Un terror sin fin
Abu Salim, periodista de Gaza, explicó a Cristina Mas, periodista del ARA y autora el libro Palestina des de dins (Ara Llibres), que un día al regresar a casa se encontró a su mujer y su hermana discutiendo sobre qué libros de la biblioteca quemarían para poder cocinar algo: "No se ponían de acuerdo porque para una y otra todos eran importantes". En la obra hay infinitud de pasajes mucho más duros y sobrecogedores, desde torturas indecibles hasta asesinatos a sangre fría de menores de edad por parte de francotiradores, pero por defecto profesional este momento del libro me ha quedado grabado. Creo que en casa nos pasaría igual. Como las mujeres de la familia Salim, los libros son el último objeto físico del que, en una situación límite, querría deshacerme.
El drama de Gaza tiene infinitud de experiencias terroríficas, de las que te provocan un nudo en la garganta y te dejan impotente. También se puede contar con cifras estremecedoras de muertes infantiles, de falta de alimentos, de hospitales y escuelas destruidos, de hogares destruidos, de rebaños y tierras de cultivo arrancados. Y aún puede definirse con conceptos acusatorios que el estado de Israel ha vuelto a hacer terriblemente reales: apartheid y genocidio. Cuesta asumir que un país que se suponía culto y democrático pueda llegar a los extremos de barbarie que está infringiendo a los palestinos, tanto en Gaza, donde está aplicando una destrucción masiva y absolutamente inhumana, como en Cisjordania. Cuesta entender que no se levanten más voces israelíes avergonzadas. "Más que un estado protegido por un ejército, Israel es un ejército protegido por un estado", escribe Mas.
También resulta difícil digerir la doble vara de medir que Occidente está utilizando con Ucrania y Palestina, por mucho que en países como Alemania pese tanto el recuerdo culpable del Holocausto contra el pueblo judío. Precisamente debería ser lo contrario: la lealtad a la memoria de todas las víctimas del nazismo debería llevarnos a impedir que se repitan unos hechos parecidos de tanta violenta inhumanidad, de tanto odio desatado.
A remolque de Estados Unidos, Europa ha mirado hacia otro lado. Ahora parece empezar a reaccionar, con Irlanda, Bélgica y España haciendo presión. Tarde, muy tarde. Tampoco el mundo árabe y musulmán ha estado realmente junto a los palestinos. Pese al bloqueo informativo sin precedentes impuesto por Netanyahu en Gaza, el mundo –incluidas China y Rusia– está asistiendo en directo e impasible a un exterminio, con pocas excepciones gubernamentales, entre las que destaca Suráfrica. Las resoluciones del Tribunal de Justicia de la ONU, que obligan a Israel a tomar medidas para evitar un genocidio en Gaza, y del Tribunal Penal Internacional, que emitió una orden de detención contra Netanyahu, quedaron en papel mojado.
Un año y medio después del inicio de la venganza israelí por la masacre de Hamás del 7 de octubre del 2023, nada parece detener el plan de aniquilación de Netanyahu, que se ha otorgado licencia para matar a palestinos impunemente, incluso con la sed y la hambruna como armas de guerra, y con un 70% de los muertos mujeres y criaturas. Los bombardeos sobre Gaza son los más letales e intensos desde la Segunda Guerra Mundial. El supuesto derecho a la autodefensa de Israel se ha convertido en una locura sin freno amparada, además, en tecnología militar de última generación: IA y drones. Los palestinos llevan décadas siendo banco de pruebas.
El nacionalismo étnico supremacista ha marcado el origen y la evolución del estado de Israel. Comenzó con la expulsión de los palestinos de sus tierras entre 1946 y 1948, con la Nakba, y así hasta la fecha, con la política expansionista de ocupación de nuevos enclaves vía colonos. El apretón de manos entre Arafat y Rabin en la Casa Blanca en 1993 queda ya muy lejos. En los últimos años, con la corrupta Autoridad Palestina absolutamente desacreditada y Fatah en horas bajas, la radicalizada e islamista Hamás se ha hecho fuerte en Gaza. Hasta el 7 de octubre. Ahora a los palestinos, ni en Gaza ni en Cisjordania les quedan fuerzas ni para intifadas. Ni piedras ni libros ni ánimos. Pero la violencia nunca tiene fin. Israel, que ha dilapidado todo el crédito moral, siempre vivirá con el miedo a que un día renazca de las cenizas la venganza palestina.