Una mujer emancipada en un pueblecito perdido de Estados Unidos
Ediciones de 1984 publica en catalán el excelente 'Una dona perdida', de Willa Cather
'Una mujer perdida'
- Willa Cather
- Ediciones de 1984
- Traducción de Laura Baena
- 192 páginas / 16,90 euros
De pequeña, la escritora estadounidense Willa Cather (1873-1947), ganadora en 1922 del Premio Pulitzer, vivió en un rancho de Nebraska, en medio del continente americano, lo que le permitió conocer la vida de los pioneros, aquella que los y las que forman parte de la generación del baby boom entreveíamos en las películas que pasaban por la tarde cuando sólo había dos canales. Las novelas nos sirven, entre otras muchas cosas, para retratar tiempo que no hemos vivido. Una mujer perdida nos adentramos en esa realidad de pueblos y pequeñas ciudades crecidos gracias a la llegada del ferrocarril, donde los inviernos eran largos y la existencia no siempre fácil. La protagonista es Marian, una mujer atractiva procedente de la cálida California que destaca en ese ambiente de normas rígidas, socialmente rígido. Está casada con el capitán Forrester, un hombre respetado por todos y al que ama, pero aquel lugar le aburre profundamente. "Ya ves que aquí no tengo nada que hacer. No puedo hacer ejercicio. No sé patinar; en California no patinábamos, y tengo los tobillos débiles. Siempre he bailado, en invierno; en Colorado Springs se baila mucho. No te imaginas cómo lo echo de menos", ~BK_SLT_
A Willa Cather siempre le interesó la posición que las mujeres ocupaban en el mundo y aquí lo deja claro. ¿Qué hace una mujer a la que le toca vivir en un lugar en el que a las mujeres sólo le corresponde un discreto segundo plano si se quiere algo más? "Cuando la señora Forrester te miraba, enseguida te dabas cuenta de que caías en su hechizo. Era algo instantáneo, que traspasaba las corazas más gruesas". Sweet Water es el nombre del pueblo en el que viven y no resulta fácil tener un futuro prometedor, ni siquiera recibir visitas mínimamente interesantes.
El joven Niel Herbert observa a Marian con una mezcla de admiración y curiosidad, y de su mano nos adentramos en la vida de aquella esposa atenta que lucha enconadamente con sus deseos insatisfechos. Funciona bien en la narración, ese punto de vista externo que ilumina la escena fragmentariamente y deja en la oscuridad lo que el chico desconoce. Niel es el sobrino del juez del pueblo y, como ella, se siente atrapado. Tiene la suerte de contar con el cariño de la señora Forrester y la va a ver a menudo a la casa de la colina. Aquella mujer le intriga. La considera un ejemplo de virtudes, hasta que descubre que no lo es tanto. Ha recibido la visita de un hombre aprovechando la ausencia del capitán y Niel sufre una decepción.
Porque tampoco los jóvenes prometedores estaban en aquellos años preparados para lidiar con la emancipación femenina, un elemento exótico en aquella estructura inflexible donde los deseos casi siempre eran condenados a apagarse antes de nacer o, en los casos más afortunados, a aletear tan brevemente como las alas. En el caso de Marian, ¿quién ganará, la cordura o el arrebato? "Cuando estoy sola aquí durante meses y meses, hago planes y pienso", dice.