Historia

Ramon Alberch: "Los documentos más importantes de Barcelona se guardaban en cajas de tres llaves, cada una en manos de una persona"

Historiador y archivero

Act. hace 0 min

BarcelonaRamon Alberch (Girona, 1951) es historiador y archivero. Ha sido director del Archivo Municipal de Girona, Archivero en Cabo de Barcelona, ​​director del Instituto Municipal de Historia de Barcelona y subdirector general de Archivos de la Generalitat, desde donde negoció el regreso de los papeles de Salamanca. También es uno de los cofundadores y primer presidente de la Asociación de Archiveros de Cataluña. En el ámbito internacional, presidió la Sección de Archivos Municipales del Consejo Internacional de Archivos (2000-2004) y fue el impulsor y primer presidente de la ONG Archiveros Sin Fronteras. Ahora ha publicado Hacemos archivo, construimos ciudad, una historia del Archivo Municipal de Barcelona desde 1249 hasta hoy. Con él hablamos de gatos y ratas, de papeles y poder, de Barcelona y Catalunya.

Somos un país de papeles. ¿Cuál es la riqueza archivística de Barcelona y Cataluña?

— Desde la Baja Edad Media ha habido una preocupación por conservar los documentos más esenciales, sobre todo, por razones de seguridad jurídica, buena parte en pergaminos desde los siglos VIII-IX. En el caso de los ayuntamientos, se trataba de evidenciar la aplicación de sus competencias, especialmente cuando derivaban de privilegios concedidos por los reyes, siendo a la vez una prueba irrefutable de su autoridad. Los archivos municipales, los de la Generalitat y los eclesiales, han creado un volumen extraordinario de gran continuidad documental. Tal y como ha estudiado Pere Puig, si cuantificamos el número de pergaminos, es difícil encontrar tantos y tan antiguos en todo el mundo como en Cataluña. En Europa, seguramente los demás países que cuentan con un patrimonio tan antiguo y abultado son Francia, Italia y Alemania. En el caso de Barcelona, ​​es con Jaime I cuando propiamente en 1249 arranca el gobierno autónomo municipal y, con él, el archivo, aunque antes ya había formas previas de gobernanza.

Luego viene una continuidad de siglos.

— Poco a poco, la ciudad va creciendo y va asumiendo nuevas competencias, en muchos casos con sucesivos privilegios del rey. Y va acumulando documentos. Cualquier hecho de la vida de Barcelona que quieras conocer tiene su reflejo en el archivo municipal, que es el espejo de la historia de la ciudad: desde los hechos menores de la vida cotidiana hasta los grandes acontecimientos, como la consecución del Eixample de Cerdà, las Exposiciones Universales de 1888 y 1929 o los Juegos Olímpicos.

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¿Hay lagunas? ¿Se han destruido documentos?

Más que destrucciones intencionadas, los incendios o el peligro de las ratas, se han dado momentos de desatención o abandono. El siglo XVIII es un caso clarísimo de abandono por parte del régimen borbónico en un momento de minimización de las competencias de la ciudad. El archivo era testigo de la fortaleza y la potencia de la ciudad, algo que no gustaba. Se hizo desaparecer el cargo de archivero mayor, sustituido por concejales de la ciudad en turnos mensuales. Esto duró desde 1718 hasta el trienio liberal, en 1820, cuando empezó el enderezamiento del archivo. El castigo en la ciudad fue también un castigo en el archivo.

Ha hablado de ratas. La otra cara de la moneda eran los gatos.

— Sí. Históricamente, los archiveros tendieron a vivir en el mismo archivo. Así podían tener más cuidado. Fue un fenómeno común en los siglos XIV, XV y XVI. Hay un documento del año 1387 en el que se reclama poder disponer de un grupo de gatos para ahuyentar a las ratas, que eran el gran enemigo del archivo, tal y como se había hecho en época de Juan Agustín (1359-1383).

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Durante siglos, la figura central y profesional fue la del jurista-notario-archivero: tres en uno.

— Es una figura que se consolida a lo largo de la Edad Media hasta bien entrado el siglo XIX. Eran profesionales liberales que se integraban en la administración como expertos. Su mirada era jurídica y administrativa. Uno de los que más sobresalieron ya en los siglos XVI-XVII fue Esteve Gilabert Bruniquer (1561-1641), con sus rúbricas o índices documentales, una auténtica compilación de la historia de la ciudad.

Estos archiveros crearon los llamados 'Libro verde' y 'Libro rojo', dos joyas.

