Muere Joan Guerrero, el fotoperiodista con alma de poeta y mirada humanista
El fotógrafo deja un enorme patrimonio sobre la inmigración y la lucha por unas condiciones de vida dignas
BarcelonaJoan Guerrero en alguna ocasión se había descrito a sí mismo como notario de la sociedad. En sus fotografías se reflejaba una máxima suya: ante todo era persona. Por eso las imágenes que captó dicen tantas cosas sobre la inmigración, las desigualdades, la lucha de muchos por hacerse un hueco en el mundo y la dignidad. Nacido en 1940 en Tarifa, el fotoperiodista ha fallecido este martes a los 84 años.
Cuando era pequeño, se empescó un widget. Como no tenía dinero, cogió una caja de cerillas y la convirtió en una cámara imaginaria. "Encuadraba con la caja de cerillas. Quería retratar el viento de Tarifa. El viento soplaba y él quería congelarlo. Era un poeta, siempre buscaba la belleza en cualquier lugar", explica el fotógrafo del ARA Francesc Melcion, yerno y amigo de Guerrero. "Era una persona muy libre e intuitiva", añade.
Inmigrante en la Barcelona de los años sesenta, se instaló en Santa Coloma de Gramenet, donde realizó todo tipo de trabajos a la vez que recuperaba su pasión juvenil por la fotografía y documentaba un barrio en una época en la que los vecinos construían un poderoso tejido social para vivir en condiciones dignas. En Santa Coloma retrató la cotidianidad de las clases populares de la periferia barcelonesa. Captaba, en blanco y negro, a sus vecinos en los mercadillos, a las puertas de sus casas, jugando a orillas del Besòs.
Esas son fotos que ya se han convertido en patrimonio artístico y colectivo, pero el trabajo de Guerrero fue más allá. Trabajó muchos años como fotoperiodista para varios medios, desde el Diario de Barcelona hasta El País. En los años noventa viajó por América Latina, donde trabajó con algunas comunidades quechuas ecuatorianas, e hizo un excelente seguimiento de la figura del obispo Casaldáliga y de su vida en la selva amazónica.
La solidaridad de Guerrero
Parte de su obra se puede admirar en algunos libros que deja como legado como Santa Coloma en el corazón; Imagen y Palabra; Santa Coloma, entre la vida y la vida; El parque; Milagro en Barcelona, y Los ojos de los pobres, en colaboración con Pere Casaldàliga. El pasado año fue homenajeado por los principales fotoperiodistas del país con el libro Guerrero@s, que también sirvió para recaudar dinero para la fundación Arrels. Guerrero, que nunca olvidó de dónde venía y cuando cogía la cámara lo hacía con una enorme empatía, es una institución entre los fotógrafos catalanes.
Al comienzo de La caja de cerillas, el documental que le dedicó David Airob, existe una frase de Guerrero: "Con mis fotografías nunca he querido cambiar el mundo, sino hermanarlo". Su empatía y la rabia que le producía la enorme desigualdad que existe en el mundo quedan muy bien reflejadas en el filme de Airob. "La felicidad a veces es inmoral; ¿cómo podemos estar felices sabiendo lo que está pasando? Debería ser intermitente, la felicidad", decía Guerrero en el documental. Y defendía con mucho fervor que el dolor sí debe mostrarse. "Las lágrimas son tan saludables como la risa y son muy importantes. ¿No queremos estar un domingo en casa y ver según qué imágenes? Pues hay que ver, porque son cosas que pasan. El dolor no debe esconderse , se debe fotografiar", añadía.
"Era una persona entrañable, cariñosa, todo el mundo le quería. Era muy solidario, siempre estaba organizando campañas para recoger dinero y ayuda a los demás –destaca Melcion–. No se cortaba ni un pelo a la hora de hacer cosas e intentaba implicar a todo el mundo y lo conseguía, porque era encantador". Guerrero era autodidacta y tenía una enorme curiosidad. Podía encontrar la belleza en un paisaje que a simple vista podía parecer desolador, pero también la buscaba en el cine o la música. Admiraba a Ingmar Bergman y hay una película que le marcó bastante: Los 400 golpes, de François Truffaut. Era un amante de la música clásica y un lector de poesía, sobre todo de Antonio Machado y Miguel Hernández. Para Guerrero, la fotografía era belleza, aventura, conocer otros sitios y, sobre todo, acercarse al ser humano. Nunca se consideró un artista, sino un fotógrafo que quería transmitir e informar. Para él, la fotografía no debía entenderse sino mirarla y oírla.
Miembro fundador de Catalunya Mirades Solidàries, recibió numerosos reconocimientos, entre ellos la Medalla de Oro al Mérito Artístico del Ayuntamiento de Barcelona, y en 2018 Òmnium Cultural le otorgó el Premio Singladura.