Literatura

Prudencio Bertrana, gran cronista de la Barcelona de antes de la guerra

La editorial Cabo de Brot reivindica una cara poco conocida del autor de 'Josafat'

Joaquim Armengol
hace 0 min

'Barcelona'

  • Prudencio Bertrana
  • Cabo de Brote
  • Edición al cuidado de Judit Pujol Prat
  • 21,90 euros / 400 páginas

En Prudencio Bertrana (Tordera, 1867 - Barcelona, ​​1941) lo tenemos fosilizado en un busto de bronce sobre un pedestal de piedra en Girona. En el Museo de Arte de la ciudad agonizan en penumbra un par de cuadros suyos. Cada año el hombre mantiene los honores de un premio literario cuyos ganadores raramente le honoran. En Tordera, un parque lleva su nombre y custodia también la biblioteca de Riudarenes. Todo esto está muy bien, pero, a la postre, a Bertrana no se le lee mucho, y se habla muy poco, a pesar de ser un clásico insoslayable, y una de las figuras más relevantes de la despensa literaria catalana. Quizá olvidemos con demasiada facilidad que es el autor de obras como Josafat (1906), Prosas bárbaras (1911), ¡Yo! Memorias de un médico filósofo (1925) y la trilogía de cariz autobiográfico Entre la tierra y las nubes, formada por El heredero (1931), El vagabundo (1933) y El impenitente (1948), entre otros.

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Pero Bertrana es más, mucho más. Hay que tener en cuenta su teatro espléndidamente bien escrito, como Las alas de Ernestina o La despedida de Teresa; su chorro de artículos extraordinarios en la prensa, las críticas teatrales, las conferencias, los discursos, las colaboraciones en la radio y la correspondencia, todo digamos que por ver la luz todavía, a excepción de una magnífica selección de artículos, Barcelona, que acaba de publicar de forma soberbia la editorial Cap de Brot al cuidado de Judit Pujol Prat, especialista en la obra periodística de Bertrana y que ha hecho la selección y una introducción bien feliz.

Barcelona es un título adecuado para esta recopilación de artículos, debido a que el escritor vivió en la Ciudad Condal casi treinta años. Lugar, a pesar de sí mismo, donde ejerció buena parte de su carrera literaria y se convirtió en un prolífico cronista urbano, un cronista de primera. Sus valiosas columnas describen la Barcelona que va de 1912 a 1936. Cabe recordar que Bertrana era un autor respetado y leído, por eso sus crónicas aparecen en las principales cabeceras: La Esquella de la Torratxa, El Pueblo Catalán (Ideario barbol), La Publicidad (Ideario bárbaro), La Voz de Cataluña (Imprumpto), La Pila, Fiesta, El Xerraire, etc.

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Un escritor que se fija en todo

Las impresiones de Bertrana son las de un gerundense con corazón de selvatán que se ve empujado a vivir a la gran ciudad, lo que hace que la suya sea una mirada absolutamente subjetiva, diferente, lo que posibilita una descripción lúcida ya veces irónica o satírica, pero frecuentemente crítica, algo que el hombre, por su carácter, no podía evitar. Bertrana capta, de forma intrínseca, los cambios físicos y arquitectónicos, sociales, culturales y políticos de Barcelona a lo largo de estos años. En sus paseos antológicos el escritor se fija en todo, por superfluo que pueda parecer. Le da igual un gorrión como la ciudad estropeada y aburrida, la tristeza de Navidad por los doloridos como los estragos que hace el tifus. Se fija en el polvo, los prosistas que no escriben y en las ratas que campan libres. A veces en un becerro muerto, otras en el Tibidabo o en un rebaño de corderos que pasa por el paseo de Gràcia. Y en la sopa de ajo también, en el Arco de Triunfo y en los burgueses, en la añoranza de las bestias tétricas, en la niebla, en la anarquía arquitectónica o en los fótiles que el hombre civilizado necesita... Hay que decir que estas impresiones contienen el trazo formidable de Bertrana. O sea, un léxico rico y esponeroso, pero no amable, con giros populares muy auténticos que dan pieza a su gran habilidad descriptiva.

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Aunque a Bertrana le costaba escribir, maneja una lengua admirable, física, corpórea, llena de color y texturas. Es un gusto leerlo. No desperdicia humor ni reflexión; y tiene, además, la ironía fina del desencantado y la añoranza del bosquetano. Me gusta especialmente porque es una literatura que no pide permiso ni consola, más bien incomoda y es intensa. En definitiva, Barcelona es Bertrana miniaturizado en pequeñas joyas personales y expresivas, que son además una muestra amplia y natural de sus inquietudes y preocupaciones sociales, de su espíritu republicano y democrático, y de un amor subsistente por la lengua y la identidad catalana, connaturales.