— Los documentos más importantes, que a menudo son los que contienen privilegios para la ciudad de concesión real, se guardaban en cajas de tres llaves. Para abrirlas eran necesarias tres personas, cada una de las cuales tenía una llave diferente. Normalmente, una pertenecía a la nobleza y el clero, otra a la burguesía, y la tercera a la menestralía. Para abrir la caja, era necesario que se encontraran los tres a la vez. Durante tiempo, las cajas se guardaban en el Convento de Santa Caterina, pero un encontronazo de los consejeros con los dominicos por un asunto relacionado con la Inquisición hizo que los privilegios se transfirieran al Convento de los Framenores, los franciscanos. Contenían los originales en pergamino de los grandes documentos fundacionales. Pero, como en el día a día había que consultarlos, hicieron copias autentificadas por notarios, los llamados libros de privilegios: el Libro verde (cuatro volúmenes, de los siglos XIII al XVII) y el Libro rojo (cuatro volúmenes más, de los siglos XIII al XVI). Ciudades como Gerona o Manresa, entre otros, también adoptaron esta práctica.

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Y después está la Mesa de Cambio y su archivo.

— Es una entidad de crédito y depósito de capitales –un banco público– que funciona desde 1401 hasta su abolición, en 1867, cuando aparece la banca moderna. En la Mesa trabajaban varios archiveros que elaboraban documentos de control de gastos, ingresos, cambio de moneda, préstamos, etc. Pero en el bombardeo de Espartero sobre la ciudad el 3 de diciembre de 1842, una bomba cayó sobre el Saló de Cent y de rechazo sobre el archivo de la Mesa, y destruyó buena parte. Había llegado a ser más potente que el propio archivo municipal.

Durante el siglo XVIII, pese a la opresión borbónica, económicamente la ciudad se rehizo y pasó de 30.000 a 100.000 habitantes. En el terreno intelectual, pese a la prohibición de la universidad, la Real Academia de Buenas Letras permitió una cierta continuidad, ¿verdad?

— Ciertamente, la Real Academia de Buenas Letras (1729) reúne a un grupo de intelectuales dirigidos por el estudio de la lengua, la literatura y la historia. Son quienes defienden el ideario moderno de la crítica histórica, en sintonía con el pensamiento de la Ilustración. Entienden que los archivos, aparte de la investigación, sirven, por ejemplo, para dejar al descubierto antiguos mitos y leyendas que no responden a la realidad. A Jaume Caresmar se le pidió hacia 1779 un dictamen sobre santa Eulalia y, al rechazar con pruebas documentales de que fuera una mártir, el Capítulo de la Catedral puso en marcha una campaña de descrédito contra él y le expulsó del archivo de la catedral.

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¿Cómo se recuperó el archivo en el siglo XIX?

— Hubo que esperar al trienio liberal (1820-1823). Había que volver a ordenar todo. Se pasó de una archivística basada en la seguridad jurídica, la gestión de la información y los documentos administrativos en asumir el archivo también como laboratorio de la historia, la erudición y el conocimiento del pasado. El retorno del absolutismo lo paralizó, pero de nuevo los enderezosos de los años 1834 y 1848 permitieron reorganizar los documentos de forma adecuada. Como nota negativa, señalar que los documentos fundacionales que se guardaban en el Convento de San Francisco y después en el de San Juan de Jerusalén, en aplicación de las leyes desamortizadoras, fueron transferidos al Archivo de la Corona de Aragón (ACA), donde todavía permanecen.

En la realidad patrimonial archivística catalana, nunca se ha resuelto la titularidad de la ACA.

— Tal y como documentó Ramon Planes, alrededor de un 70% de lo que hay es documentación catalana, básicamente del Archivo Real de Barcelona. En el siglo XVIII lo bautizaron con el nombre actual con la intención de llevar a Barcelona los fondos de Aragón, Valencia y las Islas. El traslado no se realizó, pero el nombre quedó.

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En Valencia se encuentra el Archivo Real de Valencia, y en Palma el de las Islas. El de Aragón se quemó en el siglo XIX con la entrada de los napoleónicos.

— Como el grueso es catalán, la Generalitat siempre ha planteado que la mayoría en el patronato debía ser catalana. Los demás gobiernos nunca lo han querido. Y ha permanecido la titularidad estatal: la ACA ha quedado como el único equipamiento del Estado en Catalunya. Últimamente ya ni siquiera se plantea la cuestión.

El siglo XX, con dos dictaduras y una guerra civil, tampoco fue fácil.

