BarcelonaEl antiguo hotel Ritz de Barcelona fue el último hogar de Xavier Cugat (1900-1990). El músico vivió allí a partir de su regreso a Catalunya, en 1978, hasta su muerte, 12 años después. Cugat dejó su huella, aunque no es sonora, sino visual: todavía ahora en algunas de las paredes de uno de los fastuosos salones del actual Palace están colgadas algunas de las caricaturas que dibujaba a destajo. Pueden verse Charles Chaplin, Salvador Dalí, Julio Iglesias –acompañado de sus trillizas– y también un atleta que lleva la antorcha olímpica y persigue a un perro risueño. "Seguro que Mariscal se inspiró en este dibujo para inventarse el Cobi", bromea Jordi Puntí antes de sentarse y compartir una pequeña parte de todo lo aprendido durante la década que se ha dedicado a investigar a Cugat ya escribir Confete, la novela con la que ha ganado el premio Sant Jordi 2024. Puntí convierte en literatura la vida de este catalán universal –perspicaz y algo siniestro– a partir de la mirada de un periodista que le conoció muy de cerca.
¿Empezaste a escribir esta novela con esperanza de quedarte a vivir en Nueva York, ¿cómo Xavier Cugat?
— La idea del catalán que se va me interesa desde hace mucho tiempo. Maletas perdidas (2010) ya tenía que ver. El caso de Cugat es aún más radical que el de esa novela. Se marchó de Catalunya a Cuba a los 5 años y no volvió a vivir allí hasta 1978, cuando ya se acercaba a los 80. En medio pasó varias décadas en Estados Unidos, sobre todo en Nueva York.
Terminas volviendo mucho antes que él.
— Fui en 2014 y tenía que pasar todo el curso: me habían dado una beca Cullman y tenía un despacho en la biblioteca pública de Nueva York, pero en febrero de 2015 mi madre se puso muy enferma y tuve que volver unos meses. Excepcionalmente, me alargaron la beca hasta el verano. La intención habría sido quedarme más tiempo, pero volví porque no quería dejar a mi padre solo aquí.
La escritura de Confete está marcada por la muerte de gente cercana, ¿verdad?
— Sí. Durante el proceso de escritura se me han muerto mi madre y mi padre, algún amigo muy cercano, hemos sobrevivido la pandemia... y también sufrí un accidente que me hizo pasar por el quirófano. Confete es una novela tozuda y superviviente. Ha sido un ejercicio de fe en una historia y, sobre todo, en dos personajes.
Xavier Cugat es tan importante como el narrador de la historia, un periodista de espectáculos centenario que hace memoria sobre todo lo vivido. "El periodista es un náufrago profesional", dice.
— Es una frase de Josep Pla que se hace suya. El periodista se encuentra en medio de todas partes y nunca es protagonista. Es lo que le ocurre al narrador del libro. Si quería salir adelante mi novela necesitaba encontrar a alguien que no fuera el propio Cugat, que ya había escrito sobre sí mismo –inventando lo que fuera necesario– en las memorias Yo Cugat (1981).
¿A Cugat llegaste a través de la música o del personaje?
— A través de esas memorias, que son como una novela. Hace años tuve curiosidad por este libro, lo compré de segunda mano y descubrí al personaje.
Te perseguía para que escribieras sobre él?
— Durante todo este tiempo he pasado por todas las fases posibles en relación a Cugat. He aprendido a admirar la música, me ha despertado un gran rechazo como persona, he intentado entender sus relaciones con las mujeres, y también he prestado atención a las versiones de ellas.
Abbe Lane, que todavía está viva, llegó a escribir un libro en clave sobre su exmarido, But where is love?, publicado en 1993, poco después de que él muriera.
— Cugat tuvo un carácter dominador. Controlaba el espectáculo y, al mismo tiempo, también quería controlar a sus mujeres, lo que fue uno de sus caballos de batalla a lo largo de toda la vida. Cuando conocía a una mujer, ella siempre era muy joven: se casó con Abbe Lane cuando ella tenía 20 años y él ya pasaba de los 50. Ellas se incorporaban a la orquesta, y al cabo de un tiempo, cuando tenían un poco de éxito, le dejaban. Cugat tergiversaba esa realidad. Decía: "No es que me hayan dejado, es que las dejo volar solas".
Dedicas páginas brillantes a explicar qué logra transmitir Cugat con su orquesta.
— Antes de escribir Confete, lo que conocía de su música me echaba atrás porque lo relacionaba con la música de ascensor y eleasy listeningpero entonces empecé a examinar lo que hacía en la década de los 30 y los 40, la época en que actuaba cada noche en el Waldorf-Astoria de Manhattan. En el momento que adaptó los ritmos cubanos, dejando los violines y sustituyéndolos por las congas, los güiros y las maracas, su música dio un salto de calidad clarísimo, sin dejar de ser una música de la clase media alta.
Durante bastante tiempo dirigía la orquesta con una mano y en la otra tenía un chihuahua.
— Cugat fue un gran promotor de sí mismo. En nuestro mundo de ahora se adaptaría rápidamente a la exhibición personal que abunda en las redes sociales. Seguro que tendría alguien a sueldo que se dedicaría a generar contenidos sobre él día y noche. En los años 30 del pasado siglo ya intuyó que el contacto con los medios de comunicación era fundamental. En ese punto lo comparo con Dalí.
¿Has tenido que hacer un esfuerzo por limitar la presencia de chihuahues en el libro?
— Hay un momento en que el propio narrador dice: «Si puedo, no volveré a hablar de chihuahues». En la primera escena de Confete, Abbe Lane ya está harta, de los perritos de su marido. Los chihuahues formaban parte de la visión emprendedora de Xavier Cugat. Cuando fue a México vio que estaban de moda, y junto a su hermano Enric invirtieron en granjas de chihuahues con el objetivo de popularizarlos en Estados Unidos.
Salieron...
— Los chihuahues se pusieron de moda en Hollywood gracias a Xavier Cugat. Fue uno de los impulsores de la forma de hacer del merchandising. No tenía suficiente con triunfar con la música, se podía hacer negocio de muchas maneras: con el cine, los perros... De hecho, con otro de los hermanos ideó uno gadget que era una caja de música con un chihuahua que tocaba las maracas. La vendían, claro.
Casi todo lo que tocaba Cugat se convertía en dinero. A veces no sabes si era un genio o un impostor.
— Era una de esas personas que saben sacar siempre lo mejor de cada momento y de sí mismos. Cugat creía que si para conseguir lo que quería debía tergiversar o cambiar los hechos no había ningún problema. Cugat no fue un bluf. Tenía talento y gran creatividad. Lo que ocurre es que les llegó a magnificar gracias al engaño.
Éste es uno de los aspectos que te llamaría más la atención como novelista.
La ficción es mucho más importante de lo que nos dicen en nuestras vidas.