Literatura

Joël Dicker: "En un libro hay un 1% de talento, un 2% de suerte y el resto es trabajo"

Escritor. Publica 'El caso Alaska Sanders'

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Joel Dicker, escritor suizo, fotografiado en Barcelona aquets miércoles

BarcelonaEs el último día que Joël Dicker (Ginebra, 1985) dedicará a promocionar El caso Alaska Sanders. Se ha pasado cuatro meses en una gira intercontinental que no iguala ninguna estrella del rock y ahora es la hora de recuperar su solitaria rutina. Y, a pesar de los centenares de entrevistas y la jornada de 15 horas que todavía le espera, el autor suizo aparece risueño, impecable, encantador, generoso, en las oficinas de Barcelona de Penguin Random House, la editorial que publica la obra en La Campana y Alfaguara, con traducción de Josep Alemany Castells y María Teresa Gallego y Amaya García Gallego, respectivamente. "Es cansado, pero todavía me acuerdo de cuando nadie leía mis libros, del pequeño Joël que esperaba en las puertas de las redacciones para entregárselos a los periodistas, con tarjetas personalizadas, así que soy consciente de la suerte que es tener lectores", explica.

No hay ninguna grieta por donde criticarlo, como al bonachón de su protagonista, Marcus Goldman. El escritor alter ego de Dicker vuelve al escenario donde transcurrió La verdad sobre el caso Harry Quebert, un pueblecito de Nuevo Hampshire, meses después de aquel caso, para reencontrarse con el sargento Perry Gahalowood y resolver un nuevo asesinato, el de la preciosa Alaska. El caso Alaska Sanders es la secuela de la novela que convirtió a Dicker en un escritor de oro: aquel "artefacto diabólicamente perfecto" que fue el fenómeno de Harry Quebert se tradujo a 42 idiomas y ha vendido 15 millones de ejemplares. En las siguientes novelas (El Enigma de la habitación 622, La desaparición de Stephanie Mailer), este gran defensor de la literatura de entretenimiento ha mantenido el equilibrio entre una prosa funcional, el drama humano y la tensión narrativa, lo que le ha seguido dando grandes éxitos comerciales. Después de la muerte de su editor y mentor, Bernard de Fallois, le ha seguido el ejemplo y ha creado una editorial, Rosie & Wolfe, donde de momento han empezado por publicar sus libros en francés.

Siempre había tenido la tentación de volver al lugar de los hechos del caso Harry Quebert, pero antes publicó el tercer volumen de la trilogía, El libro de los Baltimore (2016). ¿Por qué han hecho falta once años?

— Tampoco he tardado tanto, me he tomado mi tiempo. Vivimos en una sociedad que tiene demasiada prisa. Lo que pasa es que después del éxito de Harry Quebert quería demostrarme a mí y a los lectores que podía hacer algo diferente.

Ahora vuelve a un crimen en una pequeña comunidad de Nuevo Hampshire, el lugar ideal para que pueda meter las narices Marcus Goldman.

— Tenía sentido quedarnos en una ubicación geográfica cercana, porque aquí está Marcus y Gahalowood. Y he elegido un pueblo pequeño porque el crimen tiene un eco mucho mayor, porque todo el mundo se conoce y conoce a la víctima, todo el mundo está afectado y puede ser culpable, y se genera una ola de choque que difícilmente pasaría en una ciudad como Barcelona.

Este lanzamiento coincide con el éxito las series de true crime. ¿Por qué gustan tanto?

— Todos somos muy curiosos, todos queremos saber y entender no solo quién ha cometido un crimen, sino también las motivaciones, por qué se ha llegado hasta aquí. Y todavía es más interesante si estamos ante crímenes que no son casuales o fruto de un ataque de un psicópata, sino crímenes de personas que conocían a la víctima y en los que el asesino tiene una razón que considera de peso. La idea es intentar comprender, quizás no justificar, el porqué.

¿Hay cierta empatía? Pensamos: ¿qué podría llegar a hacer yo?

— Hay una empatía y todavía más cuando un asesinato se comete después de unas emociones muy fuertes, en las cuales todos nos podemos reconocer. Todos tenemos el mismo abanico de emociones y la persona que mata a alguien –no quien mata por dinero, esto no es fruto de las emociones, aquí hay un motivo–, quien mata después de una ruptura o un momento difícil, nos coloca ante el espejo de nuestras dificultades.

Aquí se vende el libro como un mix de Twin Peaks y Big little lies. ¿Le gustan las series? 

