Muere a los 82 años Ricardo Bofill, el "nómada" de la arquitectura catalana
Su legado incluye grandes edificios como el TNC, el Hotel Vela y la T1 de El Prat
BarcelonaEl arquitecto Ricardo Bofill, conocido por edificios como el Teatre Nacional de Catalunya, el Walden, el Hotel Vela y la T1 del aeropuerto de El Prat, ha muerto de coronavirus este viernes a los 82 años. A lo largo de su trayectoria construyó un millar de edificios en todo el mundo y grandes obras urbanísticas, como la prolongación de la avenida de la Castellana en Madrid. “Mi personalidad está construida a partir de las circunstancias de un nómada que va proponiendo ideas en lugares diferentes", dijo él mismo cuando la UPC lo hizo doctor honoris causa hace unos meses. Precisamente su formación arrancó en esta universidad, pero lo expulsaron en 1957, en plena dictadura franquista, y siguió sus estudios en Suiza. “No se puede proyectar en Pekín tal como se haría en Barcelona”, dijo también Bofill entonces. La despedida se celebrará los días 26 y 27 de enero en su estudio.
Ricardo Bofill, nacido en Barcelona en 1939, se definía a él mismo como un "nómada" por todo el trabajo que hizo en todo el mundo. Estuvo en activo hasta el último momento: su estudio, el Taller de Arquitectura, tiene en curso la creación de una ciudad inteligente en China y otros proyectos en Rusia, Marruecos y el Próximo Oriente. A comienzos de su trayectoria fue conocido por la utopía social de La Ciutat a l'Espai, de la que es un reflejo el Walden 7, en Sant Just Desvern, y más adelante por el posmodernismo con tintes clasicistas del INEF y el TNC. También fue una figura rompedora en el sector catalán, y en julio del año pasado afirmó que no le habían dado el premio Pritzker, el Nobel de los arquitectos, "por una cuestión de envidias".
Bofill, que de alguna manera siempre fue un excéntrico respecto a las tendencias dominantes en Catalunya, aseguraba que los cambios que había experimentado a lo largo de los años, desde las utopías de sus inicios hasta el posmodernismo clasicista posterior, eran el resultado de las circunstancias que le habían tocado vivir. "Tuve problemas políticos: me echaron la de la universidad [de la UPC en 1957, por su militancia política], el país me volvió a echar, y esto hizo que me marchara, primero a Francia, después Argelia, Suecia, los Estados Unidos, Canadá, Japón...", dijo durante una conferencia en julio como presidente del galardón internacional de los premios Fad de arquitectura. "No quiero ser el modelo de nadie –añadió–. Al final lo que me gusta de la arquitectura, lo que creo que sé hacer, son dos cosas: el diseño urbano, la gran escala, e intentar crear lenguajes arquitectónicos varios y no repetir siempre los mismos". Bofill volvió a hacer una demostración de fuerza en noviembre cuando la UPC lo invistió doctor honoris causa. En un acto que se celebró en la basílica de Santa Maria del Mar, aseguró que “Catalunya es un país inacabado, en construcción, donde la situación de la arquitectura no es óptima".
Arquitecto precoz
Bofill usó el despacho de su padre para hacer el primer proyecto cuando tenía 19 años y la primera obra propia, una casa unifamiliar para una tía en Ibiza, a los 21. Desde el comienzo de su trayectoria trabajó con mucha ambición. En 1963, cuando apenas tenía 24 años, fundó el Taller de Arquitectura, un grupo formado por profesionales de diferentes disciplinas para dar respuesta a las problemáticas arquitectónicas desde la mirada de ingenieros, urbanistas, sociólogos, escritores, directores de cine y filósofos. Desde entonces trabajaba desde Barcelona, pero intentando adaptarse a la situación social y económica de cada lugar del mundo donde desarrollaba un proyecto. "Haberme convertido en un nómada me da otra visión del mundo, muy particular y que solo puedes compartir con gente que también viaja mucho", decía Bofill, que en el terreno más personal fue una de las caras más emblemáticas de la Gauche Divine y estuvo casado con la actriz de la escuela de Barcelona Serena Vergano.
Desde el comienzo de la década de los 2000 la tarea principal del Taller de Arquitectura se reagrupó en su sede barcelonesa, en una antigua fábrica de cemento en Sant Just Desvern. Sus hijos Ricardo y Pablo siguen con el estudio, que tiene proyectos en curso en países como China, Marruecos, Francia, los Estados Unidos y Rusia y aseguran que "el verdadero legado" que deja es también los más de cien profesionales de treinta nacionalidades que trabajaban para él.
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