— En la primera mitad del siglo es crucial la figura de Agustí Duran Sanpere, que a partir de 1917 crea el archivo histórico, que en 1924 se abre en la Casa del Ardiaca, un edificio emblemático. Es verdad que se olvida de la parte documental administrativa, pero gracias a él se hace una gran labor de conservación y recopilación de fondos externos a la maquinaria municipal, fondos de ciudadanos y de gremios especialmente. Sólo lo que hizo durante la Guerra Civil, de salvamento de los archivos catalanes en tanto que jefe de la Sección de Archivos de la Generalitat, para protegerlos tanto de los incontrolados anarquistas como de la aviación fascista fue extraordinario. Merece todo los honores ahora que celebramos los 50 años de su muerte.

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¿Cuáles son los retos y peligros hoy en día de los archivos?

— Ya no lo son ni las ratas ni los incendios y, en menor medida, los hongos. Ahora la cuestión es la inversión continuada que pide el mantenimiento de los soportes digitales para ir superando la obsolescencia tecnológica, mediante la migración y la conversión de formatos para que la documentación siga teniendo sus atributos de autenticidad, integridad y fiabilidad, a pesar de todos los cambios tecnológicos que se produzcan. La digitalización ha hecho mucho más accesible y transparente el acceso documental pero precisa de una inversión económica sostenida que los entornos políticos y gerenciales no siempre tienen clara. En el futuro, habrá que crear plataformas institucionales integradas de gestión de los archivos digitales para apoyar en todos los retos tecnológicos. Los pequeños municipios no tendrán capacidad para mantener el ritmo inversor y tener los profesionales expertos adecuados. Con los papeles, el abandono en cierto modo podía revertirse. Con los documentos digitales, si no haces lo que ahora toca, en pocos años se pierde todo.

¿Lo estamos haciendo bien en Cataluña? ¿Seguiremos siendo un país rico documentalmente?

— Acabamos de acoger en Barcelona, ​​este octubre de 2025, el Congreso Internacional de Archivos gracias a la fortaleza y prestigio de la archivística catalana. Contamos con muchos profesionales, influyentes a nivel global. Y tenemos buenos equipamientos. Existe una buena formación universitaria y conciencia archivística a nivel administrativo, entendida como un elemento clave de eficiencia y de servicio público. Quizá ahora habría que volver a hacer énfasis también en una mirada más histórica, de investigar y divulgar los fondos documentales.

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Con figuras como Trump, en un clima de debilitamiento global del sector público, ¿los archivos corren peligro?

— Hoy lo que corre peligro es la verdad. Y los archivos son un garante de la verdad. En el congreso de Barcelona se ha visto que uno de los dos o tres temas que preocupan es la memoria, cómo preservarla. Ante estos personajes que tergiversan, que esparcen mentiras, los archivos y las bibliotecas deben ser baluartes documentales, pilares de la verdad. Los archivos y las bibliotecas deben ser instituciones de confianza en un mundo de posverdad y fake news.

¿Qué otros temas preocupan?

— Por ejemplo, cómo los archivos reflejarán la diversidad de informaciones que existen en la sociedad. Hoy si un archivo quiere ser espejo de la sociedad, debe tener presentes muchos documentos que se producen fuera del poder, fuera de la administración: asociaciones, personajes y ciudadanos, medios de comunicación, redes sociales, etc. Es la idea del archivo social: patrimonio, información, verdad, conocimiento. La vida debe entrar en los archivos. Hay cosas que si no las guardamos, van a desaparecer. Pasqual Maragall una vez me dijo: "El archivo es el DNI de la ciudad". Y tenía toda la razón.

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¿Volverán algún día todos los 'papeles de Salamanca'?

— La parte más sustancial vino en el 2005, en época de la consellera Mieres, con Maragall y Zapatero de presidentes. Ahora queda poco por volver: documentación de algunas entidades y personas privadas. Y se han ganado, cabe decirlo, todos los pleitos que nos habían planteado desde la Junta de Castilla y León en buena parte gracias al apoyo de la Comisión de la Dignidad.

¿Cómo fue que usted y otros crearon en Barcelona, ​​en 1998, la ONG Archiveros Sin Fronteras?

— El Ayuntamiento de Maragall había creado el distrito 11 para ayudar a Sarajevo durante y después de la guerra de los Balcanes. Pero con el cambio de gobierno municipal la idea quedó interrumpida y desde el mundo de la archivística, para continuar la labor, creamos la asociación. Hicimos un trabajo pionero en un tema que ahora es de una importancia extraordinaria: la utilización de los archivos para la causa de los derechos humanos, para la consecución de la verdad, la justicia, la reparación de la memoria y la dignidad de las víctimas. Tengo el honor de haber sido, desde 2015 hasta 2021, miembro del Centro Nacional de Memoria Histórica de Colombia y de la Jurisdicción Especial para la Paz, un tribunal penal internacional afincado en Colombia para juzgar los crímenes de lesa humanidad tanto del ejército como de las FARC y poder aportar valor a los ARC.