— ViTwin Peaks tarde, porque después de Harry Quebert todo el mundo me hablaba de ella, y no le encontré mucho las similitudes. Pero entiendo el éxito de estas series. Big little lies tiene más que ver con las relaciones humanas, la psicología, con lo que decimos y sobre todo lo que no, y con la imagen, la obsesión que tenemos por la imagen. Me gustan las series, pero no tengo ninguna obsesión. Comprendo que hoy en día se pidan referencias diferentes que no sean solo los libros. Me gusta que se diga que la literatura, el cine, las series forman parte de una misma familia, que es el entretenimiento. Porque es muy importante. A veces tenemos la sensación, sobre todo en literatura, que el entretenimiento es negativo, pero en el fondo es formidable, porque es lo que nos da oxígeno cuando el día a día no es muy alegre. Tenemos preocupaciones –la guerra de Ucrania, el clima, la inflación...–, necesitamos salir y el entretenimiento nos lo permite. La literatura te da un entretenimiento tan potente como la tele, o quizás más, porque el lector se convierte en creador porque imagina las imágenes, los lugares, somos parte activa.

El caso Alaska Sanders es una historia de lealtades y, sobre todo, lealtades masculinas, entre Marcus Goldman y el detective, Marcus Goldman y el tío, Marcus Goldman y el mentor.

— Son relaciones de amistad, sí, masculinas. No sé si realmente tenía esta intención. Son continuidad de Harry Quebert y sí que es verdad que hay muchos personajes masculinos, porque no me era sencillo escribir un libro y esto me facilitaba el trabajo. Espero haber mejorado desde entonces y en las otras novelas he añadido mujeres protagonistas. En cualquier caso se trata absolutamente de grandes amistades. ¿Qué es un amigo verdadero? Ellos son personajes unidos por una amistad que es más fuerte que nada, aunque quizás no se llaman a menudo. En las amistades que veo en Instagram se halagan mucho, se cuelgan cuelgan fotos, fotos y fotos. Yo esto no lo hago y me pregunto: ¿soy un mal amigo si no hago demostración pública de mi amistad? No lo creo. La cuestión no es lo que se pueda demostrar a todo el mundo, lo importante es demostrárselo al amigo en concreto.

Una de las torturas de Marcus Goldman es que no se puede dejar atrás el pasado.

— No podemos dejarlo atrás, pero es importante aceptarlo. Aceptar lo que ha sucedido, lo que hemos hecho y lo que no en nuestra vida. Tenemos que aceptar que la vida avanza como una bola que empujamos o una maleta que tiramos, que se va haciendo cada vez más grande, pero de la que no podemos sacar nada: lo que se ha hecho, hecho está, y lo que no, no está. Es así. Tenemos que aceptar quiénes somos, lo que hemos hecho y perdonarnos. La gente es muy dura consigo misma.

Paralelo a la trama criminal está el dilema del autor entre la vida agitada de éxito profesional y la vida tranquila convencional. Ya que en el libro está el juego entre quién es Joël Dicker y Marcus Goldman, ¿esto también se lo podemos aplicar a usted?

— ¿Es que no lo tiene todo el mundo este tipo de tensión o de dilema? No lo sé en Barcelona, pero en Suiza, entre mis amigos –no hablo de los jóvenes que estaban encerrados, sino de gente de nuestra edad que tiene una vida muy activa entre el trabajo, la pareja, los hijos–, de repente se encontraron con una vida más tranquila, con menos obligaciones sociales y la gente estaba más o menos contenta. Estamos en un mundo en el que siempre nos sentimos muy obligados a hacer, hacer, hacer, más allá de los amigos que deseamos ver. Y nunca tenemos tiempo, porque quizás nos ponemos demasiadas cosas en la agenda. Tendríamos que ser capaces de aceptar que a veces va bien tener una vida más tranquila y que no lo podremos hacer todo. Tenemos la disciplina de hacer deporte, comer más sano, hacer 30.000 pasas al día y no sé cuántas cosas más... todo esto está muy bien. Pero el espíritu también necesita disciplina y se tiene que aplicar a la parte espiritual, ya sea con menos Instagram y más lectura, ya sea con periodos de tiempos en los cuales podamos decir: no salgo y me cojo un poco de tiempo para mí.

Ahora que lo dice, ¿cómo pasó la pandemia?

