La literatura de Faulkner es como la luz de un solo negro
Ediciones de 1984 publica el monumental volumen 'Cuentos' en una traducción de Esther Tallada que se intuye compleja y espléndida
- William Faulkner
- Ediciones de 1984
- Traducción de Esther Tallada
- 996 páginas / 29,50 euros
Leyendo a William Faulkner (New Albany, Mississipi, 1897 - Byhalia, Mississipi, 1962) tengo a menudo la impresión de estar leyendo un autor antiquísimo y, a la vez, de una modernidad rotunda y rompedora y perdurable. Es una impresión que no tiene nada original. En realidad, es lo que explica la fascinación radiante y la influencia prodigiosamente pródiga que ha tenido la literatura faulkneriana en los últimos cien años, es decir, desde que el autor estadounidense empezó a publicar sus novelas y sus cuentos y hasta la fecha.
Con un pie en las verdades hondas y marmóreas del mito y el otro en las experimentaciones formales propiciadas por la vanguardia, entre la leyenda lírica y el realismo sucio, entre el puñetazo en el estómago y la sofisticación narrativa más exigente, Faulkner hace pensar en un fantasiosamente hipotético pintor que fuese la síntesis imposible de Caravaggio y de Pollock. O en un roble que tuviera raíces, tronco y copa pero que, después, se convirtiera de repente en un portentoso rascacielos de cemento y vidrio. La tradición no tiene nada que ver con el tradicionalismo al igual que la modernidad nada tiene que ver con las modernores, y Faulkner es uno de los paradigmas literarios más fabulosos de la mezcla de tradición y modernidad y de los resultados brillantes que puede dar.
No es éste el único contraste definidor y de base de la literatura faulkneriana. Pensaba leyendo el monumental volumen de Cuentos que Edicions de 1984 acaba de publicar, de nuevo en una traducción –que se intuye compleja y espléndida– de Esther Tallada, responsable también de otras traducciones de Faulkner para la propia editorial, entre ellas las de Luz de agosto y Mientras me moría, dos de sus obras maestras. Lo que pensaba es que hay pasajes, descripciones, situaciones y escenas que hacen pensar en Homer escribiendo alguno de los libros del Antiguo Testamento, o en un autor veterotestamentario escribiendo algunos cantos de La Odisea o de La Ilíada. Quiero decir que la literatura de Faulkner es como la luz –trágica pero fructífera y vivificante, amenazadora y maciza pero deslumbrante– de un solo negro.
Fue el propio Faulkner quien recogió en un solo volumen, dividido en seis partes –"El campo", "La villa", "La tierra salvaje", "La tierra yerma", "Tierra de nadie" y "Más allá" –, los cuarenta y dos cuentos que forman este libro. Todos son diferentes, sin embargo, aparte de retratar el universo humano, paisajístico, político y socioeconómico del condado ficticio de Yoknapatawpha (sale apellidos ya conocidos por el lector faulkneriano: Sartoris, Snopes), la mayoría tienen bastantes rasgos en común: una misma textura retórica, magmática y fuerte; un sentido crispado o violento de la existencia; unas atmósferas cargadas, como punto de explotar o derrumbarse; una percepción viva del pasado y un sentido hacinado o precipitado del tiempo presente...
La realidad más inmediata, a examen
Esto no quita –cuidado– que, temáticamente, los cuarenta y dos cuentos no sean suficientemente variados. Lo son. Por mucha dimensión mítica que tengan, por mucho que a menudo se sostengan sobre un fondo filosófico y existencial, por muchos estallidos líricos que los atraviesen, la materia prima tanto de las novelas como de los cuentos de Faulkner es la realidad más inmediata de autor: las tensiones raciales (los abusos de poder, los miedos, los prejuicios y el racismo), el trauma civilizatorio que la guerra civil americana supuso para los blancos y los estados del sur, la dureza de la vida del campesino y del granjero, las maledicencias y chismes que rigen las comunidades cerradas y pequeñas, las pulsiones y exigencias de la sexualidad, la experiencia impactante de la Primera Guerra Mundial en los campos de batalla de Europa, las obligaciones de la supervivencia, las injerencias del gobierno federal y sus representantes –siempre percibidas como invasiones agresivas– en la vida de la gente...
No son pocos los cuentos memorables: Una rosa para Emily, Ad astra, El tirón de la muerte, Septiembre árido... Uno particularmente extraordinario es el titulado Los altos, una mezcla equilibradísima y poderosa, faulkneriana de una manera químicamente pura, de modernidad formal y conservadurismo político y ético-moral. Los ingredientes del cuento son sencillos: una operación para amputar una pierna, recuerdos de la guerra, mucho whisky, un alguacil con una orden de detención, una mezcla de nostalgia y desesperación, una apología de la rectitud ética y la responsabilidad personal. .Una pequeña gran obra maestra de William Faulkner, un hombre que escribió obras maestras de todo tipo y extensión.