¿Qué harás después de la orgía?
Superada la modernidad y la posmodernidad, muerte dios y las ideologías salvadoras, hemos llegado a ninguna parte. ¿Y ahora qué? En Cool memorias, Jean Baudrillard cuenta que "en el cenit de una orgía, un hombre le susurró al oído de una mujer: «¿Qué vas a hacer después de la orgía?»". Al filósofo Gregorio Luri le anécdota le sirve para mostrar nuestro desconcierto: "Cuando, finalmente, traspasados los límites heredados, parecía que debíamos sentirnos libres, nos sorprendemos preguntando qué hacer después de la orgía". Y remacha: "Amamos la libertad, pero buscamos el abrigo de la fidelidad; defendemos el pensamiento crítico, pero nos cuesta someternos a la crítica a nosotros mismos...".
Luri siempre incomoda y seduce. La cabeza y la erudición le hierven. También el corazón. Escribe y piensa como quien respira. "Pensar es hacer camino". Ha caminado mucho, Luri. Es su cotidianidad, que ahora nos presenta en un ensayo cuyo título es toda una reivindicación: La dignidad del mediocre (Ediciones Encuentro). Siempre a contracorriente, en tiempos de apoteosis del talento y la meritocracia, de esa religión laica que entroniza en los altares de la fama a los individuos geniales –disruptivos, innovadores, creativos, auténticos...–, nos aterriza en la realidad de nuestra ambigüedad, "ni somos siempre como nos gustaría ser, ni nos gustaría ser, ni nos gustaría ser.
Somos mediocriso, de calidad media. Estamos a medio hacer, lo que significa que tenemos la posibilidad de poder hacernos. Podemos bascular hacia la degradación o la superación. Nos ponemos límites. Tenemos hábitos. Nos complace reconocer la seguridad de las cosas conocidas, sabidas. También nos complace la aventura, claro. Descubrir, crear, transgredir. Pero a menudo para volver o llegar a la sencilla esencia: una amistad, una manzana, un trabajo... "Los límites son frágiles, pero humanizan".
Amar es un límite que viene de antiguo. "En la antigua Grecia el verbo evergetéô significaba hacer el bien a la comunidad por filantropía, voluntariamente", recuerda un Luri que reivindica el Platón dualista, un Platón nada dogmático, el pensador que acuñó "el principio evergeta": en su fricción con el dinamismo irracional de la materia y la forma, este principio –hacer el bien– nos conforma. Somos hijos de eso y de dos mil años de cristianismo. Pero, caído el optimismo histórico ilustrado y sus hijas utópicas, hace tiempo que cabalgamos sin reinos sobre el caballo del caballo del nio. Heidegger (rima mejor en castellano): "La nada anonada". ¿Cómo salir? "Si es tan difícil ser nihilista es porque todavía cuesta más renunciar al principio evergeta".
Luri receta de nuevo el Platón que nos invita a seguir soñando siendo conscientes de los límites, también el Sócrates que nos conmina a buscar la verdad –siempre limitada– y, todavía, a no olvidar la leyenda del templo de Delfos fundacional de Europa: "Conócete a ti mismo", es decir, tú conozco a ti mismo. Aceptamos, pues, nuestra mediocridad, nuestra "esencial heterogeneidad" (Juan de Mairena) como punto de partida. Vivir, entonces, es aceptar los propios límites e irse diferenciando de uno mismo. Porque, tal y como dice Hegel y anota Luri, "el límite incluye en sí mismo la posibilidad de su propia superación".
El creyente Chesterton le dijo al pragmático John Dewey: "El pragmatismo es una cuestión de necesidades humanas y una de las principales necesidades humanas es ser algo más que un pragmático". Luri lo ve así: necesitamos tanto la ciencia como el amor, necesitamos atrapar los hechos con metáforas. Necesitamos límites para saltárnoslos. Necesitamos abstracciones que den sentido a nuestro sentido práctico: solidaridad, tolerancia, libertad, sentido de comunidad. Una constatación: "Cambiamos los límites de las cosas, pero no la necesidad de acotar". Filosofar es acotar el misterio de la vida.
Así pues, y después de la orgía, ¿qué? Por último, de nuevo el Platón que piensa que la medida, el límite, el orden y el razonamiento son siempre mejores que la desmesura, el ilimitado, el desorden y la sinrazón. El Platón que ve lo mejor del alma en la respuesta serena al infortunio. Y Luri que nos alerta sobre la gravitación egolátrica de quien se mira siempre el ombligo y nos invita a ser "dignos de nuestra singularísima y excepcional mediocridad". Feliz año 2026, queridos lectores mediocres, y que el principio evergeta nos acompañe.