— Yo vivo en Ginebra, una ciudad muy verde y agradable, y no necesito ir a ninguna parte porque ya disfruto de la naturaleza. Pero fue extraño no hacer la promoción del libro que saqué entonces. No diría que sufrí, sufrieron la gente encerrada en pequeños apartamentos en las ciudades, la gente que sufría violencia doméstica, los propietarios de tiendas y cafeterías... Yo tengo una vida muy disciplinada sin obligaciones sociales, de amistades. Tengo muchas obligaciones profesionales y solo veo a mis amigos si tengo ganas. Si no tengo tiempo de ver a la gente que quiero, ¿qué sentido tiene ir a actos sociales porque todo el mundo va? Esto lo tendríamos que parar.

Leila Slimani dice que "si quieres escribir una novela, la primera norma es saber decir no".

— Tengo la suerte de poder vivir de mis libros. Soy muy consciente de cómo de difícil es para la gente que no puede vivir de la literatura. Tener familia y profesión ya te deja sin tiempo, así que encontrar tiempo para la lectura y otras cosas requiere muchos sacrificios y organización.

Me había explicado que es muy disciplinado, que escribe como un deportista.

— Sí, siempre lo he hecho. Creo que en un libro, como cualquier otra cosa, pero sobre todo en el ámbito del arte y las humanidades, hay un 1% de talento, un 2% de suerte y el resto es trabajo, trabajar.

Se lo diré como se lo dice Harry Quebert a Marcus Goldman: ¿por qué escribe?

— La respuesta más concreta, evidente y comprensible es que escribo porque me gusta leer. Escribo lo que escribo, ficción con aventura y todo eso, porque es lo que me gusta leer y lo que me ha dado ganas de escribir. Después hay cosas que no se explican, como un llamamiento, una pasión, unas ganas... como pasa a menudo en el arte.

El escritor Marcus Goldman hace muchas reflexiones alrededor del éxito que parece que se puedan aplicar a su autor.

— Son casos muy diferentes. En el libro explico una cosa que es un cliché, pero en el buen sentido de la palabra: el hecho de que Marcus vive una doble identidad. Es difícil explicar qué pasa en la realidad, en mi caso. Yo creo que el escritor no ha cambiado. Cambia la manera de trabajar, he madurado, he vivido experiencias, he tenido hijos, he escrito otros libros y el escritor se ha reafirmado, pero no ha cambiado. Joël sí que ha cambiado, porque la vida avanza y afortunadamente no soy el mismo.

¿Debido al éxito?

— Sí, el éxito te cambia, pero cambia sobre todo la manera como los otros te ven. ¿Cómo sé yo que esto no me ha cambiado? Lo siento cuando estoy conmigo mismo o con mis amigos. El alma humana es la misma. Ahora, sí que es cierto que el éxito cambia la relación con los otros. Cuando eres conocido, la gente te dice por la calle "¡Hola, Joël!", y tú los miras y no los conoces. Al principio es extraño, pero con el tiempo te acostumbras. Me pasa en Suiza, Francia, Bélgica, Canadá y España. Lo que ha cambiado el éxito es que cuando ahora me llaman por la calle siempre pienso que será alguien que no conozco.

Hay una frase intrigante en la novela. Dice que el éxito es un fracaso programado. ¿Espera que llegue la caída?

— Forzosamente. Incluso cuando el éxito continúa, nunca es el mismo. El éxito de Harry Quebert, con el que la gente me ha conocido y yo he conocido el éxito, ya no se podrá repetir, es único. El éxito que continúa es una transformación de aquel. Ahora hay gente que compra todos mis libros enseguida que salen y llevo seis. En quince años, como continúe escribiendo, dirán: "Ooootra vez una novela de Joël". Hay un momento en el que esto se agota. El éxito sube y baja, y esto te permite vivir en plenitud el momento. Antes hablábamos de las giras. Evidentemente que es cansado y que me lleva tiempo, lejos de mis hijos, pero siempre pienso que quizás es el final y en cinco años tendré que rogar para hacer una entrevista. Hay que querer y respetar al éxito porque en un momento dado este éxito marchará.

¿Tiene ganas de librarse de Marcus Goldman, el yerno perfecto?

— No de librarme, tampoco me siento esclavo. Al contrario, estoy muy contento y satisfecho de haber sacado este segundo volumen. No sé si habrá un cuarto volumen. Nunca se tienen que hacer promesas en la vida, porque solo comprometen a los que crean en ellas. No lo sé, quizás en un año, o cinco, o veinte, tendré ganas de coger al personaje. En cualquier caso, ahora el proyecto se ha acabado y tengo ganas de hacer otra cosa.

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