Literatura

Reflexiones sobre la finitud del gran Gueorgui Gospodinov

'El jardinero y la muerte' explica el dolor del autor de presenciar el fin de la vida de su padre y al mismo tiempo ofrece una crónica de la generación de hombres búlgaros nacidos a finales de la Segunda Guerra Mundial

'El jardinero y la muerte'

  • Gueorgui Gospodínov
  • Ediciones del Periscopio
  • Trad.
  • 284 páginas / 20,50 euros

Gueorgui Gospodinov (Iámbolo, 1968) es el escritor contemporáneo más leído y premiado de Bulgaria. Novelista, poeta y dramaturgo, traducido a treinta idiomas, en El jardinero y la muerte –que llega un año después del premio Booker deEl refugio del tiempo– propone una historia autobiográfica sobre un hijo que, día tras día, ve cómo su padre (Dinyo Gospodinov: un hombre irónico y vitalista) se va apagando por culpa de una enfermedad y muere. Lo relata a través de un monólogo interior de alta calidad literaria que lleva el sello del estilo narrativo fragmentado del autor. Anárquico y experimental, imprevisible y onírico, metaliterario y absurdo, Gospodinov no escribe una novela sobre la muerte, ni sobre un duelo canónico, sino sobre el dolor de presenciar el fin de una vida. A partir de la anécdota personal —que deja claro que cuando ocurre a través del lenguaje nos deja de pertenecer y pasa a formar parte del ámbito de la ficción—, el autor también ofrece la crónica sobre una generación, la de los hombres búlgaros nacidos a finales de la Segunda Guerra Mundial.

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"Mi padre era jardinero. Ahora es jardín". Con este impacto verbal comienza uno de los relatos más fibrosos jamás escritos. En El jardinero y la muerte, la presencia constante de la muerte no es sólo un final, sino también un elemento que da forma a la vida ya las decisiones de los personajes. La obra presenta una estructura posmoderna que combina elementos narrativos tradicionales con un estilo que mezcla poesía y filosofía. Encadenando capítulos cortos que son pensamientos o escenas vividas, Gospodinov utiliza un lenguaje esmerado, lleno de metáforas y simbolismos, que invita al lector a reflexionar más allá de la trama superficial. El jardín, en la novela, funciona como un símbolo de la vida, del crecimiento y de la mortalidad. Es un espacio donde la belleza y lo transitorio se entrelazan, y recuerda que todo lo que nace también muere. El jardín de la memoria es, a su vez, la plasmación de la belleza de lo efímero. La naturaleza, con su ritmo cíclico, refleja la visión del autor sobre la inevitabilidad de la muerte y la importancia de vivir plenamente.

Gospodinov sabe jugar con el ritmo; alterna descripciones detalladas del entorno, sobre todo del jardín, y pensamientos profundos. Su forma de escribir hace que El jardinero y la muerte tenga un tono casi meditativo, en el que cada palabra parece escogida con esmero para transmitir múltiples capas de significado. La experiencia lectora que resulta es estética y meditativa a partes iguales. encontrar paz en esta aprobación. La memoria —la única forma real de inmortalidad— y la identidad se suman a las fortalezas temáticas deEl jardinero y la muerte, puesto que se sugiere que, cuando la muerte nos separa, la memoria es la gran vía para dar continuidad a la existencia. Gospodinov ha escrito una novela elegíaca, una novela-memoria y una novela-jardín sin género definido, al igual que la vida o la muerte.

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