Dinero
28/05/2025
Director adjunto en el ARA
3 min

"Con mi dinero puedo hacer lo que me dé la gana, es mío". Pues no es exactamente así. Es tuyo, sí. Pero no puedes hacer lo que te dé la gana. Cuanto más tengas, más claro resulta que lo habrás acumulado gracias al trabajo colectivo de mucha otra gente, gracias a la existencia de infraestructuras y servicios públicos, gracias a un sistema jurídico que garantiza el buen funcionamiento de la economía. Por tanto, tienes que pagar impuestos, tienes la obligación de contribuir a que todo esto se mantenga. No puedes ir a tu aire, sin tener en cuenta el entorno que te ha favorecido. El economista Thomas Piketty sentencia: "No estás solo en el mundo y no puedes decir sencillamente: «Este dinero es mío»".

Piketty recuerda, por ejemplo, que de 1930 a 1980 Estados Unidos tuvo un tipo impositivo para las rentas altas del 82% de media. Fueron las décadas de mayor avance económico y social en EEUU. Aquel contrato social –los que más tienen, más aportan– empezó a romperse con el neoliberalismo –el sector público es el problema, el mercado la solución– que ahora Trump lleva al extremo a la vez que ataca la globalización –la libre circulación de bienes y personas– desde un ultranacionalismo autoritario y populista.

El francés Piketty, el autor de Capital e ideología, dice que no podemos hacer lo que queramos con nuestro dinero en conversación con el filósofo Michael Sandel, estadounidense y autor de La tiranía del mérito, donde alerta sobre la arrogancia de la ideología meritocrática: los ricos piensan que su éxito es mérito exclusivo propio y que los excluidos lo son también por su culpa; ni en un caso ni en el otro tienen en cuenta la posición de partida y las circunstancias, incluso el factor suerte o mala suerte.

La conversación entre Piketty y Sandel forma el libro Igualdad (Ed Debate). Son dos autores en busca de un sistema que garantice la libertad y la iniciativa individual junto a la igualdad de oportunidades y el compromiso con el bien común, y que al mismo tiempo –sobre todo en el caso de Sandel– tenga en cuenta la necesidad de las personas de identificarse con el grupo, de pertenecer a una identidad colectiva.

¿Quién no quiere tener un lugar para vivir en propiedad? ¿Quién no se construye una identidad (yo soy éste, yo soy así, yo pertenezco a tal o cual grupo)? También todos queremos ser felices, normalmente vía amores, amigos, familia, y hacer felices a quienes nos rodean. Esta triple aspiración (propiedad, identidad, felicidad) es universal y a través de ella aspiramos a hacernos un lugar en el mundo. La tríada tiene sentido, pero debe satisfacerse con equilibrio. Demasiada riqueza (propiedades) puede estropear el resto. Una obsesión identitaria extrema es también dañina. Demasiada felicidad (un exceso de idealismo naif) puede hacer que no toques con los pies en el suelo.

Desde la mirada económica y filosófica, Piketty y Sandel defienden que, a mayor igualdad, mayor prosperidad general. Hacen constar que el incremento de igualdad ha ido de la mano sobre todo de la universalización de la educación. Por eso alertan de que la educación superior universitaria vuelva a estar cada vez más reservada a quienes pueden pagarla. Sacar al sector educativo y sanitario fuera de la economía del lucro lo ven como una ventaja competitiva porque genera igualdad y, por tanto, oportunidades de riqueza y progreso. Sobre todo es Piketty quien hace énfasis en la combinación de desmercantilizar y redistribuir. Mientras Sandel pide más respeto, y más inversión educativa, por el trabajo digno de los obreros técnicos, es decir, para la formación profesional (FP). Considera un insulto que un gestor de unos fondos de inversión cobre cinco mil veces más que un maestro o enfermera. Además de sueldos mínimos, Piketty propone fijar sueldos máximos y que los trabajadores tengan voz y voto en las decisiones de las empresas.

Ambos alertan de que la solución no puede ser nacional, sino global, tanto en cuestiones fiscales como ambientales. ¿Y la inmigración? ¿Expulsar a los migrantes o dejar que se mueran ahogados? "Después de dos mil años de civilización en torno al mar Mediterráneo, ¿esta es la mejor solución que hemos encontrado para regular los flujos humanos?", se pregunta Piketty.

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