Literatura

Aquellos momentos en los que la vida parece la línea de un círculo perfecto

'En tierra de maravillas', de Eulàlia Bosch, es un libro de memorias precioso

BarcelonaHacía unos meses que el libro En tierra de maravillas (Ángulo Editorial, 2025), de la filósofa y profesora Eulàlia Bosch, me perseguía por casa. Inconscientemente, se me acercaba y se alejaba: el día que llegó, sus colores me insistían sobre la mesa del comedor; al anochecer, esperaba paciente una oportunidad en la mesilla de noche; al día siguiente, con la llegada de un nuevo libro, se vio desplazado a la mesa del despacho. Los días pasan y hay lecturas que no encuentran su momento, hasta que finalmente las empiezas y entiendes por qué siempre las habías mantenido cerca, dando un paseo errático por casa, evitando relegarlas del todo al montón de títulos pendientes que en el fondo sabes que nunca leerás.

En tierra de maravillas es un libro precioso. Lo es por muchos motivos. Les contaré desordenadamente, como hace ella; cómo se puede hacer con todos aquellos pensamientos que sabes que igualmente te llevarán a algún puerto. Uno de los motivos por los que me ha enganchado –no he podido parar de leerlo hasta el final, aunque ahora pienso que sería mejor haberlo disfrutado poco a poco, apreciando cada píldora de sabiduría–, es porque al principio utiliza a menudo el verbo mover, que es de los más bonitos que deben existir en nuestra lengua y que viene del latín bullicare (poner en ebullición), que a su vez deriva de hervir (hervir) y de bulla (burbuja); una forma de existencia que se llena hasta que explota o derrama, como la relación entre los lugares por donde pasa Eulalia y las relaciones de ideas que le generan. Me gustaría utilizar más este verbo; en nuestros tiempos, el catalán se nos allana como si nos hubiesen arrancado las páginas del diccionario.

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Otro motivo: leer a Eulalia me ha hecho volver a pensar, como he hecho muchas veces en la vida, que los museos catalanes están llenos de mujeres sensibles y con mucho talento. La mayoría no hacen grandes aspavientos, son discretas, de un apasionamiento reflexivo, y encuentran en las actividades relacionadas con el arte su principal manera de aportar sensibilidad a un mundo que necesita mucha. El libro es una defensa de las vidas que se entremezclan con los lenguajes del arte: "Es como si un vocabulario hecho de formas y colores, movimientos y sonidos, se fuera adhiriendo al abecedario conocido y con él la percepción del mundo fuera más ancha y más misteriosa a la vez".

Uno de mis capítulos preferidos es "Una playa, una cueva, una montaña", en la que la filósofa relata aquellos momentos en los que la vida parece la línea de un círculo perfecto que por fin encuentra la otra cabeza y hace cledo y se completa. Puedo entender con toda certeza la intensidad que debían tener aquellos momentos para Bosch (comer una ostra dentro del agua del Port de la Selva; tumbarse en la cueva de Altamira; encender fuego dentro de un círculo de piedras en un rincón de los Alpes). Seguro que yo también los habría vivido así. Admiro que pueda poner palabras a estos momentos de lucidez, de encaje entre la anécdota que somos y el mundo que habitamos, porque están instantes llenos de una sensación tirando a inefable, bastante corporal y sobre todo de un estadio mental distinto. Yo vivo por esos clecs. ¿No lo hacemos todos? Este capítulo me ha hecho pensar en Miró.

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Del libro también destacaría el breve y precioso homenaje a la curiosidad de Maria Aurèlia Capmany, escondida dentro de una conversación de la autora con dos mujeres de Nueva York; y el capítulo dedicado a Jorge Oteiza; pero como le ocurría a ella, si lo destaco también es por fanatismo hacia la figura del escultor. En tierra de maravillas es una recopilación de memorias que cuando se acaba te deja con ganas de agendar un encuentro con la autora para seguir la conversación. Cuando giras la contraportada, ¿puede haber un mejor sabor?