Mamdani, Trump y el comunismo

Hans Magnus Enzensberger propuso en 1982 una hipótesis irónica sobre el "subdesarrollo como estadio superior del socialismo". Se refería al comunismo, nada que ver con la socialdemocracia que defiende el nuevo alcalde de Nueva York, Zohran Mamdani. Pocos años después del lúcido ingenio de Enzensberger, la broma acababa: en 1989 caía el Muro de Berlín. Por fin los alemanes del este, y detrás suyo los ciudadanos de todas las repúblicas soviéticas, podían escapar de la cárcel en la que se había convertido un mundo comunista marcado por la escasez, la burocracia, el terror, el derroche, la desinformación, la incapacidad de innovar... Nada funcionaba, todo el mundo se funcionaba. Era el fin de unas sociedades totalitarias que, a base de terror, se habían garantizado un apoyo fanático o una lealtad pasiva. La caída del comunismo pareció ser definitiva y total. Pero la historia nunca es lineal.

En el ensayo ¿Qué fue el comunismo? (Editorial Asuntos, en traducción de Gustau Muñoz), el historiador alemán Gerd Koenen (Marburg, 1944) desnuda la ideología supuestamente inspirada en Marx –halla más rasgos religiosos que igualitarismo– y mira lo que resta. Si se trata de establecer "una genealogía histórica, no sería la que dice: Marx produjo Lenin, Lenin produjo Stalin, Stalin produjo Mao, sino más bien: Lenin se apropió de Marx, Stalin momificano Lenin, Mao sustituyó a Stalin", escribe Koenen. A la hora de mirar el presente, les adelanto una conclusión: Rusia mira atrás; China mira adelante. Pero la desmemoria les ha ido bien en ambos casos.

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El mundo soviético se hundió de repente, sí, pero no hubo un solo proceso, ningún Nuremberg sobre los asesinos de masas estalinistas. No se ha hecho justicia. Y ahora Putin rehabilita a Stalin: recientemente se ha reinaugurado un alto relieve en una céntrica estación de metro de Moscú. En Rusia, al menos hay 120 monumentos dedicados al dictador. De éstos, 105 se han erigido durante la presidencia de Putin, y la mayoría, después de la anexión de Crimea en el 2014. En los libros de texto escolares se presenta a Stalin como una persona querida por el pueblo que lo hizo todo para ganar la Gran Guerra Patriótica, es decir, la victoria sobre Hitler. Una victoria nacionalista, no comunista.

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Hoy, el régimen autoritario y oligárquico poscomunista ruso y la república popular china, marcada por un capitalismo de estado antidemocrático, generan una indisimulada atracción en los jefes de estado de las dos grandes democracias mundiales, Trump y Modi, que quisieran poder mandar a decretazo. La Rusia de Putin se presenta como bastión de los valores tradicionales: familia, nación, estado, masculinidad, religión, bastante guerrera. Y se contrapone a un Occidente decadente. China de Xi promete un superdesarrollo, un "sueño chino" armónico como relieve en el caducado american dream.

China sigue siendo nominalmente una república popular bajo la dirección del Partido Comunista. Pero Deng Xiaoping fue mucho más reformista que Gorbachov. Hizo evolucionar el régimen desde dentro, disolviendo, por ejemplo, las comunes obligatorias y permitiendo a los campesinos volver a producir según las formas familiares y locales, liberando un enorme potencial económico y social. Surgió una industria rural auxiliar y se permitió la entrada de capital extranjero. El comunismo fue transformado en capitalismo de estado y ha seguido evolucionando.

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Si el comunismo, tal y como dice Koenen, fue sobre todo una reacción nacionalista contra el avance de un mercado capitalista que se globalizaba, una reacción que cayó y creyó en un despotismo premoderno (Stalin se inspiró en Iván el Terrible y Mao se presentaba como un emperador popular hacia la lana y Putin, anclado en un nacionalismo nostálgico, se afana por no quedar al margen.

La fascinación durante décadas de una parte de Occidente –el progresismo que dominaba el mundo cultural– por los experimentos comunistas ruso y chino se ha convertido ahora en fascinación de una parte de Occidente –la extrema derecha populista que domina el mundo mediático– por los regímenes fuertes surgidos.