País y lengua: terapia colectiva
BarcelonaEste verano formé parte de una mesa redonda sobre lengua, cultura y país en el festival Dansàneu. Había un escritor de cada uno de los territorios de los Països Catalans. El lunes tengo otra similar en Lleida, también con escritores de cada demarcación. Este tipo de charlas son cada día más habituales, seguramente por la sensación de amenaza cultural y lingüística que vivimos. Al fin y al cabo, son nuestra forma de no rendirnos. Si se sigue hablando de algo es que hay cosas que decir; implica, pues, que el tema sigue vivo. Dejar de hablar de lengua y cultura sólo sería posible en dos escenarios: un escenario de muerte técnica, es decir, cuando los Països Catalans estén definitivamente muertos y enterrados ya no habrá nada que debatir; el otro escenario sería el de la normalidad: si no nos sintiéramos amenazados, tampoco habría tanta necesidad de hablar de lengua y cultura. El caso es que (¿todavía?) no estamos en ninguno de estos dos escenarios.
Debatemos sobre la existencia de los Països Catalans porque no estamos seguros de si existen, o incluso de si han existido nunca. Y hablando de ello queremos convencernos de que sí. Nos necesitamos convencer de que sí. Los Països Catalans no son un animal mitológico. Organizamos, pues, estas charlas y un montón de gente viene a escucharlas. Las ideas que se exponen no son nuevas ni especialmente reveladoras. De vez en cuando, caen en banalidades y lugares comunes, los cuales, sin embargo, no por ser banales o comunes dejan de ser ciertos. Después, turno de preguntas, que a menudo son más lamentos e inquietudes que preguntas.
Compartir frustraciones e ilusiones
Me doy cuenta de que el objetivo principal de estas charlas no es compartir ideas y encontrar nuevos caminos (que también), sino funcionar como sesiones de (necesaria) terapia colectiva. Hola, me llamo Carlota y soy catalana. Bienvenida, Carlota. Y todos nos ponemos a compartir nuestras frustraciones y nuestras ilusiones. Que si la juventud no habla catalán (y entonces: que si los medios, que si TV3, que si los youtubers). Que si no sabemos cómo hacerlo para no cambiar al castellano cuando viene el fontanero. Que si la degradación de la lengua (y entonces: el exterminio de los pronombres débiles). Que si Vox, Vox, Vox (me imagino a Sabrina botando con el pezón rebelde que se le escapa). Que si la desvertebración de los Països Catalans. Que si las miserias crematísticas. Que si los cambios en el consumo cultural nos abocan a una muerte segura, porque la gente no lee, sólo mira el móvil y Netflix. Que si esto, que si eso.
Inevitablemente, en estas charlas cada uno acaba asumiendo un rol. Parece casi que estemos escribiendo una ficción y busquemos que cada persona del público pueda encontrar un personaje en el que mirarse: ese será el optimista, esa otra la conservadora, esa la punki, aquel el derrotista, uno hará las bromas y el otra, severa, nos regañará. La gente aplaudirá, reirá, se preocupará.
Los rituales fomentan la unión y la colaboración
En el fondo, es como ir a misa. Varios discípulos de la causa lingüístico-cultural nos joden el sermón para convencernos de nuestra fe y darnos esperanza. Y para hacernos creer que quizás el Cielo nos espera. Bajo la lluvia de las palabras dichas, apretamos nuestros vínculos, nos cohesionamos, alimentamos el sentimiento de comunidad, nos damos fuerza para seguir batallando. No estás sola, Carlota, Marta, Óscar, mira cuántos hay como tú. Clamamos plegarias ante los micros. A veces incluso se entonan cánticos patrióticos. Tenemos también el momento eucarístico, que en el plano secularizado es el vermut de rigor o la copa de vino de DO catalana. Después, salimos por la puerta del templo, reconfortados y algo menos solos.
Hace unos años, con la idea de construir una especie de ateísmo practicante, Alain de Botton organizó un puñado de Sunday Sermons (los podéis encontrar en YouTube), porque el filósofo encontraba que las misas, si les extirpabas la idea nuclear de Dios, ofrecían un montón de cosas buenas: el sermón es una guía y da unas directrices claras sobre cómo actuar (somos tantos los que estamos confusos en el plano lingüístico y cultural), los rituales fomentan la unión y la colaboración, además, en una misa se logra trascender al yo y encima, si el predicador es bueno, gozaremos del arte de la oratoria.
Todo esto no se lo digo para escarnecer estos debates y mesas redondas. Al contrario. Os lo digo porque no dejamos de organizarlo y de ir. Porque no dejamos de rezar ni perdemos la fe. Que dudamos de la existencia de una idea -ya sea Dios o los Països Catalans- no impide que la idea sea beneficiosa. A veces es gracias al simple hecho de creer que las cosas cobran vida. Así que os espero el lunes en Lleida. Amén.