Por qué somos una sociedad que vuelve a la fe
BarcelonaMás recurrentemente de lo que me gustaría, nos miro y siento que todo lo que hemos construido no nos hace felices. En nuestro mundo nada se acaba y todo lleva a lo siguiente, y existe una soledad profunda en esta incapacidad de detener el ritmo. Nos imagino a todos como una "v". En un brazo tenemos el movimiento constante, el ritmo imparable, el alejamiento de las cosas respecto a nosotros, la construcción de estructuras cada vez más descomunales y pesadas y etéreas e inalcanzables. En el otro brazo está el anhelo de freno del movimiento: de seguridades inmutables, de ideas fijas, de cosas sagradas, de salvaciones. En la distancia entre estos dos brazos cabe toda la violencia de nuestro mundo. Y en el punto inferior de la “v” estamos nosotros, acurrucados y tensionados además de no poder.
En todo esto, es decir, en la creciente sed de fe de nuestra sociedad, que necesitamos para compensar la angustia de no tener capacidad de control sobre nada, pensaba cuando leía Color puro (Angle, 2024), un libro escrito por la canadiense judía Sheila Heti y traducido al catalán por Maria Bosom. He visto reseñas que dicen que es una obra sobre madurar o sobre la muerte de mi padre, pero para mí es un libro sobre la búsqueda de sentido. Vamos, que es un libro teológico, en una dimensión muy obvia y en una dimensión no tan obvia. Su punto de partida es el siguiente: el mundo en el que vivimos no es el definitivo, sino que es un borrador que ha creado dios para ponernos a prueba y tomar notas y hacer un segundo mundo: lo bueno, lo correcto. Como a la autora le gusta el arte, representa al creador como un artista que acaba de pintar un cuadro y da un paso atrás para mirar la creación y corregir sus errores.
Pero el Primer Mundo tampoco es del todo el nuestro, sino que Sheila Heti se inventa una especie de planeta repartido entre huesos, pájaros y peces. No se esfuerza en dar un sentido coherente a esta organización de la vida, sino que sencillamente, como escritora y como artista, y no como bióloga o como teóloga, utiliza esta separación del mundo para crear situaciones y escenas que nos hacen reflexionar sobre cómo los seres vivos nos relacionamos con todo lo que nos ocurre en la vida (principalmente, con el amor y la muerte) y qué aprendizajes en sacamos, es decir, cómo nos salvamos.
Admiro a Sheila Heti por haber creado una novela llena de fragmentos pegados sin demasiada lógica narrativa, pero que funciona. Creo que lo ha hecho así porque afrontar las grandes dudas del mundo es difícil, y hay que inventar tramas para crear situaciones que le permitan desatascar el pensamiento. Ahora el amor no correspondido. Ahora la muerte de su padre. Ahora la transformación en una hoja. La coherencia del libro no importa, ni tampoco qué es realidad o qué es ciencia ficción, porque Heti lo que quiere es reflexionar. Leyéndola, también he oído que quizás, sin quererlo, la autora quiere convertirnos a nosotros, sus lectores; que quiere que tengamos fe. Lo que demuestra que probablemente es ella, quien está en crisis. ¿Pero quién no lo está?
Aires de misticismo
La dimensión teológica no tan obvia de la novela es la que me lleva a preguntarme por qué alguien del siglo XXI ha necesitado escribir este libro. Y la respuesta es que el libro de Sheila Heti encaja con los tiempos. Hablábamos con las Tarta Relena en Gente de Mierda: ocurre algo a nuestro alrededor, aires de misticismo, de necesitar creer en el destino, en las premoniciones, de retorno del tarot y de la figura de la Sibila; cada uno que coja el mecanismo de fe que le plazca. La sociedad necesita creer en algo más, existe un tipo de pensamiento espiritual que está reflotando. La lectura política de todo esto es probablemente fácil de hacer y difícil de solucionar. La lectura artística, para mí, es Color puro. O el último disco de las Tarta Relena, Es pregunta.O la nota de voz de la abuela que Rosalía añadía al final de G3 N15. Y tantísimas señales más que demuestran que estamos intentando compensar nuestra “v” por no morir ahogados.
Los matemáticos dirán que los brazos de una “v” están destinados a no encontrarse nunca y que, por tanto, no hay una resolución en nuestro conflicto. Ahora bien, como yo, al igual que Heti, no hago ni matemáticas ni estudios teológicos, sino que escribo, y puedo transformar la realidad como quiera, pienso que el único punto de unión que conozco entre dos brazos es el del abrazo. Y que la solución sólo puede ser ésta: no ser personas que aguantan solas con los brazos abiertos, sino mirar a nuestro alrededor y contar con los demás para cambiar las dinámicas del mundo. Porque seguramente, si no nos sintiéramos solos, sería más fácil romper con la lógica imperante que nos aturde como sociedad, y decidiríamos nuestra fe desde la voluntad y no desde el miedo. Mientras, leeremos a Heti y ella nos invitará a pensar.