El triángulo amoroso de Quim Aranda
La primera tesis doctoral sobre Manuel Vázquez Montalbán (MVM) fue escrita por Mari Paz Balibrea. El comisario del primer congreso internacional sobre MVM fue Quim Aranda. Ambos expertos acabaron siendo pareja. El día que se casaron, MVM asistió a la ceremonia y les regaló un jamón de Semon. El triángulo amoroso quedaba así sellado para la eternidad. Cuando años después, en el 2003 (este 18 de octubre hará veintiún años), el creador de Pepe Carvalho murió en Bangkok de un paro cardíaco y Quim se pasó «una semana llorándolo, frase que es literalmente cierta».
MVM, a quien había conocido en 1984, cuando Quim apenas era un estudiante de historia, es una sombra alargada en la vida del corresponsal de ARA en Londres, experiencia de la que ahora deja constancia en un libro D'una hora lluny (Folch & Folch), en el que también señorean otros referentes (Raimon, Graham Green, Woody Allen, Bruce Springsteen, John le Carré...), pero sobre todo una lista bien surtida de fobias encabezada por los defensores del Brexit, la monarquía, los tabloides y una larga nómina de conservadores, empezando por Winston Churchill y terminando por Boris Johnson, ejemplar notable de "chulería populista", la misma en la que el autor sitúa a Joan Laporta.
Establecido en el distrito de Walthamstow, un barrio modesto del noreste de la capital inglesa, safe seat laborista, su casa adosada está junto a la mezquita Masjid Abu Bakr. Desde este rincón, y desde una simbiótica combinación de escepticismo y pasión, Quim Aranda nos cuenta sus peripecias como periodista extranjero –“inmigrante privilegiado”– y como padre y ciudadano. Antinacionalista –de todas las naciones–, mirón de las contradicciones identitarias e ideológicas, ateo militante respetuoso con las religiones, muy amigo de sus amigos, visceral y empático, implacable y tierno, ha ejercido el periodismo desde una indisimulable subjetividad: "La objetividad no solo no es posible, sino que tampoco es aconsejable" y, "sinceramente, no hay más honestidad hacia el lector que declarar desde dónde se escribe, quién te paga y a quién votas". "Me he cansado, ya, de escuchar argumentos falsos, antidemocráticos, xenófobos, populistas y reaccionarios con la excusa de que hay que dar voz a todo el mundo. No. ¡Qué va!"
Hijo de la emigración andaluza, la integración en Cataluña de su padre, que al llegar a Barcelona se hizo seguidor futbolístico del Madrid, se limitó al expresivo "collons, collons!". Pero como fueron a parar a un minúsculo sobreático de Sarriá y después en Sant Gervasi, sus hijos adoptaron un vocabulario catalán más generoso y un barcelonismo (incluido el Barça) natural, ambiental. Quim acabó entrevistando a su vecino de barrio Antoni Tàpies y trabajando muchos años para El Punt Avui –conserva un pésimo recuerdo de su equipo directivo–; antes había pasado por El Diari de Barcelona, El Mundo y El Observador. Desde Londres, además de periodismo, también ha terminado escribiendo novelas en castellano y catalán.
Ahora lleva casi 9.000 días viviendo a dos mil kilómetros de Barcelona. Cumplidos los 60 años, no se ha resistido al impulso de echar la vista atrás. Dotado, como el admirado MVM, de una enorme capacidad de trabajo y de una incontenible grafomanía, este libro no son propiamente unas memorias, pero se le parecen. Pasa cuentas con el trabajo y la vida, con sus queridas obsesiones y con los hechos primordiales que el azar le ha puesto en el camino: el Brexit, claro, pero también el referéndum de Escocia, el relevo en la monarquía británica o el descalabro del covid, aunque la pandemia que más le preocupa es la populista, una carcoma para la democracia.
Crítico con "la aburrida decadencia de los brits, disfrazada de excentricidad", añorado del Mediterráneo y de Barcelona, con unos hijos cada vez más ingleses, adicto y al mismo tiempo desengañado del periodismo –"ha sido mi droga durante demasiadas décadas" y es "un trabajo que acaba por enfermar a todos los que lo practicamos"–, Quim Aranda nos sirve un fiel autorretrato de un catalán-británico tan descreído como efusivo.