los periódicos ni la radio, como la detención de Quico Sabaté. Nadie hablaba de los maquis, pero cuando íbamos al pueblo de mi madre, Arinyà, cerca de la Pobla de Segur, allí sí que los tenían presentes.

Le preguntaba por la novela policíaca porque es el género que más ha frecuentado, pero usted tuvo una primera vida profesional como guionista de cómics.

— Sí. Cuando entré en la facultad ya lo hacía. Aprendí a escribir gracias al mundo del cómic. Entré por pura casualidad: desde pequeño escribía novelas con mi máquina Olivetti y las encuadernaba, pero no las dejaba leer a nadie, aunque sin saberlo mi madre las pasaba a algunos vecinos. Entre ellos estaba Tunet Vila, dibujante de cómics y hermano de la mujer del propietario de la juguetería donde yo trabajaba para las fiestas de Navidad. Cuando tenía 14 o 15 años, un día que vino a la tienda le pregunté si no podía encontrarme un trabajo para todo el año: en casa no había muchas pelas y tenía que conseguir dinero para mis vicios...

¿Qué le dijo?

— Que no podía darme porque él era freelance. Pero a continuación me contó que había leído lo que yo escribía –aquí me puse muy rojo– y me dijo que podía ser un buen guionista de cómic. Me puso en contacto con un señor que vivía en Sants: él empezó a encargarme trabajo.

Estudiaba la carrera de psicología mientras trabajaba ya. ¿Por qué eligió psicología?

— Fui de la primera promoción de la carrera. Primero hacías dos años en filosofía y letras y después te especializabas. Estudié psicología porque no me entraba en la cabeza que pudiera ganarme la vida escribiendo. Mis padres siempre me decían que no tenía padrinos y que no saldría adelante.

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Pero ya ganaba dinero escribiendo guiones para cómics: era un primer paso hacia la profesionalización.

— Sí, sí. No me di cuenta de que podía ganarme la vida escribiendo hasta que hice la mili.

La hizo en Ibiza, ¿verdad?

— Sí, a principios de la década de los 70. En Eivissa tenía mi despacho dentro del cuartel y me pasaba el día escribiendo. Gracias a los guiones podía pagarme un apartamento a orillas del mar, comía en el restaurante todos los días e incluso me llegaba para las discotecas el fin de semana. ¡Tenía una gran vida!

Pero estaba haciendo el servicio militar... Trabajando por su cuenta se saltaba la ley, ¿no?

— El cuartel militar era una basura, era como un campo de concentración nazi espantoso, pero no había nada que hacer en todo el día salvo la instrucción, que se hacía por la mañana, y la gimnasia. Podías marcharme cuando querías. Nadie te paraba los pies. Yo me dedicaba a hacer historietas para Bruguera. El día que me dijeron que se me acababa la mili lloré. Recorrí Ibiza desesperado porque se me acababa el privilegio.

De vuelta a Barcelona siguió dedicándose al cómic desde editoriales como Bruguera y Grijalbo. Escribió para Gran Pulgarcito, Mortadelo, El Víbora... y más adelante también para El Jueves, Cambio 16, Penthouse y Tiempo. ¿Por qué quiso dar el paso a la novela?

Mudos y en la jaula fue primero un guión de cine. Lo escribí hacia 1975 o 1976 y debía ser para Jordi Bayona, que había conocido en Bruguera. Hacíamos rodajes heroicos en la Floresta. Mudos y en la jaula debía ser un cortometraje, pero no salió adelante... La novela fue primero un guión. De hecho, todos mis libros tienen primero un guión en el que detallo la historia, cuáles son los personajes principales y cuáles van cobrando importancia y, sobre todo, el final. Antes de escribir la primera línea tengo que tenerlo todo pensado.

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Hablemos de Mudos y en la jaula, pero durante mucho tiempo sólo pudimos leer la versión castellana, Aprende y calla, que Plaza & Janés publicó en 1979. ¿Qué ocurrió con la versión original?

— Cuando la tuve terminada en catalán, la llevé a Manuel de Pedrolo a su casa. Mi sueño era que la publicase La Cola de Paja. Admiraba la colección y Pedrolo era mi gran referente.

Pero no prosperó.

— No. Pedrolo me desanimó. Me dijo que le había gustado la novela, pero que mi catalán era detestable. Supongo que, en parte, su reacción tenía que ver con que yo invadiera su domicilio particular para llevarle un libro. Mudos y en la jaula no pudo leerse en catalán hasta 1990, en La Magrana.

Pedrolo retrasó su nacimiento como escritor en catalán varios años.

— No había estudiado en catalán y lo escribía muy mal, pero estaba decidido a aprenderlo. Y me puse en serio cuando en Jaume Fuster, en una mesa redonda, me propuso que escribiera una novela seriada para elHoy. Nos conocíamos de cuándo habíamos hecho El retablo del flautista, donde habíamos cantado y bailado juntos, y él en aquellos momentos publicaba por entregas Bajo el signo de sagitario.

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Este libro fue Historia de muerte (Laia, 1985). Enseguida siguió explorando el catalán con dos series de novelas juveniles: una coescrita con JJ Sarto y la otra con Jaume Ribera, la que conocen cientos de miles de lectores, protagonizada por el detective Flanagan.

