Cuando Truman Capote fue feliz contra pronóstico

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Truman Capote

¿Se puede tener una infancia feliz viviendo lejos de los padres, divorciados y peleados, acogido por unos parientes que ya habían criado a la madre huérfana, que les salió rebelde y se casó a los 16 años para irse de casa, y cuidado por una prima lejana algo especial, de sesenta y tantos años? Así fue la niñez de Truman Capote. Lo convirtió en literatura en El invitado del Día de Acción de Gracias. Antes de ir a parar a aquella casa de Alabama, había presenciado las frecuentes peleas a gritos de los padres, que por las noches le dejaban solo en una habitación de hotel. Pasar a vivir con la estrambótica prima no debió de ser tan malo. Y no lo fue.

Como este lunes 30 de septiembre se cumplen 100 años del nacimiento de Capote, recupero la edición de editorial Empúries que le dedicó Quim Monzó, en catalán, en el doble papel de traductor y prologuista. El libro también incluye Un recuerdo de Navidad y Navidad, igualmente basados en su niñez en el sur. El invitado... lo publicó a los cuarenta y pocos años, cuando ya se había consagrado con títulos como Desayuno en Tiffany's y A sangre fría, libro con el que «se inventó un género: la novela sin ficción», anota Monzó.

Los tres cuentos transcurren en un pueblecito de Alabama, en la década de los 30. Los parientes son una familia tirando a excéntrica. Su cuidadora, Sook Faulk, una especie de niña mayor y cariñosa, acaba siendo su mejor amiga: dos solitarios, dos criaturas abandonadas que hacen una vida peculiar. Él es Buddy. Ella tiene el pelo blanco y esquilado, encorvada de hombros. Viven solos en una casa destartalada de techos altos. La mejor comida del día es el desayuno. Hacen pasteles, mermeladas, cosechan flores y recogen hierbas del bosque, van a pescar a los arroyos y pasan muchas horas en la cocina. Ella cada día se levanta a las cuatro a encender el fuego. Se acuestan cuando se pone el sol.

Un día, en el leñero del patio montan el Museo de la Diversión y los Prodigios: la diversión es un estereóptico con diapositivas con vistas de Washington y Nueva York, y el prodigio, un pollo de tres piernas empollado por una de sus gallinas. Sook nunca ha ido al cine ni ha comido en un restaurante y prácticamente no ha salido del pueblo. No se sabe muy bien por qué, el día 13 de cada mes lo pasa en la cama. Es tímida con todo el mundo a excepción de los extraños. Claro, Buddy también es un niño un poco raro. Leen juntos los libros de texto y a ella, que apenas fue a la escuela, le encanta el atlas de geografía. Buddy saca muy buenas notas, "incluso aritmética", se enorgullece Sook.

Pero en la escuela Buddy tiene un problema. Odd Henderson, de una familia que hoy describiríamos como desestructurada –el padre es contrabandista de licor y son una decena de hermanos–, le hace la puñeta y le acusa de "mariquita". Tienen 12 años. Para mejorar la relación, Sook decide invitar a los Henderson al Día de Acción de Gracias. No haré un espóiler de cómo acaba la cosa. Es una historia muy bonita.

En el cuento Una Navidad aparece el padre. A Capote, el apellido no le venía del padre natural, que acabó en prisión, sino del segundo marido de su madre, José García (Joseph) Capote, natural de La Palma (Canarias). Este había hecho fortuna en Nueva York, donde Buddy acabaría yendo a vivir y a estudiar, con estancias también en Greenwich. Pero antes de eso, cuando todavía está con Sook en Alabama, una Navidad el Capote padre lo manda en autobús –seiscientos kilómetros– a Nueva Orleans para que se vean, le lleva a restaurantes a comer ostras y le hace regalos. Pero Buddy no acaba de entender lo del amor paternal.

Con los años, como su madre alcohólica –"mi madre, que era excepcionalmente inteligente, era la chica más guapa de Alabama"–, Truman Capote acabaría cayendo en la bebida. Esto, y el rechazo de la sociedad neoyorquina a aceptar su homosexualidad, le llevaron al abismo del abuso del alcohol y las drogas. Aparte de sus parejas, entre sus amigos se contaban Harper Lee, Carson McCullers, Tennessee Williams, Norman Mailer, Marilyn Monroe, Jacqueline Kennedy y Andy Warhol. Y más allá de Odd Henderson, también cultivó otros buenos enemigos, como Gore Vidal. Truman Capote murió el 25 de agosto de 1984, ahora se han cumplido 40 años.

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