La estúpida guerra de la educación

"La renovación pedagógica siempre ha sido muy heterogénea y plural". La renovación es la auténtica tradición educativa de Cataluña: desde la pionera Rosa Sensat hasta la fecha, existe un hilo rojo constante de innovación, de voluntad de estar al día, de mejora permanente. Renovación nunca ha querido decir, ni antes ni ahora, ir en contra de los conocimientos ni de la memoria, tal y como se quiere caricaturizar hoy el trabajo por competencias o por proyectos. Lo importante, en cualquier caso, no son los métodos ni las técnicas, sino el objetivo formativo. Las buenas y buenos maestros siempre han sido flexibles y pragmáticos desde la empatía con el alumno, y desde la exigencia y la autoexigencia.

Esto es lo que defiende el libro La renovació pedagògica ahir i avui (la renovación pedagógica ayer y hoy), de Xavier Besalú, número 1 de la nueva colección de ensayos Minerva de la Asociación de Maestros Rosa Sensat, entidad que ahora celebra su sexagésimo aniversario y que fue clave, durante el franquismo, para recuperar y actualizar el legado de las pedagogas y pedagogos de los años de la Mancomunidad y la Generalitat republicana. Sería una lástima que en el siglo XXI se rompiera la continuidad de la pedagogía progresista catalana del siglo XX.

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Hoy existe un fuerte debate, a menudo desagradable y malhumorado, fruto de un gran desconcierto general. Son muchos los factores de inestabilidad que están incidiendo en escuelas e institutos: irrupción de las nuevas tecnologías (internet, IA, redes sociales), creciente diversidad de orígenes de los alumnos, burocratización del trabajo, cambio de los núcleos familiares, precariedad social, crisis económica (recortes en los años 2010), pandemia, demagogia contra el catalán como lengua vehicular, vaivenes curriculares y trompicones administrativos, pugna metodológica, transformaciones organizativas constantes, presión del mercado de trabajo, incorporación de docentes no vocacionales (proletarización de la profesión), formación deficiente del profesorado, pérdida de prestigio y autoridad, debilitamiento de los hábitos tradicionales (civismo, atención, esfuerzo)... Y manda el catastrofismo fatalista.

Ante todo esto, la atmósfera educativa se va recalentando. La consecución de un gran consenso para devolver la serenidad y el optimismo a la educación se complica. Así se explica la extraña alianza contra la renovación pedagógica que Besalú ve entre las visiones gerenciales neoliberales (resultadismo, obsesión por los datos y evaluaciones externas, atención prioritaria en el mercado, gestión empresarial de los centros), las conservadoras (disciplina, materias, valores, más exámenes y menos evaluación formativa, nostalgia del pasado) proyecto Ilustrado –cultura, ciencia, razón– ante la crítica posmoderna, más autonomía del profesor y menos proyecto de centro).

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El debate, en todo caso, está abierto. ¿Cuál es el punto medio, la aurea mediocritas entre el enfoque académico (énfasis en las disciplinas), el técnico (prioridad en las estrategias y recursos), el práctico (dar importancia a la experiencia y la creatividad) y el reflexivo (enfatizar la autonomía del profesor)? Seguramente el secreto está en no obsesionarse ni con los objetivos ni con las teorías de la educación. Se trata de entender que uno de los retos más importantes de la educación en el siglo XXI, marcado por la diversidad de la globalización y la polarización social e ideológica, es aprender a vivir juntos. Y que la escuela debe seguir siendo una herramienta para garantizar el ascensor social. También para cambiar el mundo, para dejarlo algo mejor de lo que lo hemos encontrado: sí, sigue siendo necesaria una capa de idealismo como la que tenían los pioneros de la renovación pedagógica de hace más de un siglo.

Xavier Besalú concluye que la escuela y el mundo educativo en general deben ser un polo de resistencia contra un desconcierto teñido de un clima de involución. Ve a los maestros como el principal recurso educativo, como el alma, y las humanidades como la clave para fortalecer el pensamiento crítico: "Los docentes deben ser conscientes de que ejercen una profesión de cultura. ¿Cómo podría contagiar el gusto por la lectura un maestro que no lea?" Defiende la combinación de clases magistrales con talleres, trabajos en grupo o individuales, proyectos, etc. Recomienda variedad, flexibilidad. Y recuerda: "La renovación pedagógica que vale la pena es una práctica humilde, casi anónima, callada y persistente; que huye de la espectacularidad, de la publicidad, de los rankings, pero que genera sentimientos de bienestar y pertenencia en todos los miembros de la comunidad educativa". Una práctica como la que llevaron a cabo tres grandes maestros a los que homenajea la obra de Besalú y que marcaron época desde tradiciones ideológicas y referentes pedagógicos diversos: Rosa Sensat (1873-1961), Maria Antònia Canals (1930-2022) y Sebas Parra (1946-2022).