El elefante catalán en la habitación española

Cincuenta años después, seguimos con el monotema. La España de hoy se asemeja poco a la de hace medio siglo, cuando el dictador murió en la cama. Ni la Iglesia ni el ejército tienen su poder, y en términos sociales y económicos se ha producido una gran transformación. El terrorismo vasco tampoco existe. ¿Qué queda, pues, de los problemas endémicos heredados del siglo XIX y fosilizados por las dictaduras del XX? El asunto secular de siempre: el elefante catalán en la habitación española.

El historiador Josep M. Muñoz, ex director de El Avance y biógrafo de Vicens Vives, en el ensayo Un pesar infinito (Arcadia) repasa la insatisfacción, tanto española como catalana, con el estado de las autonomías que en 1980 el también historiador Pierre Vilar describió como "un artificio antes que un edificio". Ahora ya sabemos que es un edificio mal construido, con unos cimientos precarios y unos vecinos mal avenidos. Pero, al parecer, irreformable.

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Poco antes de su deceso, Franco pidió una última cosa a su heredero Juan Carlos: "Alteza, lo único que os pido es que preserve la unidad de España". La gran obsesión. No le pidió que vigilara el peligro comunista, que velara por la fortaleza de la Iglesia católica o, yo qué sé, que se preocupara por el futuro de su familia. No. Le salió la eterna pulsión nacional que poco después quedaría fijada en el artículo 2 de la Constitución de 1978: "La Constitución española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas". Tal como reporta Muñoz, según dejó escrito en sus memorias "dictada" en la Moncloa por el alto mando militar. Desde un presente melancólico, Muñoz remarca el fracaso de los cuatro intentos del último medio siglo de encontrar una solución al pleito catalán: el de la Transición (con el inicio rupturista de Tarradellas y que involuciona a partir del golpe de estado del 23-F, en 1981), el del pujolismo (uno de una desconfianza mutua cronificada), el de Maragall (la reforma del Estatut con el que también se quería reformar España y que acabó radicalmente recortado) y la reacción independentista (una revuelta democrática que se estrelló contra el muro del Estado y contra las propias ingenuidades). Nada generosa. En el peor, directamente beligerante. pelo? Ahora mismo, el extraño triángulo de amor-odio y celos entre PSOE y ERC comienza a hacer aguas. Si sale algo milagro, será un milagro. incompleta" marcada por el divorcio con el mundo cultural o cuando abre el capítulo de la reforma del Estatut con una cita irónica de Joan Fuster: "Un fracaso no se improvisa", sentencia que también habría servido para encabezar la parte del Proceso. Y para acabar, una brizna de esperanza, también irónica: "Tal y como decía Samuel Beckett mejor". Aunque, si el camino lo acaba marcando el resentimiento que inspira la Aliança Catalana d'Orriols, no se puede descartar que el éxito a la hora de estrellarnos sea aún más fenomenal.