BarcelonaUna noche que ha tomado MDMA y se siente en paz con el mundo, la protagonista deEl celo (Alfaguara, 2024), de Sabina Urraca (San Sebastián, 1984), se encuentra un perro abandonado y se lo lleva a casa. Convive con el animal mientras toma ansiolíticos e intenta evitar pensar en el pasado hasta que va a parar a un grupo de terapia y allí, gracias al hecho de escuchar las historias de otras mujeres –jóvenes y maduras–, da cuenta de que ella también esconde una historia de maltrato dentro y que necesita compartirla. Es el punto de partida de la tercera novela de una autora que, en paralelo a libros como Las niñas prodigio (Fulgencio Pimentel, 2017), ha practicado el periodismo gonzo, asistiendo a partes en directo o explicando cómo fue la experiencia de quedar con su principal hater, y que también ha editado libros como Panza de burro, el celebrado debut de Andrea Abreu (Barrett, 2020).
Sin tu perra, esta novela no existiría, ¿verdad?
— Seguramente, aunque ni la perra del libro es la mía ni la protagonista tiene nada que ver conmigo.
¿Por qué empezaste a escribirla?
— Poco después de adoptarla, mi perra, Murcia, entró en celo. Cuando íbamos al parque venían muchos perros para intentar montarla y yo me dedicaba a apartarlos. Un día que estaba en una feria literaria con un grupo de amigos, mientras una de las chicas se estaba envolviendo con su rollo habitual –la recuerdo como una especie de Venus tumbada en el suelo–, me quejé de que los perros no paraban de perseguir a Murcia. "¿Cuándo acabará el maldito celo?", grité. Y la chica se recorrió el cuerpo con las manos, lastivamente, y dijo: "¡Por favor! ¡Que se acabe ya!" Hablaba más de ella que de la perra, claro.
La perra de la novela termina siendo decisiva en la transformación de la protagonista, que has bautizado como la Humana.
— Sí. Tienen una relación conflictiva, pero le ayuda mucho. Al principio, esta novela contaba sólo los paseos de una mujer y su perra, los encuentros con propietarios de otros perros y las consultas en chats caninos, que me encantan. Entonces me di cuenta de que tras el celo de la perra quería hablar también del celo humano, y en este sentido no quise limitarme a la pulsión sexual, sino también a una serie de comportamientos instintivos que tenemos en la vida.
¿Cómo cuáles?
— Apartamos a los débiles, los enfermos y los que nos resultan diferentes. A veces, aunque cueste admitirlo, actuamos con violencia, física o psicológica, sobre otras personas.
A la protagonista le ocurre al revés: la conocemos como un animal herido.
— Sí, pero ella no ha sido siempre una víctima. Ha sido una profesional de éxito y ha tenido un control poderoso sobre su sexualidad...
Hasta que una pareja, que en el libro conocemos como el Predicador, la domina.
— Todas las mujeres que conozco han sufrido algún abuso sexual o han sido discriminadas en el trabajo. En ese sentido, la historia de la Humana es bastante común. Pero si algo no quería hacer en esa novela era hablar en nombre de un colectivo entero. La protagonista es sólo un personaje, no representa a nadie.
La violencia de género late en el centro de la novela.
— Sí, pero como una situación concreta, no como una problemática social. En mi libro, la violencia de género es una maldición que parece salir de un cuento clásico. Cualquier trauma que has vivido se queda dentro de ti como una maldición y debes seguir viviendo entre las ruinas del castillo que un día fuiste y que alguien ordenó que ardiese.
Es una novela sobre cómo salir adelante: en este sentido, el grupo de mujeres que conoce a terapia es crucial para abandonar el silencio.
— Una de ellas dice que le gustaría que su maltratador estuviera muerto y la Humana piensa que ella prefiere que siga vivo. Es peor cuando el maltratador muere, porque de esta forma piensa que puede entrar por debajo de la puerta, que su espíritu es capaz de reaparecer en cualquier momento.
El maltratador de una de las compañeras de terapia, Wendy, está muerto.
— Y le arroja una maldición: si te vas, yo me mataré, pero tú te podrirás por dentro. Poco después, ella somatiza el malestar con una endometriosis y el tejido le vuelve a crecer cada vez que le operan.
Le ocurre algo parecido a la protagonista: a raíz de su trauma psicológico tiene mastitis crónica y le aparecen azules sin haberse dado ningún golpe.
— Recientemente leía un reportaje que explicaba que las enfermedades autoinmunes prevalecen más en las mujeres porque tenemos un sistema inmunitario más fuerte. Vivimos más, pero si el sistema inmunitario se gira en tu contra, te destruye antes. En la novela, la somatización del abuso y de la violencia sostenida durante mucho tiempo conlleva que el organismo de la protagonista y de otras mujeres enloquezca. Si te han maltratado, tu propio cuerpo puede convertirse en un gran enemigo. El cuerpo actúa como si estuvieras amenazada. Te ataca. Es como si el maltratador, el agente externo del trauma, hubiera conseguido entrar en ti y te hiciera daño desde dentro.
Cabe recordar, como decías, que la víctima no siempre ha sido víctima.
— Hay determinadas cosas en la vida que das por hechas, pero un día la vida te dobla y nada vuelve a ser igual. A la Humana le cuesta abrocharse los zapatos. A mí, que soy una persona muy abierta y que nunca se calla, durante una época muy jodida, cuando levantaba la mano para hablar en una charla y me daban la palabra, me quedaba muda. Era incapaz de decir algo. A todos, tarde o temprano, algún hecho o experiencia puede acabar desactivando.