El hijo suicida que arruinó la vida de su padre
BarcelonaYa hemos hablado en otras ocasiones de la disolución del prestigio moral de los intelectuales. No es que ellos se hayan vuelto a personas inmorales (hay de todo, claro); es que el grueso de la sociedad ha dejado de creer en algo que sea trascendental, demasiado bien argumentado, o que supere la mediocridad de lo común (hay de todo, ahora también).
En estos momentos hay muy pocos hombres o mujeres con una potente categoría intelectual o moral que puedan influir al más mínimo en la opinión general de una sociedad. Noam Chomsky, por poner un ejemplo raro, es posiblemente el único intelectual de Estados Unidos que puede modificar las ideas preconcebidas de los ciudadanos (pocos) de su país. A Jürgen Habermas, en Alemania, todavía se le escuchan.
Pero siglos atrás, en especial en el Siglo de las Luces, esto todavía no pasaba: determinados hombres de letras, como Rousseau o Voltaire, no sólo eran respetados por las autoridades y tenían crédito entre la población, sino que colaboraron en la medida en que podían preparar el nuevo orden político y legal derivado de la Revolución de la Revolución de la Revolución. Francesa sólo parcialmente fue la consecuencia de las ideas ilustradas; los factores que la desencadenaron son de orden financiero y económico – Luis XVI despejó las arcas del estado en la guerra de América, exprimió a la burguesía con impuestos, y la suntuosidad de su corte pedía sumas fabulosas.
Pero Voltaire, por mencionar su caso, sacudió a la opinión pública cuando empezó a divulgar unos fascículos en los que defendía aquella pobre familia protestante, los Calas, cuando el padre fue acusado injustamente y sin pruebas del asesinato de un hijo suyo, que se había colgado por esa suma de razones que no había colgado por esa suma de razones podido soportar que su hijo abrazara la religión católica. (Parece que iba a las iglesias católicas sólo para oír una música mejor que la de las severas iglesias protestantes; era melómano, no un apóstata.) A su padre le sometieron a la tortura de "la rueda", todavía medieval, que consistía en atar a la víctima en una especie de rueda de carro y hacia palos. La esposa y los demás hijos quedaron completamente desamparados.
Hasta que Voltaire levantó la voz. Sus folletos fueron tan leídos, que el rey, finalmente, se vio obligado a restituir el honor de ese buen creyente, y la familia recibió una compensación económica. Todo esto lo logró un solo hombre con la fuerza a la vez de su prestigio y de sus argumentos: son los que dieron pie al Tratado sobre la tolerancia (1763), uno de los textos de mayor trascendencia en el momento en que se redactó la Carta sobre los Derechos Humanos.