— Con el primer Flanagan, No pidas lubina fuera de temporada (1988), ganamos el Premio Nacional de literatura infantil y juvenil. Cuando envíamos los libros de Flanagan a La Granada, el editor, Carles-Jordi Guardiola, nos devolvía el texto con todas las correcciones en rojo. Yo me encargaba de introducirlas en el texto original y así iba aprendiendo dónde colocar los pronombres débiles, mejoraba las estructuras de las frases, corregía las faltas ortográficas... De paso, también veía los comentarios sinvergüenzas y maleducados del corrector, que opinaba sobre mi nivel de catalán: eso me toca.

Desde finales de los 70 ha publicado más de un centenar de libros.

— No hay año en que no publique ningún libro. Si quieres vivir de la escritura y no has hecho ninguna bestseller, debes saber una cosa: tendrás que trabajar mucho.

Aun así, ha habido momentos en los que incluso le ha costado llegar a fin de mes o pagar la hipoteca.

— A principios de los 90 tenía una idea muy loca para una novela. Dudaba que pudiera llegar a salirme bien, pero necesitaba el dinero con urgencia y presenté el proyecto en Anaya. Eran los años que publicaban Flanagan en castellano y funcionaba de maravilla. El libro acabó saliendo en 1993. Se llamó Vampiro a mí pesar. Es uno de esos que tengo en la mitad inferior de la estantería con toda la obra.

Cuando empezó a publicar novelas, el género policiaco pasaba por un buen momento.

— El boom fue a finales de los 70, sí, en parte gracias a Manuel Vázquez Montalbán. Éramos una generación que estaba hasta las narices del estructuralismo francés y de los libros incomprensibles y surrealistas. Montalbán acabó bautizándolos como "la literatura subnormal"... Se trataba de huir de todo esto. La serie de novelas de Carvalho funcionó muy bien. Su éxito propició que mucha gente se sumara. El problema es que ese boom no tenía cimientos y se desinfló al poco. Hubo muchas deserciones. Uno de los momentos más lamentables fue cuando, en los 90, algunos editores defendían que las colecciones especializadas de género ya no tenían sentido y las publicaban en colecciones generalistas.

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Usted siguió publicando en La Negra de La Magrana durante mucho tiempo. Y en 2012 estrenó Crímenes.es, una colección —primero vinculada a Al Revés, ahora en Clandestina— donde ya tiene una decena de títulos. El número 100 será suyo.

— Sale el próximo enero. Está terminada, pero no puedo adelantarte el título...

Crims.cat es una de las señales de la revitalización del género, que en Cataluña cuenta también con numerosos festivales, entre ellos el BCNegra.

— Durante el boom éramos unos acomplejados, debíamos defendernos y decir que la novela policíaca era la mejor. Y no es verdad: puede ser tan buena como las demás. La última ola de la novela policíaca empezó con el éxito de Henning Mankell. Aquí, Paco Camarasa hizo un gran trabajo con la librería Negra y Criminal [2002-2015], el festival BCNegra [creado en 2005], el premio Crímenes de Tinta [2008-2019]... Desde hace algunos años, muchas librerías tienen un apartado con las novelas policiacas para quien quiera comprarlas. Los que las escribimos no somos mejores que los demás, pero afortunadamente ya no estamos relegados al último rincón.

Poco antes de la pandemia cambió Barcelona por Sant Cugat. ¿Echa de menos la ciudad donde había vivido siempre?

— Me dan un poco de pena los cambios que sufre Barcelona. Siempre voy en tren, pero cuando me trae a mi mujer, Rosa Maria, voy encontrando muchas cosas diferentes... e incluso las mejoras innegables me inquietan. Me gustaba vivir en una ciudad como Barcelona, ​​que se había avanzado al futuro y había creado los chaflanes. Era una gran idea cuando circulaban coches por las calles, pero ahora que cada vez hay menos, ya no tiene sentido. La Barcelona de ahora ya no es la mía. Años atrás, cuando hablaba con el Paco González Ledesma, tenía esa misma sensación cuando lamentaba la pérdida del Barrio Chino. Incluso yo lo había conocido, este barrio, cuando hice de boy scout de Sant Pau del Camp: durante una época me dedicaba a cuidar a los niños de las hojas del barrio. Cuando, antes del 92, esponjaron el barrio, cambió la fisonomía de una parte de la ciudad, pero no lo viví mal. En esos momentos nos instalamos en la Villa Olímpica. Estábamos bien, pero como era un gran triunfo de Maragall y los socialistas, todos los demás partidos se dedicaron a torpedear el proyecto. Con tantas críticas devaluaban el lugar en el que vivíamos, pero la hipoteca continuaba por las nubes.

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En noviembre será uno de los invitados barceloneses de la Feria de Guadalajara. En enero publica novela. ¿Qué otros planes de futuro tiene?

— Tengo muchas ideas en baile. Pero algo que me hace mucha ilusión es dar la vuelta al mundo en un crucero con mi esposa. Nos vamos en enero del próximo año y aprovecharé el viaje para escribir una novela.

Espero que no sea una novela...

— Me temo que lo será. Alguien tendrá que morir para poner en marcha el libro. Como me pasaré el crucero trabajando, será el primer viaje que acabaré desgravando a Hacienda.