Literatura

Siempre es más fácil hablar del odio que del amor

Josephine Johnson se convirtió en la ganadora más joven del premio Pulitzer gracias a 'Ara, en novembre', una novela poderosa protagonizada por una familia afectada por la economía y por las inclemencias de la naturaleza

'Ahora, en noviembre'

  • Josephine Johnson
  • Ediciones de 1984
  • Traducción de Emili Olcina
  • 226 páginas / 16,90 euros

Con Ahora, en noviembre –novela publicada en 1934 durante la Gran Depresión–, la escritora Josephine Johnson se convirtió en la ganadora más joven del premio Pulitzer. Leemos la historia narrada por Marget, que trata de reconstruir la vida familiar desde que ella tenía diez años. Aprendemos sobre los acontecimientos que ocurren desde su perspectiva y, a medida que crece, nos hacemos un croquis sobre la creciente devastación provocada por las circunstancias de la época.

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Cuando la familia Haldmarne deja la ciudad y llega a una granja aislada, decadente y asediada por la sequía, Marget y sus dos hermanas (Kerran y Merle) saben que pisan un terreno incierto y pantanoso: su padre les advierte que la tierra ha sido hipotecada, que la familia está. Aprenden a labrar ya sembrar la tierra cambiante, a amarla ya cosechar sus frutos, a temer la sequía y los incendios. Los años se disuelven unos con otros. Una década después, ya se han acostumbrado al ritmo de las estaciones ya una vida con tan pocas novedades que la llegada de un joven campesino desquicia para siempre el frágil equilibrio de la casa. El hecho de que Johnson elija la linealidad temporal a la hora de narrar, aumenta el impacto en el lector que, a medida que pasa páginas, sufre con esa gente trabajadora afectada por la economía y por las inclemencias de la naturaleza.

El argumento es sencillo en apariencia –un año de vida rural marcado por tensiones internas, frustraciones y un futuro que se estrecha–, pero Johnson lo carga de matices psicológicos: la relación entre las tres hermanas, la sombra constante de la depresión y la frustración del padre, la ansiedad silenciosa de la mare, la ansiedad silenciosa de la mare extrañeza y su sentimiento de desplazamiento. El relato avanza más por la intensidad con que la protagonista percibe las grietas emocionales que por la acción, y este filtro íntimo permite entender cómo el paisaje corroito y la precariedad material se convierten también en un mapa de su mundo interior. A medida que la tensión aumenta, Marget se convierte en un sismógrafo emocional implacable. Su mirada, desnuda y hiriente, destila cómo la desesperanza se incrusta sin permiso en cada rincón de la vida.

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Johnson avanza con una prosa que no se excusa, que supura tierra seca y una especie de lucidez quebradiza, y su protagonista, Marget, nos mira desde un lugar donde el tiempo se ha atascado. Hay una tensión persistente entre el latido íntimo y el paisaje devastado, como si cada emoción tuviera que pasar por la criba de un campo exhausto para obtener permiso para existir. La narración sube con una dulzura agria, siempre a punto de resquebrajarse, y en esta fragilidad reside su fuerza: lo que no dice pesa tanto como lo que estalla en la superficie. Johnson despliega la tragedia con naturalidad feroz, sin hacerla teatral, y consigue que la pérdida y la desesperanza se enganchen a los dedos del lector. El eco del mundo rural, tan íntimamente humanizado, se convierte en un espejo incómodo que refleja los límites del deseo y dureza de una época herida. Y al final, lo que persiste no es sólo el recuerdo de unas vidas arrasadas, sino la certeza abrupta de que la belleza –fina, mineral, casi secreta– también puede crecer en medio de la ruina.