La obra maestra desconocida: por qué correr a leer Max Blecher
Los versos amantes de la literatura no deberían perderse 'Eventos de la realidad inmediata'
'Eventos de la realidad inmediata'
- Max Blecher
- Adesiara
- Traducción de Jana Balacciu Matei
- 144 páginas / 16 euros
Me he permitido utilizar el título de la nouvelle de Honoré de Balzac para encabezar mi artículo sobre la del rumano judío Max Blecher (1909-1938) porque, a medida que le iba leyendo –admirado–, se me imponía la impresión de encontrarme ante una obra maestra de un autor –necesito reconocerlo– de quien, hasta hace poco, no. Cómo explica D. Sam Abrams en el prólogo, éste de 1936 es el primer título de una trilogía que completaron Corazones cicatrizados (1937) y Cae iluminado. Diario de sanatorio, obra que el autor acabó antes de morir, pero que no se publicó hasta 1971. ¡Los versos amantes de la literatura no deberían perderse esta joya con mayúsculas!
Eventos en la realidad inmediata quizás invita poco a la lectura de la historia, pero tiene, como mínimo, una virtud: plantea su ambición filosófica. El primer capítulo es, en este sentido, el más difícil pero también el más programático. Diríamos que estamos leyendo una de esas novelas existencialistas que se sirven de un argumento más o menos convencional para exponer problemas de una gravedad y de una dimensión trascendentales. La náusea, de Jean-Paul Sartre, pongamos por caso (más que no El extranjero, de Albert Camus). La sorpresa es que Sartre publicó su obra más conocida en 1938, el mismo año que Blecher traspasaba, de grave enfermedad, a la edad precoz de 29 años.
Una novela de 'deformación'
"¿Quién soy yo exactamente?", se pregunta el protagonista innominado de la obra. Y, a lo largo de su periplo vital, asistiremos a la extrañeza que le causa, ahora y antes, su condición de ser vivo. Es, de hecho, una extrañeza insoluble ante la realidad que le rodea (ante "el aspecto corriente de las cosas") y ante la propia y escurridiza identidad. Joven, de aspecto frágil y naturaleza enfermiza, sufre toda una serie de crisis que parece que temporalmente le alejen del mundo —un mundo carente de sentido—. Si la memoria no me traiciona, Roquentin, el personaje sartriano, sufría una crisis severa junto a un castaño, en un parque urbano. Para el hombre, el árbol adquiría, de repente, otra condición, vagamente humana (cosas de la contingencia existencial). Pues bien, curiosamente los árboles preferidos de Blecher son los castaños y hay un momento en que su personaje también se siente árbol. Por otra parte, la relación que el chico mantiene con los objetos parece preceder a la que más tarde mantendrá el protagonista sartriano.
Más que a una novela de formación, habría que referirse a una novela fragmentaria de deformación: el protagonista sabe que no puede avanzar. Conoce el deseo sexual y disfrutará en compañía, pero sufre aún más su decepción. Ante unos objetos conocidos que hace tiempo que no tenía a mano, revive "la melancolía de la [...] infancia y esa nostalgia esencial de la inutilidad del mundo". ("Inutilidad del mundo": ¿quiere una proclama existencialista más diáfana?) Admira a los locos porque se han deshecho de la servidumbre respecto a la realidad (respecto a sus convenciones, a sus límites estrechos): son más libres que las personas sensatas y, por eso mismo, capaces de sentir "la verdadera amplitud del mundo". El chico tiene la obsesión de un museo panóptico, lleno de figuras de cera. Ahora bien, al fin y al cabo sólo pesa el barro, que está por todas partes. Y la muerte, que todo lo impregna. "Las palabras habituales no son válidas a cierta profundidad del alma", concluye. Y, sin embargo, ¡qué bien nos supo trasladar, Max Blecher, las imágenes alucinadas de su protagonista por medio de las palabras!