Literatura

Marchar temprano de la fiesta

El arraigo es uno de los motivos que se repiten a lo largo de 'La dulzura de vivir', tercer libro de relatos de Joan Todó

'La dulzura de vivir'

  • Joan Todó
  • LaBreu Ediciones
  • 178 páginas / 15 euros

Además de poeta y crítico literario, Joan Todó es un narrador vigoroso, autor de una narrativa que elabora formas pseudonovelísticas muy interesantes y poco convencionales cómo El horizonte primero (L'Avenç, 2013) o La verde se lleva (Godall, 2021), y que también se ha dedicado a la forma del cuento.En bolsillos (LaBreu, 2011) y Ladrones (LaBreu, 2016), sin olvidar "El ombligo del mundo", un relato incluido dentro deEn busca del flamenco, un volumen coescrito con Jaume C. Pons Alorda y Sebastià Portell que tenía por objeto geográfico el Delta del Ebro, que es uno de los territorios literarios de Todó, natural de tierra adentro (la Sénia), pero buen conocedor de los paisajes del arroz. Justamente un cuento que pasa de lleno, con un migrante que desembarca de una patera en una playa de arena fina, es lo que abre La dulzura de vivir, que es una recopilación que parece ordenada de forma muy consciente, para que cada pieza esté exactamente donde le toca.

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A pesar de la diversidad de voces y tonos y máscaras tras las que se esconde el escritor, y que suponen un conjunto variado y rico de narraciones, hay un color y una melodía que lo trenzan y lo empapan todo: podría ser el marrón oxidado de la cubierta, el de la cepa de un olivo medio olivo cuento, una pieza breve que cierra perfectamente el volumen porque combina las dos almas del narrador: la fantástica y la realista, en una historia sobre un niño que se esconde no se sabe cuánto tiempo dentro de la cepa despejada de una encina centenaria. El arraigo es uno de los motivos que se repiten a lo largo del libro, ya sea de forma argumental (hay un padre que, literalmente, quita raíces por los pies y pelos vegetales en la espalda) o de forma más metafórica, sobrevolando los temas de los cuentos o encarnándose en el elemento primigenio que los configura: la lengua. En este sentido, "La cabra" es una filigrana lingüística para golosinas del Alcover-Moll, pero también un retrato duro y seco como el paisaje por el que trescan estos animales que te puedes encontrar de cara cuando vas a recoger aceitunas.

Percibir el inexorable paso del tiempo

Otro tema que se va repitiendo es el del envejecimiento: no son pocos los personajes que sobrepasan la mediana edad, empiezan a mirar más atrás que adelante y se hacen preguntas sobre lo que han hecho, de la vida que se les dio: reuniones de antiguos compañeros de escuela o cumpleaños de progenitores, en manos de un buen arte todo lo contrario, piezas donde se percibe el inexorable paso del tiempo en un solo gesto o en un objeto tan pequeño que hacia el bolsillo, como una atisbo de algo que se nos ha escapado irremediablemente.

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Hay varios cuentos que parecen más excéntricos, porque pasan en épocas históricas que no son la contemporánea, pero sólo lo parecen: lo que da título a la recopilación y que retrata a la perfección la inconsciencia hedonista de los privilegiados ante los momentos históricos que supondrán su fin. Y el ambientado en los años noventa, quizás lo que es la mejor pieza del conjunto, donde un hijo que estudia en Barcelona vuelve a casa para pasar el fin de semana. Éste es un buenísimo ejemplo de cuándo debe acabar una historia, justo cuando parece que todo tenga que empezar: escribir también es saber elegir el momento de irse. Tanto éste como "La caja de música" se adentran en el tema de la familia como núcleo que da y saca fuerza a los individuos, como el del lugar de origen, que hace de losa pero también de catapulta para aquellos que quieren irse para mirárselo todo desde un poco más lejos y quizás, algún día, escribir algo.