Literatura

Literatura para leer con una sola mano: 'Delta de Venus', de Anaïs Nin

Estos cuentos eróticos fueron escritos en los años 40 del siglo XX por encargo de un misterioso coleccionista de libros

Delta de Venus

  • Anaïs Nin
  • Ela Geminada
  • Traducción de Anna Carreras Aubets
  • 360 páginas / 25 euros


Guardo muy buenos recuerdos de La Marrana. Era una colección de literatura erótica de la editorial La Magrana que, a caballo entre los años 80 y 90, nos ofreció una veintena larga de títulos de aquellos que, según dicen, deben leerse con una sola mano. Se trataba, en su mayoría, de traducciones de clásicos universales, del Marqués de Sade en Apollinaire o Pierre Louys. Eran volumenes de tamaño morigerado, muy comportables, destacando unas portadas explícitas, sugerentes y provocadoras. Aún ocupan un puesto de honor en mi biblioteca.

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El caso es que han tenido que pasar treinta años para que una nueva iniciativa editorial –en este caso la de Ela Geminada, de Girona– ponga al alcance de los actuales lectores nuevos títulos del más prohibido de los géneros. No sé si esta dilación temporal dice nada bueno de nuestra literatura, pero, sea como sea, debemos dar la bienvenida a la iniciativa. La Colección Idillis, de la que hablo, se ha abierto con dos títulos potentes: Delta de Venus, de Anaïs Nin y Obras públicas, de Manuel de Pedrolo.

Delta de Venus nace, si debemos hacer caso a su autora, de un encargo a Henry Miller en los años 40. Un misterioso "coleccionista de libros" ofreció cien dólares mensuales a Miller para que escribiera cuentos eróticos. Pero el autor de Trópico de cáncer no se veía con corazón. El encargo, así, pasó a su amante, Anaïs Nin. Ella se lo cogió con entusiasmo. Vio, dice, una excelente oportunidad para hablar de erotismo desde una perspectiva inusitada: la de las mujeres.

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"Concéntrese en el sexo"

Se puso manos a la obra y fue entregando sus relatos al coleccionista. Y la cosa iba funcionando, aunque éste no dejaba de entregar notas a Nin con un mensaje contundente: “Concéntrese en el sexo. Déjese de poesía”. Anaïs Nin, obviamente, no hacía caso, de los dicterios del misterioso mecenas. Y así lo explica: “El sexo no prospera en medio de la monotonía. Sin sentimientos, sin invenciones, sin el estado de ánimo adecuado, en la cama no hay sorpresas. El sexo debe mezclarse con lágrimas, risas, palabras, promesas, escenas, celos, envidia, todas las variedades del miedo, viajes al extranjero, caras nuevas, novelas, relatos, sueños, fantasías, música, danza, opio y vino”.

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Con este bagaje, Anaïs emprende el primero de sus relatos, que titula “El aventurero húngaro”. Cuenta la historia de un hombre que pinta con “una belleza sorprendente, un atractivo infalible, dotes de actor entrenado, cultura, conocimiento de muchas lenguas y formas aristocráticas”. Este húngaro soberbio, que se erigía siempre en “centro de atracción para las mujeres”, se casaba con matronas ricas para ir pasando casa, y después las abandonaba. “Aventurero libre e inaprensible”, creyó encontrar la estabilidad con la bailarina brasileña Anita. Ella se enamoró de él, pero él no le correspondió. Le hizo dos hijas y se marchó.

Y, en esta historia, ¿dónde está el erotismo?, se preguntará el lector. El erotismo siempre viene, pero no dónde se le espera ni de la forma que se le espera. El húngaro se encuentra en Roma, en el Gran Hotel. En la habitación de al lado se aloja el embajador español con dos hijas pequeñas, una de diez y otra de doce años. Por las mañanas las niñas tenían la costumbre de asaltar la cama del huésped contiguo que, “como les ocurre a muchos hombres”, “siempre se despertaba con la polla particularmente sensible”. Las niñas juegan y saltan sobre el hombre, y le acaban provocando desastres libidinosos que tendrá que leer para comprobar...

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Estimulado por estos juegos infantiles, el aventurero regresa al hogar e inicia maniobras igualmente juguetonas con sus propias hijas. El consiguiente episodio se llama técnicamente incesto y no será apto para almas sensibles. Pero es literatura erótica, ¿qué queríais?