¡Pasa de súpers y de piñas, y queda por leer!

Barcelona"La lectura es una práctica muy solitaria y muy irreductible y, a la vez, muy colectiva y muy comunitaria". Me lo decía hace unos años la filósofa Marina Garcés, y recuerdo que me interesó mucho esa parte comunitaria que ella destacaba. Continuando con la conversación, Garcés me recordaba que, históricamente, la lectura ya había sido una actividad colectiva, cuando había pocos libros al alcance de la gente, cuando había mucha que no sabía leer, o cuando se leía en lugares contados, como por ejemplo en misa. Pero no hace falta ir tan lejos, porque ella atribuía el éxito de los clubs de lectura también a la forma en que vivimos actualmente: me decía que hemos convertido la casa en un lugar donde hacemos todo tipo de actividades, desde trabajar hasta comprar online , y parece que de algún modo se hayan apropiado del espacio y del tiempo que destinábamos a leer. "Ahora tenemos que salir de casa, buscamos compartir un libro, y así la lectura vuelve a ser una práctica colectiva".

Supongo que los cuatro jóvenes que se inventaron Reading Rhythms, en Nueva York, no habrán leído a Marina Garcés, pero para ellos la lectura también es una actividad comunitaria. Ah, y una fuente de ingresos. El inicio de su proyecto era una inquietud: les parecía que por culpa del ritmo que llevamos, de las pantallas, de los teléfonos, del estrés del trabajo... cada vez dedicamos menos tiempo a leer. Un día organizaron un primer encuentro con una decena de amigos, en una azotea: hicieron una lista de reproducción con música que les parecía que iba bien como fondo de lectura, y cada uno llevó el libro que quiso. Determinaron un tiempo de lectura y, cuando acabó, comentaron entre ellos temas que habían surgido de sus libros. Todo el mundo quedó tan contento con esa experiencia que se organizaron y, actualmente, tienen más de 55.000 seguidores en Instagram. Por si crees que no han inventado la sopa de ajo (ellos tampoco lo pretenden), les diré que su eslogan es "No somos un club de lectura, sino una fiesta de lectura".

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Reclaman, en un mundo "que muchas veces parece carecer de interés y de conexiones con sentido", la posibilidad de recuperar el placer de aprender, por ejemplo, y de encontrarse en lugares bonitos con música bien seleccionada y con gente que busca lo mismo. Puedo decirles que hay demanda: han llegado a convocar a 700 personas en un parque, y cuando hacen sesiones en lugares más pequeños, tienen lista de espera. La gente agradece el silencio, y encuentra hermoso quedar por leer; tanto, que está dispuesta a pagar: hay algunas sesiones puntuales gratuitas, pero por lo general los precios comienzan a 20 dólares, y hay actividades que pueden llegar hasta los 50, cuando están en un lugar especialmente emblemático, como la azotea de un rascacielos. No sé qué piensa de esta iniciativa, pero yo tengo el corazón un poco dividido: por un lado, celebro enormemente que la gente tenga ganas de recuperar tiempo para leer, y la lectura comunitaria me gusta; por otro, creo que parecemos tontos. También sospecho que muchos de los que se apuntan lo hacen sobre todo para conocer a gente: me lo confirma la página web de Reading Rhythms, que recoge el testimonio de una participante. "Siento que podría encontrar a mi marido, en este encuentro!" Puestos a hacer, mucho mejor eso que atar con una piña en el carro.