Literatura

El lápiz dentro de la vagina

Raig Verd publica la nueva novela de Amanda Mikhalopulu, en la que la protagonista desafía a Dios atreviéndose a escribir

La mujer de Dios

  • Amanda Mikhalopulu
  • Rayo Verde
  • Traducción de Mercè Guitart
  • 200 páginas / 20 euros

La mujer de Dios, de Amanda Mikhalopulu(Atenas, 1966),es una parábola. La protagonista se casa con Dios, que adquirirá forma humana, claro, y, a pesar de estar fuera del tiempo y del espacio, puede adoptar, también, un comportamiento humano. Y es una parodia, también, que sirve a la autora para reflexionar sobre cuestiones mucho más humanas que divinas. La protagonista comienza escribiendo una carta a alguien –alguien humano: el lector del libro, quizás– a quien se lo cuenta todo (Dios, que se opone a que su mujer escriba, afirma que no es una carta, sino un libro; y un libro que revela lo que debería permanecer inconecido). La escritura, pues, representa una subversión en toda regla, un desafío herético, y por eso Dios no había concedido a la mujer tener un lápiz, ni papel. Sin embargo, ella utiliza un lápiz a escondidas de Él (de ese Dios que tiene la facultad de ser humano), y se lo esconde dentro de la vagina, atado con un cordel. La imagen es un portento simbólico, y resume lo que ahora algunos llaman elempoderamiento de la mujer!

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La historia se divide en tres partes: Infierno, Purgatorio y Paraíso. La primera transcurre en el cielo, en el no espacio y el no tiempo en el que quedan anuladas las leyes de la causalidad que vigen en el mundo. Aquí la protagonista se hace consciente de su nueva condición de esposa y de todo lo que esto implica: "Cuando te escribo, el tiempo vuelve a existir". En la segunda, la pareja baja al mundo (¿baja? El cielo divino está por todas partes), y ambos vivirán la pasión por la literatura. Sin embargo, en principio Dios se manifiesta claramente en contra. Para Él, la literatura –la imaginación creativa– constituye una amenaza: “La literatura como ejercicio de libertad del hombre que choca contra lo construido le recordaría para siempre, o al menos mientras existiera el mundo, su fracaso ”. La tercera parte es la de la liberación de la mujer. Ha conocido a un Dios humano (“Cuanto más humano se volvía, más urgente se volvía nuestro amor”), pero, sobre todo, ha sido capaz de llevar a cabo su proyecto: la escritura. Sin embargo, es una liberación, sí es pesada, un lastre. El libro que ha estado escribiendo es un símbolo ambivalente: “Siento que me pesa sobre mí no sólo la página, sino todo lo que hay escrito”. Ahora ya no tiene capacidad de rascar, como cuando, de pequeña, rascaba los ojos de Cristo de la estampa de casa de una tía o, posteriormente, la corteza de tantos árboles en sus lúbricos esplais por el Bosque (así, con mayúscula). Ahora rasca con el pensamiento.

¿Necesitamos toda una vida para entender a alguien?

La novela, en definitiva, reivindica la fuerza de la literatura como deseo de individuación, un deseo que entra en contradicción con la creación divina. A partir de su utopía, Amanda Mikhalopulu también reivindica la falibilidad y la contingencia humanas frente a la necesidad divina. Desde el punto de vista de la mujer, la voluntad creativa se mantiene firme, pero el deseo de correspondencia amorosa fracasa: "El deseo es la concupiscencia de la cosa ausente". La frase, tan sabrosa, es una de las muchas que sustancía este relato de ambición metafísica. Como estas otras dos: “Para entender a una persona necesitas una vida. Para entender a Dios necesitas una eternidad”, en la que lo que convence –y, al mismo tiempo, estremece– al lector no es eleternidad de Dios, sino la vida que hace referencia a los humanos. Hay muchas citas ajenas, y epígrafes poéticos de Montale y Frost que nos preparan para entrar en la historia. Sólo hace falta que el lector suspenda la credibilidad y acepte el pacto: Dios se casa con nuestra protagonista –antes ya se había casado otras muchas veces–. A partir de la experiencia, del relato, el libro se vuelve muy estimulante y nos interroga sobre una serie de cuestiones profundas, humanísimas todas.

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